9 de abril de 2015

Cazar y pescar por diversión es asesinar

Mucho ha cambiado la forma en que el ser humano se ha relacionado con los animales -si es que al acto o proceso de domesticación se le puede llamar relación-. Evidentemente no lo es, ya que se trata de un acto impositivo en el que el humano siempre ha salido victorioso, aprovechando sus ventajas evolutivas. Previamente a la domesticación, la acción de cazar era sin duda más noble en tanto que la lucha era de igual a igual, al menos en las primeras formas de caza. El humano cazador veneraba a los animales que se veía obligado a dar muerte por considerarse una parte integrante más de la naturaleza. No obstante, en dicho período, la caza evolucionó hacia una cierta especialización de las técnicas, lo que posibilitó con el tiempo mayores ventajas y mejores resultados, y probablemente el preludio del sometimiento.

El paso gradual a la domesticación estuvo integrado en una serie de cambios trascendentales como el sedentarismo o la agricultura y si bien se seguía haciendo por pura supervivencia, la relación con los animales cambió definitivamente, y por supuesto lo hizo a peor. Dado que ya no había lucha de ningún tipo, el ser humano empezó a sentirse superior. Sin embargo, durante muchos años, domesticación y caza coexistieron a la vez hasta que la extensión de las técnicas agrícolas y ganaderas se acabaron imponiendo por cuestiones elementales. La especialización en el trabajo y el incremento poblacional propiciaron un aumento constante de dichas técnicas.

Aún así, el vestigio cazador ha perdurado en el tiempo, pero la excusa ya no es la supervivencia del hombre primitivo, ni siquiera se caza para comer, ya que tanto la ganadería tradicional como la industrial abastecen a la mayoría de la población de productos animales sin que nadie tenga que recurrir a la caza. La otra minoría, que constituye una excepción al mundo civilizado, la representan grupos salvajes que aún sobreviven a la civilización y que todavía recurren a la caza o la pesca como un acto básico para su sustento, continuando las costumbres de sus antepasados prehistóricos.

Pero al margen de las escasas tribus primitivas de la actualidad, cuyas motivaciones para cazar son bien distintas, la caza en la era civilizada se practica más como un acto de diversión que de necesidad y por ello es ante todo cuestionable, precisamente porque no solo no se hace por la misma motivación, sino que ésta ha sufrido una degradación en su esencia: cazar por supervivencia es justificable moralmente -al menos en el contexto prehistórico-, pero cazar únicamente por diversión no puede serlo nunca. La otra explicación concluyente es que la caza por diversión fue un producto motivado por la propia domesticación animal y su consecuente consideración como recurso para el ser humano, que llevó a usar a los animales no solo como alimento, sino como vestimenta, como experimentos científicos y como espectáculos o deportes. Para el sentido de este artículo no sirve aludir a un contexto histórico diferente en el que cazar por supervivencia puede estar justificado, ni tampoco recurrir a casos hipotéticos que no vienen a cuento.

En un mundo en el que disfrutar a cualquier precio es considerado como algo con pleno derecho y de una prioridad absoluta, la caza por diversión o deporte ha sabido adoptar esta tendencia para justificar su actividad y hacerla lícita, convirtiéndose así con el tiempo y más recientemente en la afición de muchas personas.

No es de extrañar por tanto que muchos de los argumentos a los que recurre el defensor común de la caza estén falsamente fundamentados, al igual que el propio sistema recurre a la publicidad y el consumo como arma de enganche para impregnarnos la idea de que la diversión y el bienestar están por encima de cualquier cosa. Estos argumentos, que nos recuerdan mucho a los argumentos que defienden la tauromaquia, dicen que los animales no sufren cuando son tiroteados o atrapados por trampas (probablemente por empeñarse en continuar aquella absurda idea de Descartes de hace siglos de que “los animales eran cosas”) o aquellos que recurriendo a la tradición presentan la caza como una actividad que ha acompañado al ser humano siempre y no es que no sea cierto, pero como hemos demostrado aquí, las motivaciones distan mucho de ser las mismas.

Aunque el argumento más recurrido por parte del cazador moderno es de carácter ecologista. Así, no dudan en falsear la realidad diciendo cosas como que “la caza ayuda a mantener el equilibrio natural porque evita la superpoblación de ciertas especies”, cuando en la naturaleza siempre se tiende a la regulación de las especies gracias a la pirámide trófica. Antes al contrario, la caza indiscriminada ha puesto en peligro de extinción a diferentes especies de animales. Seguramente la especie que se sale del equilibrio natural es la especie humana, probada está su tendencia a crecer desproporcionadamente y a los cazadores jamás se les ocurriría cazar humanos.

Pero no podemos olvidarnos de la pesca deportiva, cuyas motivaciones son básicamente las mismas que la caza, a pesar de que se puedan utilizar distintos métodos. El hecho de que la  pesca como deporte -si es que se puede denominar deporte - pueda parecer una actividad más relajante y menos violenta es tan sólo aparentemente a ojos vista, dado que la muerte por asfixia o atravesamiento por anzuelos causa un dolor atroz en los peces. Es quizás el hecho de la poca empatía que sentimos hacia estos animales además de la obtusa negación de que sienten igual dolor que el resto lo que hace que se considere esta actividad como algo inofensivo y permisible.

Asimismo, la pesca sin muerte, presentada como un acto de compasión, no es más que otra forma de falsear la realidad, cuyas consecuencias son aún peores, ya que si bien no se provoca con ello la muerte instantánea del pez, el hecho de engancharlo con el anzuelo y arrojarlo luego al agua le ocasiona heridas letales que le provocarán una muerte más agónica si cabe.

Por tanto, si se admite con todo rigor que la caza y la pesca actual solamente tienen una motivación por el placer de practicarla no se puede negar que lleve consigo un elemento de sadismo patológico que la hace si cabe más condenable aún por su grado de inmoralidad. En la caza por deporte o diversión ya no hay lucha de ningún tipo sino un acto de pura cobardía: el animal es perseguido, acosado y masacrado sin piedad alguna y posteriormente humillado, exhibido como trofeo para el regodeo de unos cuantos.

Actualmente y por suerte, hay datos que evidencian un declive de la caza al menos en España. El número de licencias concedidas para esta actividad ha bajado de un millón y medio de hace unos veinte años a unas ochocientas mil de la actualidad. Al margen de los datos estadísticos, existe un cuestionamiento cada vez mayor estimulado en gran parte por los argumentos en defensa de los animales y del ecologismo, lo que ha provocado una lógica preocupación de sus defensores, cuya reacción no se ha hecho esperar, elaborando discursos más extensos y retorcidos o incluso convocando manifestaciones públicas aludiendo a la dignidad de su actividad. Pero recordemos que la caza sigue siendo una actividad legalizada, sigue recibiendo ayudas públicas y además goza de la representación lamentable de políticos y famosos de tres al cuarto haciendo ostentación pública de su afición mediante la exhibición de los trofeos.

No obstante, es oportuno recordar que quienes hacen las leyes hacen la trampa, y quienes las defienden por norma, siempre acaban cayendo en ella. Por otra parte, el hecho de que esta actividad sea defendida por personajes que gustan del reconocimiento popular no deja de ser un motivo mayor para su rechazo incondicional.

Por supuesto, la condena de la caza deportiva no debería estar al margen de la condena a la ganadería industrial como fuente de recursos alimentarios u otras prácticas de abuso humanos contra los animales. A pesar de que la ganadería industrial globalmente mata muchísimos más animales y probablemente contribuye a un mayor sufrimiento de éstos que la caza o la pesca deportiva, ambas prácticas son hoy en día innecesarias para aquellas personas que viven en el contexto civilizado, o sea todos los que puedan leer esto.

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