16 de mayo de 2015

Aviso

Recientemente ha aparecido en este espacio un comentario insultante, con ánimos de ofender y sin aportar ninguna crítica ni reflexión. No es el primero. Por supuesto, el comentario ha sido eliminado.

En este espacio no se tolerarán bajo ningún concepto comentarios de individuos patológicamente sistematizados o desequilibrados que se dediquen a insultar, ofender o hacer apología del sistema.

28 de abril de 2015

Adaptación es imposición y engaño

Desde que nacemos hasta que morimos los seres humanos civilizados y urbanizados, que representan la mayoría de los humanos en el planeta Tierra, estamos sometidos a un proceso de adaptación social que incrementa a una velocidad de vértigo su capacidad de adhesión y de atontamiento a la vez. El objetivo básico es facilitar el control social total de los grupos de poder sobre toda la población mediante las técnicas de control y cuyo culmen podría ser la fusión tecnológica del ser humano con las máquinas, algo que suena a ciencia ficción pero que ya es real.

Sin embargo, este proceso, que al humano civilizado le parece normal, es la evolución de una serie interminable de actos pasados impuestos por la fuerza entre diversos grupos de poder y de estos a la masa adaptable. Desde hace miles de años, la civilización ha centrado su expansión en dos rasgos de carácter invasivo y exterminador: por un lado, el saqueo del mundo natural, llevándose millones de formas de vida por delante y por el otro, el desplazamiento de las comunidades indígenas del pasado o su transformación impuesta por la fuerza hacia el modo de vida civilizado y urbano.

En lo que toca a la vida individual de cualquier ser-masa urbanizado, el proceso se inicia en el momento en que el individuo empieza a ser moldeado en los centros de encierro escolares durante varios años. Un encierro sistemático altamente disciplinado en el que se le impregna al niño miles de ideas falsas y mitos durante varias horas al día. En las escuelas, importa tanto la forma en que debe ser el encierro como el contenido que se imparte. Así, se habitúa a los niños y adolescentes a obedecer sin rechistar, siguiendo una rutina de horarios de obligatorio cumplimiento. Se les enseña el comportamiento cívico como si éste fuera un modelo ejemplar, con el fin de obtener un adulto obediente.

El contenido de lo que se quiere imbuir en la mente de los niños es también fundamental. Se le impone materias indicadas para formar trabajadores ejemplares que se adapten sin problemas al mundo laboral. Para ello, desde el primer momento es imprescindible el cultivo de las matemáticas, una ciencia potencialmente compleja que básicamente sirve para iniciar a los niños en el creciente mundo de las técnicas aplicadas.

Pero la combinación de las ciencias con las letras es algo más importante de lo que se pueda creer y en absoluto es inseparable como se ha podido pensar. De hecho, estratégicamente, esta combinación se justifica de forma evidente ya que si bien al sistema le interesa crear seres adaptables a las técnicas emergentes que sirven para sustentar el propio sistema, también le interesa que dicha adaptabilidad se justifique mediante las ideas para crear arraigo y es por eso que las materias de humanidades como la historia o la filosofía realizan una función básica.

Una de esas ideologías elementales, forjada a lo largo de los siglos dentro y fuera de las escuelas, es la idea antropocéntrica, que justifica cualquier tipo de invasión o expolio humano sobre el mundo natural. En última estancia, en la era previa al industrialismo esta idea sirve de base para lo que será la forja de la idea progresista, mediante la que se perfecciona una sociedad de masas sistémica globalizada, basada en el perfeccionamiento y complejidad de las técnicas. Hoy en día, lamentablemente las escuelas continúan justificando mediante este engaño el derecho humano de expolio natural, imponiendo una idea claramente fascista y destructiva.

Hay que objetar sin embargo que la idea antropocéntrica se empieza a forjar con la invasión de la era civilizada sobre los tipos de sociedades tribales que nada tienen que ver con ella. En este aspecto, ambas formas de invasión, tanto natural como propiamente humana son impositivas, y se caracterizan tanto por el expolio de los recursos como por la transformación de los pueblos no civilizados. Esto último tiene que ver con lo que el izquierdismo tradicional se ha referido como interculturalismo, cuando lo que en realidad se trata de una colonización cultural, una continuación de la intencionalidad cristiana u otra forma de adaptabilidad impuesta por la fuerza mediante la intrusión de los valores civilizados sobre las comunidades indígenas.

Al final, sea la idea antropocéntrica que justifica la superioridad humana sobre el mundo natural y sus formas de vida o la que justifica la imposición de la vida civilizada sobre las sociedades no civilizadas, ambas cosas son en definitiva una demostración de poder del fuerte sobre el débil.

El proceso de adaptación no termina en la niñez ni mucho menos sino que es continuado en la edad adulta, fundamentalmente en el mundo laboral, así como el del consumo o el placer. Mediante los medios de control de masas con los medios de comunicación a la cabeza, continúan forjando ideologías engañosas que arraigan fácilmente en las mentes de los individuos.  

El proceso de adaptación social tiene varios fines. Entre ellos, uno de los más importantes es el de lograr un ambiente de normalidad funcional en el que el propio individuo debe tener un papel primordial para sustentar la sociedad, acostumbrándose a relacionarse siempre entre otros millones de individuos que forman la masa, a moverse entre millones de vehículos y edificios, convenciéndose ellos mismos de que forman parte de un mundo único y especial y que además pertenecen a una especie superior. Por ello, se desviven por formar parte del mismo a cualquier precio, aceptando el juego de la competición y la complejidad. El otro objetivo es anular toda posibilidad de reflexión y análisis de los individuos sobre su papel en el mundo en relación al sistema establecido, mediante técnicas de engaño en forma de ideologías y cultos como el progreso, el desarrollo, la modernidad, la tecnología, la publicidad, la industria del entretenimiento, etc.

Pero la adaptación es el resultado de problemas más que de soluciones ya que supone el sostenimiento de un sistema degenerativo que reduce a los individuos a pequeños eslabones de una cadena gigantesca que representa la masa, sumidos en el autoengaño en dosis que han sobrepasado todo lo inimaginable, transmitiendo al individuo un comportamiento generalizado de indiferencia e indecencia lamentables y que solo se interesa del proceso de adaptación y sostenimiento del sistema. Metafóricamente hablando -aunque quizás no lo sea-, la adaptación social es un veneno que se nos va introduciendo al nacer y que es perfeccionado según crecemos, como creando en nosotros un estado de envenenamiento del cual es muy difícil salir, porque casi nadie puede darse cuenta de ello. Quién lo hace, solo podrá desprenderse de ciertas partes del veneno pero difícilmente lo hará completamente.

Tampoco pueden saber, y esto es lo peor, que el sistema en el que han sido engañados mediante la tan valorada adaptación social, no sólo amenaza con destruir el mundo natural y millones de formas de vida y especies, sino todo en lo que creen y por lo que viven, incluso haciendo caso omiso de las advertencias de ciertos expertos en ecologismo y de los que cuestionan la base misma de la civilización.  

Por ello, poco o nada puede esperarse de una masa de humanos atrapados en un mundo tan falso como cruel, inconsciente de que el sistema empeñados en sostener es el fruto de un gran engaño, una trampa, un veneno mortal que irremediablemente les lleva a la autodestrucción y que ha perdido la capacidad para evaluar sensatamente las consecuencias de sus actos en relación a su futuro.

Menos puede esperarse de su capacidad extraviada por reencontrar su lugar en la naturaleza, un lugar al que posiblemente perteneció durante muchos miles de años y que sin duda resultó más provechoso para su equilibrio que el triste derrotero por el que transita hoy.

9 de abril de 2015

Cazar y pescar por diversión es asesinar

Mucho ha cambiado la forma en que el ser humano se ha relacionado con los animales -si es que al acto o proceso de domesticación se le puede llamar relación-. Evidentemente no lo es, ya que se trata de un acto impositivo en el que el humano siempre ha salido victorioso, aprovechando sus ventajas evolutivas. Previamente a la domesticación, la acción de cazar era sin duda más noble en tanto que la lucha era de igual a igual, al menos en las primeras formas de caza. El humano cazador veneraba a los animales que se veía obligado a dar muerte por considerarse una parte integrante más de la naturaleza. No obstante, en dicho período, la caza evolucionó hacia una cierta especialización de las técnicas, lo que posibilitó con el tiempo mayores ventajas y mejores resultados, y probablemente el preludio del sometimiento.

El paso gradual a la domesticación estuvo integrado en una serie de cambios trascendentales como el sedentarismo o la agricultura y si bien se seguía haciendo por pura supervivencia, la relación con los animales cambió definitivamente, y por supuesto lo hizo a peor. Dado que ya no había lucha de ningún tipo, el ser humano empezó a sentirse superior. Sin embargo, durante muchos años, domesticación y caza coexistieron a la vez hasta que la extensión de las técnicas agrícolas y ganaderas se acabaron imponiendo por cuestiones elementales. La especialización en el trabajo y el incremento poblacional propiciaron un aumento constante de dichas técnicas.

Aún así, el vestigio cazador ha perdurado en el tiempo, pero la excusa ya no es la supervivencia del hombre primitivo, ni siquiera se caza para comer, ya que tanto la ganadería tradicional como la industrial abastecen a la mayoría de la población de productos animales sin que nadie tenga que recurrir a la caza. La otra minoría, que constituye una excepción al mundo civilizado, la representan grupos salvajes que aún sobreviven a la civilización y que todavía recurren a la caza o la pesca como un acto básico para su sustento, continuando las costumbres de sus antepasados prehistóricos.

Pero al margen de las escasas tribus primitivas de la actualidad, cuyas motivaciones para cazar son bien distintas, la caza en la era civilizada se practica más como un acto de diversión que de necesidad y por ello es ante todo cuestionable, precisamente porque no solo no se hace por la misma motivación, sino que ésta ha sufrido una degradación en su esencia: cazar por supervivencia es justificable moralmente -al menos en el contexto prehistórico-, pero cazar únicamente por diversión no puede serlo nunca. La otra explicación concluyente es que la caza por diversión fue un producto motivado por la propia domesticación animal y su consecuente consideración como recurso para el ser humano, que llevó a usar a los animales no solo como alimento, sino como vestimenta, como experimentos científicos y como espectáculos o deportes. Para el sentido de este artículo no sirve aludir a un contexto histórico diferente en el que cazar por supervivencia puede estar justificado, ni tampoco recurrir a casos hipotéticos que no vienen a cuento.

En un mundo en el que disfrutar a cualquier precio es considerado como algo con pleno derecho y de una prioridad absoluta, la caza por diversión o deporte ha sabido adoptar esta tendencia para justificar su actividad y hacerla lícita, convirtiéndose así con el tiempo y más recientemente en la afición de muchas personas.

No es de extrañar por tanto que muchos de los argumentos a los que recurre el defensor común de la caza estén falsamente fundamentados, al igual que el propio sistema recurre a la publicidad y el consumo como arma de enganche para impregnarnos la idea de que la diversión y el bienestar están por encima de cualquier cosa. Estos argumentos, que nos recuerdan mucho a los argumentos que defienden la tauromaquia, dicen que los animales no sufren cuando son tiroteados o atrapados por trampas (probablemente por empeñarse en continuar aquella absurda idea de Descartes de hace siglos de que “los animales eran cosas”) o aquellos que recurriendo a la tradición presentan la caza como una actividad que ha acompañado al ser humano siempre y no es que no sea cierto, pero como hemos demostrado aquí, las motivaciones distan mucho de ser las mismas.

Aunque el argumento más recurrido por parte del cazador moderno es de carácter ecologista. Así, no dudan en falsear la realidad diciendo cosas como que “la caza ayuda a mantener el equilibrio natural porque evita la superpoblación de ciertas especies”, cuando en la naturaleza siempre se tiende a la regulación de las especies gracias a la pirámide trófica. Antes al contrario, la caza indiscriminada ha puesto en peligro de extinción a diferentes especies de animales. Seguramente la especie que se sale del equilibrio natural es la especie humana, probada está su tendencia a crecer desproporcionadamente y a los cazadores jamás se les ocurriría cazar humanos.

Pero no podemos olvidarnos de la pesca deportiva, cuyas motivaciones son básicamente las mismas que la caza, a pesar de que se puedan utilizar distintos métodos. El hecho de que la  pesca como deporte -si es que se puede denominar deporte - pueda parecer una actividad más relajante y menos violenta es tan sólo aparentemente a ojos vista, dado que la muerte por asfixia o atravesamiento por anzuelos causa un dolor atroz en los peces. Es quizás el hecho de la poca empatía que sentimos hacia estos animales además de la obtusa negación de que sienten igual dolor que el resto lo que hace que se considere esta actividad como algo inofensivo y permisible.

Asimismo, la pesca sin muerte, presentada como un acto de compasión, no es más que otra forma de falsear la realidad, cuyas consecuencias son aún peores, ya que si bien no se provoca con ello la muerte instantánea del pez, el hecho de engancharlo con el anzuelo y arrojarlo luego al agua le ocasiona heridas letales que le provocarán una muerte más agónica si cabe.

Por tanto, si se admite con todo rigor que la caza y la pesca actual solamente tienen una motivación por el placer de practicarla no se puede negar que lleve consigo un elemento de sadismo patológico que la hace si cabe más condenable aún por su grado de inmoralidad. En la caza por deporte o diversión ya no hay lucha de ningún tipo sino un acto de pura cobardía: el animal es perseguido, acosado y masacrado sin piedad alguna y posteriormente humillado, exhibido como trofeo para el regodeo de unos cuantos.

Actualmente y por suerte, hay datos que evidencian un declive de la caza al menos en España. El número de licencias concedidas para esta actividad ha bajado de un millón y medio de hace unos veinte años a unas ochocientas mil de la actualidad. Al margen de los datos estadísticos, existe un cuestionamiento cada vez mayor estimulado en gran parte por los argumentos en defensa de los animales y del ecologismo, lo que ha provocado una lógica preocupación de sus defensores, cuya reacción no se ha hecho esperar, elaborando discursos más extensos y retorcidos o incluso convocando manifestaciones públicas aludiendo a la dignidad de su actividad. Pero recordemos que la caza sigue siendo una actividad legalizada, sigue recibiendo ayudas públicas y además goza de la representación lamentable de políticos y famosos de tres al cuarto haciendo ostentación pública de su afición mediante la exhibición de los trofeos.

No obstante, es oportuno recordar que quienes hacen las leyes hacen la trampa, y quienes las defienden por norma, siempre acaban cayendo en ella. Por otra parte, el hecho de que esta actividad sea defendida por personajes que gustan del reconocimiento popular no deja de ser un motivo mayor para su rechazo incondicional.

Por supuesto, la condena de la caza deportiva no debería estar al margen de la condena a la ganadería industrial como fuente de recursos alimentarios u otras prácticas de abuso humanos contra los animales. A pesar de que la ganadería industrial globalmente mata muchísimos más animales y probablemente contribuye a un mayor sufrimiento de éstos que la caza o la pesca deportiva, ambas prácticas son hoy en día innecesarias para aquellas personas que viven en el contexto civilizado, o sea todos los que puedan leer esto.

20 de marzo de 2015

U.G. Krishnamurti. Una sacudida a nuestra visión del mundo




Hace relativamente poco tiempo en un lugar remoto hallé un libro titulado “El pensamiento es tu enemigo” cuyo autor, U.G. Krishnamurti, no conocía aún. Pero aquel Krishnamurti no era el famoso maestro de nombre Jidu que sí conocía. Aquel libro era una parte de los pensamientos e ideas de un hombre que rechazaba cualquier forma de enseñanza y por tanto el papel del maestro  y del gurú, hasta tal punto que llegaba a decir algo así como que “lo primero que debería hacer cualquier maestro es librarte de sí mismo”. Por ello, llamaba al otro Krishnamurti “un farsante que fomenta las incoherencias porque predica cosas que no hace”  y a Freud “el mayor fraude del siglo XX”. Un hombre que recelaba de la propia esencia de la religión, pero también de la espiritualidad, la ciencia y la filosofía.

Después de leer este libro y algunos otros fragmentos que se encuentran por la red, ya que resulta prácticamente imposible encontrar alguno de sus libros en bibliotecas, he considerado que merece la pena hablar de ello, aunque sea solo de forma superficial. Pero no es el sentido de este artículo ahondar en el terreno personal de este hombre, sino en la esencia de su pensamiento, a pesar de que él mismo recelaba también de todo lo que representa el pensamiento. En relación a dicho libro en forma de ensayo entrevistado uno advierte enseguida al menos dos cosas: el mazazo que supone entender algunas de las partes más explicativas por un lado y por el otro la sensación de que no hay crítica, ni análisis, ni reflexión, nada que salvar ni transformar, nada a lo que renunciar, solo explicación de lo que existe. Recelaba a su vez del concepto mismo de revolución: “revolución significa re-evaluar nuestro sistema de valores, por lo que no existe mejora o como mucho existe una tenue mejora, pero básicamente es una continuidad modificada de lo mismo”.

Sin embargo, tratar de expresar cuántas cosas dijo en este y sus otros libros, también entrevistados, es algo que no está a nuestro alcance y solo lo haremos de forma introductoria. Es por ello que trataré de aglutinar aquellos pasajes de este libro y de otros que he podido constatar por internet y que creo merece la pena resaltar por estar en concordancia con el sentido de este blog y con lo que aquí se suele tratar. Omitiré la parte más enigmática y que al parecer puede guardar relación con algo que le sucede en un momento de su vida después de años de búsqueda y que según él no puede transmitirse.

La intención de Krishnamurti en este libro parece clara: intentar explicar cómo funciona nuestro cuerpo de forma natural. Para él, el pensamiento y toda su extensión posterior es algo que se desarrolla al margen de las necesidades físicas del cuerpo. Según sus palabras “el pensamiento es un mecanismo de autoprotección (del propio pensamiento, se entiende, no del cuerpo), nos ha separado de la sencillez de la vida y de la unidad, nos ha aislado del resto de especies y nos ha imbuido la idea de que somos diferentes, que todo ha sido creado para nosotros y que tenemos el derecho de aprovecharnos de esta superioridad en perjuicio de los demás, de hacer cualquier cosa que queramos”. Después, el pensamiento crea la cultura, la sociedad, la necesidad superflua, el conocimiento, la moral; abstracciones que nos llevan a la destrucción, por eso el silogismo de que “el pensamiento es destructivo” (y se podría añadir “...en su origen”). De hecho, “el paulatino alejamiento de lo que nos rodea, la idea de que todo ha sido creado para nuestro beneficio y que hemos sido creados según un noble propósito en comparación con el resto de especies del planeta son las causas directas de la destrucción”.

Aunque no se menciona, se advierte aquí un rechazo rotundo a la idea antropocentrista imperante hasta nuestros días. Y se hace un análisis de las consecuencias nefastas de esta idea tan antigua y sus causas directas. Pero claro, argumentar que el pensamiento es el causante de todo este mal no es fácil de encajar para nadie. No solo eso, se admite que “el pensamiento no es ni siquiera un instrumento que nos conduzca a vivir en armonía con el medio que nos rodea ni de forma sana ni inteligente”, no sirve, porque es un mecanismo de autoperpetuación; controla, moldea y determina las ideas y sus correspondientes acciones. “En el momento en que el ser humano experimentó la autoconsciencia se sintió superior a otros animales -lo cuál no es así”.

Por eso también “el pensamiento es en su origen, en su contenido, en su expresión y su acción, fascista, en el sentido de agresivo y destructivo; no es altruista: no siente curiosidad por conocer las leyes de la naturaleza por conocerlas, la verdadera motivación es poder utilizarlas para el propósito de preservar la especie humana a  expensas de cualquier otra forma de vida. Matamos a otras especies y a nosotros mismos por una idea”.

Pero hay en esto algo que nos podría recordar al instinto animal, ese comportamiento heredado cuyo fin es únicamente la supervivencia del cuerpo, es decir, su autoprotección. Podríamos decir entonces que el pensamiento no es más que una evolución circunstancial de el instinto animal, ya que ambas cosas sirven para lo mismo. Dicha evolución marcará con el tiempo la diferencia porque mientras el instinto de una especie no humana cualquiera seguirá siendo el mismo y seguirá siendo fiel a la estricta necesidad fisiológica, en el ser humano, el pensamiento se torna un obstáculo continuo en esta necesidad, que a su vez es la misma. Es decir, el pensamiento sigue fiel al instinto animal, desea autoprotegerse y perpetuarse, algo que obedece a las leyes de la biología, pero con el tiempo, este deseo trasciende la mera supervivencia, la sencillez de la vida y camina circunstancialmente hacia la complejidad. Al desmarcarse del instinto, no solo quiere alejarse de su entorno, sino que amenaza seriamente mediante la destrucción su supervivencia arrastrando a otros seres vivos con él.

Con la evolución del instinto animal hacia el pensamiento se desarrolla paralelamente aquella capacidad que hace que una idea se materialice o no en acción, un rasgo eminentemente humano que sirve como timón, aquella cualidad que intenta controlar y censurar el pensamiento y que aquí llamaremos voluntad. “Los pensamientos en sí mismos no pueden hacer ningún daño. Cuando se intenta usar, controlar y censurar los pensamientos es cuando empieza el problema. Así, el condicionamiento es inevitable: los pensamientos no se forman en el cerebro, éste es como una antena que capta otros pensamientos, por eso no hay una mente, ni varias mentes, solo hay mente que transmite pensamientos de generación en generación”.

Sin embargo, frente a la capacidad de controlar dichos pensamientos mediante la voluntad, existe una inevitabilidad apabullante que hace que esta voluntad no pueda ejercer siempre por sí misma cuando es gobernada por circunstancias externas. En la historia, la voluntad de un grupo social x se veía sometida en muchas ocasiones por circunstancias ajenas como las condiciones medioambientales o la invasión de otro grupo social x, derivando en situaciones en donde la voluntad quedaba reprimida.  

Para U.G. el pensamiento tiende a la complejidad y por ello crea la cultura, las técnicas, la ciencia y demás abstracciones. “La búsqueda de un sentido espiritual ha hecho del vivir un problema. Los han alimentado con toda esa basura de la forma de vida perfecta, ideal, pacífica y significativa y dirigen toda la energía a pensar acerca de eso en vez de vivir plenamente. Tan pronto como alguien pregunte cómo vivir, hace de la vida un eterno problema, que debe resolver creando la cultura y las técnicas. En el momento en que alguien pregunta cómo, buscará a alguien que le conteste, volviéndose dependiente. ¿Por qué debería la vida tener un significado? ¿Por qué debería haber alguna razón para vivir?” (La mente es un mito).

Esta búsqueda de significado no sólo inventa abstracciones cada vez más complejas, también inventa miles de necesidades superfluas. El placer o la búsqueda de la felicidad son algunas de las más reverenciadas por el hombre moderno. Pero estas nuevas necesidades, tan alejadas ya del instinto animal, no son más que interpretaciones subjetivas de esa búsqueda de significado de la que hablamos y una alteración en las necesidades del cuerpo. “El organismo no desea el placer porque lo altera. En el momento en que hay una sensación de placer, nace la exigencia de prolongarlo más y más”. Lo acaba convirtiendo en un vicio. Del mismo modo, la idea de encontrar la felicidad a toda costa, que no deja de ser un camelo, es contraria a la necesidad del cuerpo, porque éste no puede soportar la felicidad permanente.

En forma de conclusiones a muchos de sus postulados ofrece una explicación que considero lógica y contradictoria a la vez. ¿Cómo puede ser esto? Según Krishnamurti no hay nada que transformar, nada que comprender, nada a lo que renunciar, porque precisamente es el pensamiento un lastre del que nunca nos podremos librar mientras seamos animales humanos. (Y es seguro que lo seguiremos siendo -por lo menos hasta que gobiernen las máquinas-). “No existe nada que cambiar en la sociedad porque la sociedad no puede ser distinta de lo que es, su naturaleza es mantener el status quo”. Paradójicamente, no resulta extraño leer en algún pasaje decirle a su interlocutor y a quién quiere seguirle algo así como que “si hay alguna lección que dar esta es olvidar todo lo que he dicho” -en un alarde de nihilismo subliminal-. Es por ello que sus palabras suenan contradictorias para quienes acuden a él en busca de alguna enseñanza y se dan cuenta que no son capaces de ubicarlas en ningún contexto adquirido.

Admitiendo por otro lado que la sociedad es un ente inmovilista que además tiende a hacerse más y más grande, puede entenderse eso de que no haya nada que transformar, pero si se admite a su vez esta explicación, su negativa a ofrecerle un mensaje a la humanidad y al mismo tiempo una oculta necesidad para juzgar, encontramos entonces evidentes contradicciones. Cierto es que uno puede comprender cómo funciona la sociedad o parte de ella y lo consigue, pero al mismo tiempo juzga, y porque juzga entra en conflicto con el modo en que opera la sociedad. Dado que no podemos desprendernos del pensamiento en tanto que somos dependientes de él, el contexto nos obliga a utilizarlo para juzgar y actuar en consecuencia, algo que quizás Krishnamurti no parece admitir o al menos no he encontrado algún pasaje que hable de esto. Ya el hecho de querer comprender cómo funciona la sociedad sistematizada es un acto de reflexión, de querer saber, de querer ser objetivo, una reacción que en este contexto dado, es adecuada. Lo contrario es no pensar, no reflexionar, reaccionar siempre con subjetividad, lo cual es lo que necesita la sociedad para continuar sosteniendo su modo de funcionar. 

25 de febrero de 2015

Objeción a la publicidad

La dignidad de las personas está sometida a un ataque continuo y permanente que tiene como objetivo la represión total o parcial de su voluntad. Un sistema basado en la vertiginosa transformación de toda esencia humana hacia un mundo artificial y virtual donde las máquinas gobiernan cada vez más. Un sistema donde grandes grupos de poder, víctimas de esta transformación, se han dedicado durante milenios a influenciar y modelar a otros grupos subordinados, pero que a la vez son también grupos de poder que subordinan a otros. Y así, esto representaría una pirámide, en donde la dominación de los unos por los otros ha desembocado en la norma social.

La herramienta más utilizada por todos los grupos de poder con el fin de captar adeptos es la publicidad. Una industria que mueve en dinero miles de millones y por cuyos disvalores muchísimas personas, representantes de grandes grupos multinacionales estarían dispuestos a ejercer la fuerza sin ningún reparo.

Esta industria se ha impuesto en concordancia con la evolución del mercado capitalista y sus leyes aparejadas de productividad, consumo y competitividad, erigiéndose como una pieza clave para la retroalimentación de estas leyes y su perpetuidad. También ha crecido con la evolución del sistema tecnoindustrial, el sistema de urbanismo y la globalización, que no es más que la invasión, transformación o aniquilación de las culturas tradicionales y de los pueblos locales.

Pero la publicidad no solo se reduce al plano de lo comercial. Por extensión ha invadido todos los ámbitos de la vida, contribuyendo a crear un estilo de vida social predeterminado en un período de tiempo relativamente corto de apenas un siglo y medio. El deporte, la cultura, el arte, la religión, la ciencia e incluso el mundo de las ideas, se aprovechan también de ello como un medio elemental para su subsistencia y en muchas ocasiones acaban adoptando inevitablemente fines comerciales.

Todo sujeto físico contribuye de una u otra forma al mantenimiento de la publicidad y por tanto al engaño de aquellos a quienes va dirigida al igual que de sí mismo. Por una parte, el estado como ente que se erige en el protector de millones de personas reclutadas para servirle y que se autodefine de forma mentirosa como público y gratuito, ya sea las instituciones que lo representan, ya sea el inmenso aparato para adoctrinar, las escuelas, los centros del sistema sanitario, sistema de comunicación, etc. Por otra parte, las empresas privadas que abarcan todos los ámbitos de la vida. Y por último, el mundo de las asociaciones de toda índole y los particulares que en mayor o menor grado y a menudo de forma involuntaria están haciendo uso de la publicidad como forma de darse a conocer y ejercer algún tipo de influencia en los demás.

No vamos a entrar aquí en quién llega a más personas. Evidentemente quienes poseen más cantidad de dinero, mayores serán las inversiones que destinarán a la publicidad si quieren ser competentes y obtener beneficios.

Uno de los mayores problemas de la sociedad capitalista y competidora es que ve la publicidad como un instrumento legítimo e incluso moral, formando expertos en técnicas de marketing que serán los verdaderos garantes de esta industria. Al margen de esta visión omnipotente, la publicidad atenta de forma grave contra la dignidad humana porque alienta la competición en contra de la cooperación (fomenta la idea de que o te aprovechas del de abajo o se aprovechan de ti, o como decir todos contra todos), incita al consumo irracional e irrefrenable, inventa necesidades triviales, inventa la obsolescencia de los productos, favorece la corrupción no sólo política,  contribuye a la destrucción del medioambiente, potencia la aparición de nuevas modas casi siempre estúpidas, induce engaños descarados entre las personas, crea una falsa imagen, tiende a la universalización, al pensamiento único y homogéneo.

Por lo tanto, expuesto el peligro de esta poderosa industria, a aquellas mentes pensantes solo les queda la objeción.

Sabemos lo difícil que resulta escapar a la omnipresencia de los anuncios publicitarios, por eso supone todo un reto evitar mirarlos. Solo el hecho de ir andando por la calle, aún sin estar en una zona no comercial supone caer en las redes del reclamo publicitario mediante carteles de todo tipo. Con todo, el hecho de que inevitablemente nuestros ojos se crucen con anuncio no tiene porqué ser malo si somos capaces de advertir a nuestra mente de que está viendo algo nocivo y cuyo fin es eliminarlo inmediatamente. Aún así, hay situaciones o lugares en que es más fácil escapar:

-Si ves la televisión, cambia de canal en cuanto aparezcan anuncios, aunque lo mejor es no tener televisión. Lo mismo para la radio, periódicos y revistas.

-En internet rechaza todos los envíos que te ofrezcan de publicidad, cuando aparezcan ventanas publicitarias vete directamente a cerrar, aunque lo mejor es no tener internet ni ordenador.

-Cuando te llamen por teléfono vendiéndote cosas, rechaza las llamadas, solo tratan de engañarte diciéndote que es gratis, pero nada es gratis, todo responde a estrategias de ventas. Si quieres explicarle el porqué al operador no está de más, aunque seguro pierdes el tiempo.

-Cuando vayan a tu casa comerciales de las compañías eléctricas u otras personas haciendo proselitismo como los testigos de jehová, ni les abras y si lo haces diles que ya está bien de engaños, que tienes tu dignidad.

-En la calle o en el metro evita dirigir la mirada a los carteles publicitarios. Evita zonas y centros comerciales en donde la publicidad se te mete hasta en las entrañas tratando de aniquilar tu voluntad. Evita aquellas personas que quieren venderte cosas. Diles textualmente que no quieres que te engañen.

Pero hay otras formas de rechazar la publicidad mediante actos voluntarios:

-Elimina la propaganda comercial en coches, portales, etc. Tira a las papeleras toda la propaganda que te den en la calle. Esto es una acción legítima y muy digna. Si es posible,  transforma esta propaganda en mensajes no comerciales, que digan la verdad y que cuestionen nuestros actos.

3 de febrero de 2015

El terrorismo en toda su magnitud

Les llena de orgullo a los gobiernos de hoy en día hacer creer al personal que existe en la sociedad una lucha no deseada del bien contra el mal. Por supuesto, el bien lo representan ellos, y la base de los principios de dicho bien la han llamado democracia, término confuso con carácter supremo e inviolable. Todo aquel con pretensiones o actitudes atacantes hacia la democracia es tachado inmediatamente de terrorista y éste representaría el mal. Pero esta supuesta lucha es en realidad una de las mayores farsas ideadas por los gobiernos modernos.

Antes debemos aclarar algo. Quién crea que este artículo va a polemizar más aún sobre pueblos oprimidos, radicales y fanáticos, grupos nacionalistas, atentados sangrientos y gobiernos mediadores, ha errado su búsqueda. Si quien crea que tras este supuesto problema existe uno más grande y oculto entonces quizás le convenga terminar de leer.

Debemos añadir a su vez, que no suele ser de la incumbencia de este blog hablar de asuntos de “actualidad oficial”. Si por este tipo de actualidad dominante se entiende aquellas noticias que aparecen en los medios de comunicación de masas, de carácter lineal, sensacionalista y adoctrinador, es necesario recordar que existe otro tipo de actualidad oculta que no está en los medios oficiales. En realidad no nos referimos a noticias de ningún tipo. Se trata de la actualidad cotidiana, la que se ve y se siente en la calle, aquellos hábitos de la gente, comportamientos, desviaciones, adhesiones, cultos y mitos, vicios y por qué no, virtudes. Es ante todo una actualidad sin tapujos, una actualidad que busca la verdad y que no teme juzgar las acciones. Es además una actualidad transformadora (aunque en la práctica no transforme nada).

Por ello, en honor a este tipo de actualidad consideramos oportuno empezar a destapar la farsa del terrorismo porque acumula ya demasiadas mentiras. No se trata ni mucho menos de esa supuesta guerra contra un supuesto terror que empezó Occidente por provocación en nombre de la colonización, el patriotismo y la invasión deliberada de diversos pueblos o religiones. Aunque esto forma parte de la farsa, no sería más que la punta del iceberg. Lo que ha quedado abajo es lo que oficialmente no se ve ni se comenta, lo que no existe. Sin embargo, en este artículo es lo relevante.

Por terrorismo oficial entendemos la lucha violenta y generalmente armada que se ven obligados a ejercer ciertos grupos de personas por cuestiones políticas o religiosas normalmente con objetivos concretos. Aunque desde el primer momento fueron acusados de crear el terror en las calles -también han sido injustamente descalificados como anarquistas- pocas son las veces que de verdad lo han conseguido porque sus medios siempre han sido reducidos y clandestinos. En contraposición, se pueden contar a lo largo de la historia muchas más ocasiones en las que quienes de verdad han sembrado el terror han sido los gobiernos con sus acciones militares a base de golpes de estado o acciones de represión policial contra la ciudadanía. Se llega a decir también y es fácil de deducir que muchas de las acciones terroristas han sido provocadas por las naciones más poderosas como formas de justificar posteriores invasiones o guerras con fines comerciales en países con suculentos recursos naturales.

Un término más amplio de terrorismo es aquel que no hace distinciones, una forma de violencia que trata de sembrar el terror, sin importar dónde ni cómo se lleva a cabo. Pero hemos de ir más allá: aquella forma de violencia sistematizada, destructiva y criminal que no entiende de piedad ni compasión y que deja más daño dependiendo quién la ejerza y respalde. El fino trabajo del ocultamiento de esta forma devastadora de violencia como quitándose el muerto de encima y manipular su significado real culpando a otros es la culminación de la farsa, lo que hace que ésta funcione y sea absorbida por el ciudadano de a pie sin que éste se dé cuenta del engaño.

Pero vayamos desgranando las diversas formas de terrorismo no oficial.

El terrorismo de estado es aquel que perpetran los estados contra los ciudadanos que lo sustentan, a base de freirles a impuestos en gran medida para gastos militares, grandes infraestructuras comerciales y menos para servicios como sanidad o educación. Sus armas son la formulación de un aparato legislativo altamente burocratizado, plagado de incontables leyes a la cuál más compleja y más enrevesada; la creación de un aparato judicial encargado de juzgar el incumplimiento de las leyes; la creación de un aparato policial encargado de hacer cumplir las leyes, de acatar el orden establecido y de intimidar a quienes cuestionan o se rebelan y por último la creación y mantenimiento en la sombra de un ejército para solventar eventuales insurreciones.

El terrorismo laboral e industrial es aquel que ejercen las empresas con el consentimiento de los gobiernos y el amparo de los sindicatos de pastel. Un sistema que esclaviza a los trabajadores a base de horarios antinaturales, jornadas eternas, sueldos miserables, presión por producción, competitividad entre trabajadores, amenazas, despidos, acosos, y en el peor de los casos, accidentes por negligencia y muertes.   

El terrorismo multinacional se aprovecha de la miseria del tercer mundo para situar en enclaves estratégicos empresas filiales de grandes grupos empresariales con el objetivo de acaparar mano de obra barata y multiplicar los beneficios. La industria textil, alimenticia y tecnológica son las más representativas; industrias éstas que además han sembrado a su paso durante años innumerables guerras, esclavitud y millones de muertes innecesarias.

El terrorismo histórico y militar supuso la invasión colonial de los países europeos sobre África, América y gran parte de Asia en busca de tierras y recursos naturales, dejando otros tantos millones de muertos y contribuyendo a un nivel de corrupción interno que sumerge a aquellos países en guerras étnicas interminables por la extracción de las materias primas más codiciadas. Más atrás en el tiempo, el avance de los pueblos civilizados transformó por completo el modo de vida de cientos de pueblos indígenas que vivían de la recolección o de la caza, cuando no los desplazaba y exterminaba directamente. Pero esto está ya tan lejano en el tiempo que para ellos prescribió.

Existe otra clase de terrorismo más sutil, aquel que los grupos de poder, llámese estatal o empresarial, llevan ejerciendo contra la mente humana durante siglos. Mediante armas como la poderosa industria de la publicidad o la tecnología buscan persuadir a la gente, incitar al consumo, crearles una falsa realidad, imbuirles la idea absurda de ser feliz a costa del sufrimiento ajeno, hacerles creer que el ser humano es una especie superior al resto, que ha evolucionado de forma especial y que ha venido al mundo con un propósito, el de avanzar constantemente a no se sabe donde. Y que como tal puede aprovecharse de cualquier recurso natural, incluso de organismos vivos para utilizarlos a su antojo. Claramente es esto una forma de manipular la mente humana haciéndola vulnerable y débil, y en consecuencia, limitar su libertad y autonomía.

Por último, quizás el terrorismo más dañino y olvidado, aquel que lleva la marca de la devastación. Durante miles de años el ser humano ha perpetrado acciones de violencia y destrucción en la naturaleza que muy pocos son capaces de ver, menos de  juzgar, ni siquiera los grupos ecologistas mayoritarios. Un daño inconmensurable que ha supuesto la alteración de muchos de los ecosistemas vitales que mantienen el equilibrio en la Tierra, el exterminio y desplazamiento de millones de individuos no humanos con capacidades sensoriales, la desaparición de especies enteras y de sus hábitats. Todo ello para justificar el sistema de competitividad, el beneficio de los que solo buscan el poder, el beneplácito de los que no quieren saber nada al respecto. Para ser fieles a la verdad, esta acción que se ha repetido tantas veces en el tiempo en tantos lugares del mundo ni siquiera podría llamarse una forma de sembrar el terror en la naturaleza, ya que cuando todo se destruye o transforma, solo queda la desolación más absoluta.

En relación a esto, el terrorismo de especie ha justificado el antropocentrismo por encima de cualquier valor. Como tal, ha justificado la superioridad humana sobre el resto de especies animales para masacrarlas, domesticarlas, someterlas y esclavizarlas por cuestiones de capricho y conveniencia o por cuestiones puramente comerciales, ideando mitos absurdos que defiendan su consumo. Los campos de concentración de producción animal son probablemente los lugares en donde si uno acude puede sentir lo que es el verdadero terror expresado en las víctimas, humilladas y asesinadas a cualquier hora del día.

Todas estas formas de violencia que no parecen existir y de la que nadie se siente responsable son parte del terror sembrado por los más poderosos sobre los más débiles, un terror con miles de millones de víctimas a sus espaldas que han tratado de tapar inventando lo que se podría llamar también el “terrorismo de impacto”, el del tiro en la nuca o el de los atentados sangrientos con coches o trenes bomba, aquel que aparece en las televisiones de todo el mundo, el que es condenado por intelectuales prosistema y que sirve para engañar a millones de ciudadanos como la única forma de terrorismo.

Pero  para el que todavía dude, le invito a comparar. Si el terrorismo oficial ha causado unos cuantos miles de muertos en uno o dos siglos, el terrorismo no oficial expuesto aquí deja la friolera de miles de millones de muertos a lo largo de miles de años, además de miles de millones de  engañados, estafados, desplazados y esclavizados.

Por ello, todo espíritu que se precie a cuestionar el status quo, debe juzgar cuál es el verdadero terrorismo, si las acciones excepcionales de unos cuantos encapuchados, provocados y fanatizados en su mayoría por los propios gobiernos para justificar cierto tipo de intereses o aquellas que perpetramos y consentimos a diario en mayor o menor grado tanto ellos como el resto de los humanos.

6 de enero de 2015

Una condena rotunda a la dominación humana

Analizado de forma objetiva, la historia de la dominación humana en  el planeta Tierra ha alcanzado con la modernidad su momento más álgido y a la vez el más drástico, dado el nivel de destrucción que trae consigo. De forma gradual se puede decir que el ser humano civilizado se fue extendiendo al mismo ritmo que lo hacía la agricultura y la ganadería, lo que fue el principio de la dominación. Estos dos hechos son dos de los primeros pasos en pos de un control del medio que permitirían a su vez un mayor flujo de migraciones humanas por varios continentes al mismo tiempo que un aumento de la población.

La rueda en forma de cadena giratoria estaba servida, pues a más población más demanda de necesidades, más migraciones, y así sucesivamente. Al mismo tiempo, un mayor contacto entre formas de sociedad distintas trajo no solo una adopción de métodos nuevos de producción sino también un conflicto de intereses. Esto quiere decir que es más acertado pensar en una expansión humana motivada por las circunstancias externas y el instinto biológico de reproducción que por la propia voluntad de guiar su destino. Bien que una pequeña sociedad aislada de humanos pueda conseguir un mayor control de su voluntad pero cuando ya dejan de ser aisladas y se da un continuo contacto entre ellas, sólo puede esperarse una evolución motivada por las circunstancias externas.

A pesar de que se puede afirmar que un cúmulo de hechos motivara en gran medida la expansión, a nivel cultural se derivaron ciertas predisposiciones al control. De alguna forma, el humano antiguo llegó a comprender que intervenir directamente en la producción de los recursos de la tierra en vez de recolectarlos o domesticar animales en vez de cazarlos le proporcionaba supuestas ventajas, y esto hizo que lo viera como una forma de controlar la naturaleza a su voluntad. Por supuesto, lo que no podía imaginarse era el potencial de extensión que podría llevar aparejado. Así, las primeras intenciones de esta especial forma de dominación -que por cierto ni mucho menos ha sido la única ni la más larga en el tiempo: los dinosaurios dominaron durante muchos millones de años- al principio no tenían consecuencias de ningún tipo, pero lo que empezó como una pequeña dominación con idea de control aislado en una zona geográfica del planeta acabó en una forma de dominación devastadora a nivel planetario, absolutamente descontrolada -dado el nivel de destrucción ambiental- y criminal -por el exterminio de millones de formas de vida que supone- y que además es portadora de una seria amenaza de un nivel de destrucción muchísimo mayor pero imposible de determinar.

Si afirmamos que la dominación humana está descontrolada es precisamente por esto, y que además tiene la característica fatal de la depredación exclusiva, esto es, el ser humano se sale de la pirámide trófica porque es una especie de omnívoros que no tiene depredadores y que además tiene un alto poder de reproducción. Con todo, no solo se ha salido de la norma animal por cuestiones biológicas, sino culturales y sociales. Esto sólo puede hacer romper el equilibrio natural, el orden establecido, la vida funcional de los ecosistemas y la pérdida de la biodiversidad, fenómenos que en muchas ocasiones son irrecuperables.

Si la dominación de los dinosaurios - si es que se puede llamar así- duró tanto tiempo es porque no se trataba de ninguna forma de depredación exclusiva. Los dinosaurios sí que estaban integrados en la pirámide trófica, puesto que los carnívoros depredadores eran pocos y los herbívoros eran la mayoría. No modificaban su hábitat ni lo destruían. Solo un hecho fortuito -por el cuál recordemos que estamos aquí- acabó con esta forma de “dominación controlada”, pero no nos confundamos, los dinosaurios sólo eran animales sin intención ninguna de dominar ni controlar nada y es por esto precisamente por lo que duró tanto y duraría todavía.

En comparación, la dominación de los humanos es una mota de polvo en el tiempo, única y especial porque es intencionada y guiada por circunstancias más culturales que biológicas y si decimos que está descontrolada es porque está destruyendo su propio hábitat (y probablemente a sí mismo).  El hecho de tratarse de un animal con un potencial racional creciente y una tendencia hacia la socialización han contribuido a aumentar los riesgos de la expansión y sus terribles consecuencias.  

Sea como fuere, motivada o no, la evolución de los humanos derivó en la dominación natural, tanto de los recursos orgánicos como inorgánicos. De los primeros, las plantas y los animales fueron los dos principales objetivos, ya que proporcionaban alimento, vestido, y otros usos. De la extracción de los recursos inorgánicos derivó la extensa extracción de minerales, metales, fuentes de energía para fabricar todo tipo de armas, infraestructuras y objetos. El avance fue más o menos gradual hasta la era industrial y tecnológica en la que el nivel de destrucción se multiplicó de forma explosiva, porque además permitió a su vez un aumento explosivo de la población humana y por tanto un aumento de la demanda de recursos.

Este panorama que hemos descrito permite hacer un juicio de valor probadamente racional que todavía muchos críticos se empeñan en obviar: no se trata solamente de que la humanidad sea incompatible con la naturaleza salvaje, algo que queda sobradamente demostrado, sino que se puede afirmar con total rotundidad que la humanidad es un error evidente de la naturaleza salvaje. Solamente esperamos que no sea letal y que se pueda recuperar cuando la voracidad humana remita o llegue a su fin.

Los estragos que resultan de la dominación humana sobre el medio natural han influido también drásticamente en quienes han contribuido y contribuyen a la destrucción, que son prácticamente todos los humanos del planeta Tierra. Si la era industrial ha disparado los niveles de destrucción, ha servido también para forjar una ideología milenaria que defienda la dominación que se deriva de ello como una obra sublime. Esta ideología representa la arrogancia humana que se otorga el derecho de dominar y utilizar a su antojo todo recurso natural, y por cierto que no sólo es atribuible a las mentes más enfermas, aquellas que ansían más poder, a mayor o menor escala, sino también al resto de personas que sin darse cuenta la practican en su día a día.

Esta ideología afecta de gravedad a todo el conjunto de la humanidad moderna, civilizada o como quiera catalogarse y se contagia como si de una transmisión genética se tratase. Al fin y al cabo, de forma individual todos los humanos ejercen algún tipo de dominación sobre seres más débiles que ellos -no necesariamente considerados inferiores- a pesar de que no sean conscientes o de que muchos se empeñen en negarlo. Pero admitirlo es un primer paso.

Hoy ya son unas pocas mentes las que se han rebelado contra las cadenas del sistema de dominación dándole la espalda hasta donde se pueda, un reto supremo que bien merece tenerse en cuenta. Un esfuerzo que durará toda una vida y que podría suponer el principio de una revolución a escala mayor.





17 de diciembre de 2014

Los juegos de azar como forma de alienación de las masas

Entre los numerosos vicios del humano moderno podemos hallar en los juegos de azar uno de los que más atacan los valores morales. Si la creación del dinero tuvo como motivo principal la del intercambio de bienes derivados de crecientes necesidades y punto, su desarrollo ha creado multitud de usos que han desvirtuado absolutamente su esencia. Ejemplos como la creación de los bancos como entes para administrar las grandes cantidades de valores monetarios o la del complejo juego de la bolsa como forma de hacer dinero a partir de dinero, ya puestos, ¿por qué no inventar juegos en los que participara la población como un derecho para ganar dinero y que combinaran la suerte, el azar y las probabilidades?

Desde las apuestas deportivas hasta la gran oferta de sorteos de lotería, pasando por las máquinas tragaperras, las salas de casinos o bingos, todos ellos tienen en común dos alicientes: la competitividad propia del juego y el atrayente premio del dinero, porque sin recompensa por ganar, no habría aliciente y tampoco, mal que les pese a los ludópatas, adicción.

Pero no caeremos en el error de centrar el sentido del artículo en los casos derivados de adicción, que no dejan de ser por otra parte una consecuencia lógica, sino en el riguroso análisis de la esencia del juego en sí y sus peligros en las sociedades modernas.

La base de un juego es la competición y esto quiere decir solamente una cosa, a saber, que el juego como tal solamente puede darse en sociedades con cierto grado de competitividad en su modo de vida. Esto no es óbice para que posea otras motivaciones como la propia distracción, es decir, jugar por el simple placer de pasarlo bien. Lamentablemente, este placer tiene un potencial enorme que tiende a fluctuar dependiendo de la evolución de cada sociedad.

El juego en una sociedad pequeña, simple, sin dinero como medio de intercambio ni competitividad, el juego es pura distracción. El juego en una sociedad creciente, que tiende a lo complejo, que inventa el dinero como medio irremediable de intercambio y que centra su sistema económico en la competitividad entre sus miembros, desarrollará inevitablemente la competición en el juego como única motivación y peor aún, la recompensa del dinero como aliciente.

Sin duda, la competitividad es un motivo de alienación muy suculento para el control de las masas por parte del poder, ya que crea numerosos sentimientos encontrados en quiénes la practican -que suelen ser la mayoría-, ansias de ambición, de llegar más lejos que el resto, de caer en envidias y de hacer cada vez más dinero como signo de incrementar el status. Así, los juegos deportivos y sus respectivas apuestas asociadas o los juegos tipo casinos son un ejemplo de ello.

Los juegos en los que únicamente interviene el azar carecen del sentido de competitividad propio de los juegos ya mencionados, sin embargo no dejan de ser formas alienantes porque de alguna forma extienden la idea de que con el azar cualquiera puede ganar sin que tenga que emplear ninguna técnica para ello, excepto cuando irracionalmente algunos creen que pueden intervenir y controlar los números ganadores. Además, estos juegos son gestionados y administrados por el estado, uno de los grandes estandartes del poder y gran interesado en mantener a las masas alienadas. Basta con echar boletos o marcar números al azar y esperar que toque. Se trata de un juego en el que solo hace falta dinero para poder participar y muchísima gente para aumentar la emoción, ya que uno de los imperativos es la ínfima proporción de ganadores, consiguiendo con esto que millones de personas derrochen enormes sumas de dinero a lo largo de toda su vida.

De hecho, ignoro si habrá estudios sobre esto, pero es fácil deducir que la inmensa mayoría de los que juegan regularmente a los sorteos de lotería, primitiva, once o cualesquiera sean,  habrán perdido a lo largo de sus vidas más dinero del que hayan podido ganar. Unos pocos lo recuperarán y muy pocos se harán efectivamente ricos. Los peores casos, que no dejan de ser muchos, habrán desarrollado una grave adicción a dejar gran parte de su poder adquisitivo en invertir boletos que siempre perderán, así que confiar únicamente en el azar es algo que supone no solo un derroche de dinero, sino una gran estupidez.

La otra parte negativa que dejan los juegos de azar es la aportación que supone al desarrollo de antivalores. La lotería ofrece enormes sumas de dinero a los pocos que ganarán y además ha invertido a lo largo de toda su creación altísimas sumas de dinero en publicidad para extender la idea de cuán importante es hacerse rico sin hacer nada, y cuán importante es el dinero en nuestras vidas porque “con dinero todo se puede alcanzar”. Se crea con ello una contribución a adorar más todavía al dios del dinero fortaleciendo su poder. Y además se fomentan valores negativos como el materialismo, la ambición, la envidia, la estupidez, la histeria y la falsedad, propios de la sociedad moderna.

A nivel de masa, existen en muchos países algunos días al año señalados para que millones de personas desaten la histeria colectiva participando en los sorteos de lotería nacional, como por ejemplo el típico sorteo de la campaña más falsa del año, la navidad, dejándose gran parte de su dinero que utilizará una parte el estado para repartir los premios y para no se sabe qué el resto. Un derroche de dinero descomunal que podría servir para otros asuntos más importantes que repartir premios y de los que muchas veces se habla, pero que nadie dice de quitárselo a este gran tinglado porque “para muchos es la única posibilidad de hacerse ricos” (aunque sepan que es más probable que te mate un rayo a que te toque la lotería). 

Y si uno quiere comprobar el nivel de adoración y adhesión que reciben este tipo de juegos no tiene más que buscar alguna crítica en internet que no hallará ninguna. Todo son alabanzas promocionando “el bien social que promueve la lotería”. Incluso entre aquellos movimientos que pretenden que el mundo mejore, es más fácil y emocionante movilizar a las masas con falsas promesas que esforzarse en desgranar la fuente del mal de raíz; es más fácil dejarse llevar por los fenómenos alienantes que permiten al sistema perpetuarse que buscar la forma de cuestionar la propia esencia de dichos fenómenos y a quiénes interesa. En realidad, inconscientemente o no, estos movimientos supuestamente heterodoxos no analizan nunca la raíz del mal, sino cómo poder absorber mejor el mal sin que nada trascendente haya cambiado.


30 de noviembre de 2014

El engaño de las ecociudades

Con la llegada de la moda verde han surgido multitud de propuestas excéntricas que pretenden cohesionar la caótica vida en la ciudad con la conservación del medio natural. Nada más lejos de la realidad, pues es impensable que una especie como la humana que durante siglos ha pervivido gracias a su dominio hacia la naturaleza, pretenda ahora restaurar el equilibrio sin cambiar un ápice su concepción principal de la misma. Aquellas mentes obtusas que quieren cambiar la fachada sin cambiar el interior adolecen de pura soberbia por la humanidad. No analizan los daños ni los peligros y por si fuera poco no solo se engañan a sí mismos, sino al resto de personas que a su vez se dejan engañar.

El proyecto de convertir las ciudades en espacios compatibles con el equilibrio natural es uno de los mayores disparates que se pueden escuchar. No sólo es contradictorio, es insultante. Se pretende hacer creer que se pueden cambiar las nefastas consecuencias de daño ecológico que saben producen las ciudades sin cambiar en absoluto el ritmo de vida de las mismas, sin plantearse aún menos la raíz de todos o parte de los problemas.

Incomprensiblemente se mencionan continuamente problemas de contaminación, calentamiento global, extracción de materias primas o eficiencia energética sin cuestionarse el culto por el consumo, la invasión de la industrialización, el urbanismo o la tecnología, en relación con la dependencia del medio natural o en otro nivel más concreto, el uso masivo del vehículo privado, de la carne industrial, la especulación urbanística, el aumento descontrolado de población, etc. Es decir, se pretende acabar con males como aquéllos, sólo modificando la forma de producir y consumir. No se buscan las causas directas ni se buscan las relaciones entre unas cosas y otras.

Por si fuera poco, el discurso de esta propuesta que por desgracia se ha generalizado incluso a gran parte del movimiento ecologista, muestra evidentes incongruencias como querer compatibilizar un sistema económico cuya base fundamental es el crecimiento tanto de personas como de medios materiales o del vicio de la competitividad con hacer de los lugares físicos sitios sostenibles e integrados en el medio natural. Además, como no podía ser de otra manera, este discurso cae en el ingenuo error de pensar que la tecnología nos salvará del desastre, como dando a entender que en un futuro cercano los recursos tecnológicos se extraerán de la nada por arte de magia sin crear ningún perjuicio a la naturaleza, otro de los grandes disparates de la modernidad.

Desde su concepción, las ciudades son núcleos de crecimiento continuo, tanto de humanos como de bienes físicos y materiales. Además, el proceso de urbanismo, ya sea gradual o explosivo trae aparejados varios fenómenos que resultan inmanentes a toda creación de una ciudad y que a su vez resultan opuestos a toda forma de restaurar el equilibrio natural:

-Artificialismo. Este concepto inventado se define por la obsesiva transformación de materias primas naturales en productos no naturales que se convierten en sustitutorios de la naturaleza, pero que no lleva implícito ni mucho menos una independencia de la misma.

-Crecimiento continuo de todo, tanto de personas como de bienes materiales, lo que lleva a un aumento consecuente de las necesidades y por tanto del consumo.

-Complejización en las relaciones sociales y económicas, motivado por el desarrollo y exceso de sistemas de jerarquización, de normas sociales, etc. Sistema económico basado en la competitividad y el ánimo de lucro.

-Exceso de control de la sociedad por parte de los grandes poderes, culminado en el control mental que requiere un exceso de mecanización y tecnologización.

-Represión y pérdida gradual de los valores humanos esenciales y valores morales, de reflexión, de análisis crítico, de autojuicio y de voluntad para el cambio.

-Fatal combinación de estos procesos con la alienación total de las masas, su degradación espiritual y su sometimiento inconsciente basado fundamentalmente en el hedonismo crónico, en la expansión de masas de autómatas que actúan como si vivieran en un mundo normal y maravilloso.

-Invasión del espacio natural, su inevitable esquilmación, destrucción de ecosistemas y degradación ambiental.

-Expansión global planetaria de miles de núcleos urbanos, que multiplica los problemas a niveles descomunales.

Por lo tanto, ¿cómo sería posible tratar de hacer de las ciudades -lugares que abarcan todos estos fenómenos y más- espacios integrados en el orden natural sin empezar siquiera a cuestionar alguno de estos fenómenos mencionados? ¿Cómo sería posible hacer de las ciudades espacios ecológicos y sostenibles en el tiempo mientras se siguieran produciendo dichos fenómenos? Sencillamente no lo es. Todo responde a una oferta de solución que no es más que un fraude, un lavado de imagen de las empresas y gobiernos -en connivencia con la vanguardia del movimiento ecologista-, responsables directos de la mitificación de las ciudades, ante las advertencias drásticas de las últimas décadas lanzadas por ambientólogos, científicos y paradójicamente por el propio movimiento ecologista.

Sin embargo, no se puede obviar que el propio movimiento ha tenido mucho que ver ante el surgimiento de engaños tan evidentes como estos debido en gran parte a su total falta de cuestionamiento hacia el modo de vida impuesto de crecimiento invasivo, de reproducción humana sin límites, del culto al progreso, signos principales de la civilización; lo que lleva a dudar si estas propuestas absurdas no han salido de la sección más tecnófila del propio movimiento.

¿Qué son las ciudades en realidad? Son núcleos masificados de humanos consumidores descomunales de recursos, movidos por el progreso, las adicciones y la moda, e inconscientes de que mientras crean mundos artificiales y alejados de la naturaleza, lo que hacen es arrasar y destruir gran parte de la misma; sin embargo, dependen absolutamente de ella para vivir y seguir creciendo.

La única forma de conseguir una integración armónica del ser humano futuro -que no humanidad-, en el medio natural, empieza por el cuestionamiento de la esencia misma de las ciudades y todos los nefastos fenómenos socio-económicos que llevan aparejados, el cuestionamiento de su altísimo poder de destrucción, el rechazo de cualquier reforma que no empiece por cuestionar los verdaderos males que las caracterizan.

Pero al mismo tiempo que se cuestiona, se deben fomentar propuestas que aboguen por la autonomía de las personas, la independencia del trabajo asalariado e industrial, acompañado de una intención revolucionaria decrecentista -tanto poblacional como material-, así como propuestas que fomenten una vuelta inevitable a formas de vida rural, indudablemente más sensatas que la destructividad criminal de las ciudades.