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23 de agosto de 2016

Sociedad nociva

A marchas cada vez más rápidas la sociedad moderna avanza hacia su propio suicidio mediante el estado demencial y perverso de sus miembros. Pero el calibre de demencia que está adquiriendo la sociedad por culpa fundamentalmente del avance tecnológico deja a su alrededor un grado inconmensurable de nocividad imposible ya de percibir por los individuos, imbuidos en vidas sin sentido y abducidos por el dogma del progreso. Tan grave es su grado que apenas hay ya posibilidades de mitigar la lamentable situación y menos revertirla. Se trata de un cáncer en estado de metástasis. La nocividad se extiende a todos los ámbitos del sistema de vida humano y peor aún, alcanza a casi todos los ecosistemas ajenos a la especie dominante. Empezando por las necesidades físicas más básicas como la alimentación, en donde miles de alimentos son fuentes de enfermedad física y mental, hasta aquellas cuestiones psicosociales y convivenciales entre la masa de individuos que solamente se basan en el fenómeno de masa, pasando por el régimen de embrutecimiento e indiferencia hacia el resto de formas de vida que pueblan el planeta.


Nocividad alimentaria.

Como decimos, la forma de alimentarse del humano-masa de la sociedad moderna es un auténtico desastre, un continuo hartarse hasta la saciedad de alimentos prefabricados e industriales, llenos de sustancias químicas y tóxicas que provocan trastornos y enfermedades nuevos en el organismo que las ingiere y que cada vez más está provocando muertes prematuras.

En primer lugar, destaca la cantidad de comida que ingiere el humano medio de las sociedades modernas, mucho más en general de lo que debiera, se añade a esto la cantidad de alimentos de origen animal altamente procesados, procedentes de animales explotados en condiciones perversas de hacinamiento e hinchados de antibióticos y hormonas para el engorde, incluidos peces en piscifactorías, que representan ya más de la mitad del pescado consumido en todo el mundo.

En segundo lugar destaca el grado de adicción que las empresas del sector incluyen a sus alimentos para aumentar las compras y crear sujetos adictos legales, más propensos a enfermar y consumir más medicamentos innecesarios. Alimentos como el azúcar refinada, usada en miles de productos, incluso productos supuestamente salados, la proteína del gluten, usada en alimentos tradicionales como el pan o la pasta y que se ha probado ya su relación en enfermedades de todo tipo incluido enfermedades neuronales, o el queso -y los lácteos en general- como uno de los alimentos más adictivos que existen, probado ya en varios estudios de nutrición. Este propósito de crear consumidores adictos no solo viene dado por las sustancias físicas en sí que contienen los alimentos, pues también contribuye el grado de engaño que contienen los anuncios publicitarios en los medios tecnológicos de comunicación.

Dentro del ámbito de la alimentación cabría destacar también el vital consumo del agua, y del que muchos estudios lo relacionan con la acidez del organismo y por tanto de ambientes propensos a la enfermedad por consumo de cloro, flúor o metales pesados, pero también por otras sustancias tóxicas incluidos restos de medicamentos que no depuran las plantas de reciclaje del agua destinadas a este fin. Este es el precio de vivir con agua corriente.

Dadas estas pésimas formas de alimentarse de la población moderna y sin haber entrado en detalles mayores, el hecho de que quienes fomentan esta forma de alimentación solo para engordar su bolsillo están de alguna forma induciendo a la muerte prematura de millones de personas, incluidos ellos mismos -también son consumidores de lo que ellos venden y promocionan- es el resultante de un sistema rematadamente pueril pero a la vez perverso. ¿Cómo puede llegar a cegar de tal forma el hecho de querer ganar más y más dinero a costa de empeorar la salud de la gente y del planeta? A pesar de ser casi todos los consumidores inconscientes del problema, bien podría decirse que este es el resultado de un plan premeditado.


Nocividad en la medicina.

En clarísima connivencia con la perversa industria alimentaria, se haya la aún más perversa industria farmacéutica, que no sólo vive de la mala alimentación de la masa sino que obtiene enormes sumas de dinero por los trastornos y enfermedades que crean en el organismo los alimentos industriales. Esta podría ser perfectamente una de las demencias de la sociedad moderna: promover la enfermedad del cuerpo del individuo -aunque también de la mente- para que otros se lucren por ello, pero la paradoja más cómica es que quienes se están lucrando también son consumidores, o sea, se lucran por envenenarse ellos mismos. Sin embargo, la industria farmacéutica goza de enormes beneficios y de una gran influencia en el sistema legal y político.

Los medicamentos más usados solo sirven para paliar los síntomas de la enfermedad originada por una deficiente alimentación y los malos hábitos de vida en general, jamás para atajar sus causas, algo que sería propio solamente de una alimentación natural libre de nocividad y hábitos de vida preindustriales. Además, normalmente los medicamentos dejan una gran cantidad de efectos secundarios en el resto de zonas no afectadas por la enfermedad, que a la larga pueden provocar otro tipo de trastornos que requerirán otro tipo de medicamentos.

Por otra parte, al igual que los productos destinados a la alimentación, muchos de los medicamentos recetados tienen un alto grado de adicción en los pacientes que le hacen depender de él incluso cuando no los necesita, favoreciendo el efecto placebo que ataca directamente a la mente y logrando una adicional suma de beneficios.

A todo esto contribuye una creencia popular sesgada que se ha instaurado en las sociedades modernas y que se traduce en una confianza ciega en la medicina convencional, tan alejada de la medicina natural basada en la prevención de la enfermedad mediante la alimentación natural y hábitos de vida no industriales, practicada tradicionalmente en las poblaciones rurales tan cercanas al medio natural y al saber curar mediante las plantas. Al mismo tiempo esta confianza ciega conlleva el rechazo, escepticismo e incluso el desprecio mediante burla de la medicina tradicional y naturista. Pero el tiempo pondrá cada cosa en su lugar.


Nocividad por consumo de sustancias tóxicas

La adicción a otras sustancias no alimenticias comúnmente llamadas drogas roza lo absurdo de una sociedad ya de por sí absurda. No entraremos aquí en el debate manido de si deben ser legales o no, pues queda demostrado que la legalidad de una sustancia cualquiera apta de ser ingerida por el ser humano no tiene porqué tener relación con su grado de adicción o toxicidad, de hecho hay productos alimenticios legales más adictivos y dañinos para el organismo que otros consideradas drogas ilegales, o peor aún, drogas sintetizadas legales como el tabaco que provocan más muertes que otras no legales como la cocaína. Esto no quita que las drogas ilegales no sean dañinas. El problema es que toda forma de droga legal o ilegal consumida mayoritariamente ha sido adulterada, ya no tiene apenas nada de sustancia natural, consiguiendo con esto que su consumo provoque daños a menudo irreversibles en el organismo.

El tabaco es quizás el mejor ejemplo del absurdo pues a pesar de que probablemente haya descendido su consumo por la guerra antitabaco de los últimos años, sigue aún siendo muy alto entre la población y entre los jóvenes, más vulnerables a engancharse. El tabaco tiene todos los aspectos que puedan asociarse a la nocividad: es una droga totalmente adulterada, su consumo es antinatural e innecesario para el organismo, empieza en edades muy tempranas, su consumo es legal y está visto como normal -hace apenas unas décadas hasta estaba bien visto y era signo de status social- y sin embargo es la droga más consumida en el mundo y la que más enfermedades y muertes causa.

La cocaína es otro ejemplo de droga adulterada cuyo consumo vía nasal es antinatural e innecesario para el organismo y cuyos efectos son quizás más dañinos a corto plazo que el tabaco, pero sin embargo ni por asomo es tan consumida por tanta gente ni su consumo está bien visto ni es normal. Se puede ver a cualquier persona fumando en la calle como algo normal pero a nadie se le ocurriría esnifar una raya de cocaína en el mismo lugar; el estado hace campañas contra el consumo de cocaína pero no contra el consumo del tabaco ya que tiene la potestad absoluta de considerar bajo interés económico qué drogas deben ser legales y cuáles no.

En cuanto al alcohol es más difícil saber o dilucidar si su consumo es antinatural, ya que el proceso de fermentación de ciertas frutas o verduras es algo natural. Probablemente tenga que ver más con la dosis que se ingiere pues su consumo oral está asociado al consumo de líquido normal que el organismo necesita y en dosis pequeñas podría resultar hasta beneficioso. El problema es cuando crea adicción pues sus efectos son desastrosos y muchas veces mortales. Con todo, su consumo no está tan generalizado como el tabaco y en ciertos ambientes o circunstancias está totalmente desaconsejado e incluso prohibido por los rápidos efectos que provoca en el comportamiento.

Del resto de drogas sintéticas utilizadas mayoritariamente entre la población más juvenil, por tanto más inconsciente e inmadura, cabe poco más que añadir, salvo que quizás su estado de prohibición rodea a su consumo de un misterio aún más atrayente para el joven más vulnerable, que muchas veces las toma como forma de buscar sensaciones nuevas que le aporten una vía de escape a la nefasta rutina en que se va transformando su vida de adolescente.


Nocividad tecnológica

De entre todas las formas de nocividad esta es con seguridad la más dañina por ser la menos aparente para casi nadie, de hecho muchas personas que ahora se empiezan a preocupar por su alimentación o la del planeta apenas invierten tiempo en analizar su dependencia con los medios tecnológicos domésticos que más nos invaden como el teléfono móvil, el ordenador, el coche o la televisión; y este es el gran peligro de la tecnología: la creencia de que carece de nocividad alguna, tal es su inserción en la idea arraigada del progreso, tanto que podría afirmarse que la tecnología es el motor del progreso, es el mejor indicador de que el progreso funciona y marcha a todo tren y es quizás la mejor forma de atraer a la gente hacia esta creencia. El efecto más negativo de la tecnología es que afecta exclusivamente a los aspectos superficiales de la mente y nunca a los aspectos espirituales. El resultado es que el ser humano moderno llena su gran vacío espiritual con superficialidad tecnológica.

Los nuevos adoradores de la tecnología también están siendo inconscientes al desdeñar los riesgos que supone para la vida humana y la del planeta. Ya no solo se trata de los efectos físicos que numerosos aunque silenciados estudios han probado que crean ciertos aparatos tecnológicos al organismo: efectos y cambios en el funcionamiento del cerebro, efectos negativos en la vista, pérdida de audición, contaminación electromagnéticas por ondas, relación con diversas formas de cáncer, etc.; tampoco se trata solamente de los efectos psicológicos: adicción, depresión, envidias por no tener el aparato del vecino, etc. Se trata fundamentalmente de las transformaciones vertiginosas que se derivan directamente de la aparición de nuevos aparatos o nuevas aplicaciones exclusivamente tecnológicas, su omnipresencia en todos los ámbitos de la vida, incluso en aquellos colectivos que se manifiestan supuestamente detractores del sistema. La tecnología precisa que todo sea artificial y a la vez antinatural, y hoy por hoy precisa al cien por cien de materiales para su fabricación que provienen del medio natural mediante formas de explotación humana y el exterminio de miles de individuos de otras especies, hasta tal punto que las empresas dedicadas a la comunicación viven de ello.

Pero quizás la parte más nociva de la tecnología es el riesgo y el peligro impredecible que encierra su potencial mediante nuevas formas tecnológicas futuristas como la robótica, la nanotecnología o la biotecnología, tan atrayentes para los técnicos y científicos como la droga para el drogadicto. Dada la velocidad cada vez mayor que imprime este fenómeno fuera de control, en poco tiempo podría revolucionar de forma definitiva la vida humana y acabar con toda esencia de vida tradicional y cercana a la naturaleza que durante muchísimo más tiempo ha predominado en la especie humana. De hecho, la novedad de la tecnología moderna supone tan solo una mota de polvo en relación a la historia de la evolución humana.

25 de octubre de 2015

Cinco mitos de la tecnología

El culto a la tecnología se ha extendido como un virus oculto en las sociedades modernas, más allá que cualquier religión del pasado, pues se propaga a la par que la reinante ideología del  progreso. Es alabado por casi todos los humanos y pocos escapan a su atracción. Pero como todo culto está fundamentado en mitos que resultan fácilmente desmontables:


“La tecnología es neutral, se puede usar tanto para el bien como para el mal”.

La tecnología simple usada por los humanos precivilizados puede ser catalogada como neutral ya que se componía básicamente de herramientas usadas por la mano humana, cuya energía era la que podía imprimir con su fuerza. En cambio, la tecnología compleja no puede ser neutral porque desde su evolución forma parte de un proceso de civilización progresivo, paralelo al proceso del progreso y más adelante del proceso de industrialismo y urbanismo, por ello ha sucumbido siempre al poder de las organizaciones más poderosas y de los técnicos que las dirigían. Un crítico de la tecnología dijo al respecto: la tecnología no es neutral porque aporta su propia racionalidad y el método para su uso. Una red de ordenadores o una fábrica de acero no se pueden utilizar como una simple herramienta; deben utilizarse tal y como han sido diseñadas y en combinación coordinada con una red de procesos complejos de apoyo sin los cuales su funcionamiento es imposible (David Watson).

Lo que fundamentalmente se está tratando aquí es la tecnología compleja, aquella que se compone necesariamente de códigos, medidas y números cada vez más complejos y aquella que precisa de fuentes de energía ajenas al hombre, cada vez más costosas de obtener. Se trata de una tecnología que siempre ha sido dirigida por grandes organizaciones y expertos cualificados, cuyo único objeto ha sido el de crear un mundo más creciente, complejo y dinámico. El proceso para crear cualquier innovación tecnológica es generalmente el mismo y solo es posible mediante la organización de unos pocos expertos sobre millones de personas. Para ello, es necesario un alto nivel de jerarquización y especialización -fenómenos derivados probablemente de la esclavitud- que irremediablemente contribuyeron a la creación de las clases sociales y el sentido del status.

La segunda parte de la frase es desacertada, porque uno de los mayores problemas que conlleva la tecnología no está en el objeto del uso, sino en su propio uso y desarrollo. Cuando alguien dice “la tecnología puede servir para fabricar algo bueno como un coche o para algo malo como una bomba atómica”, en primer lugar, cabría valorar hasta qué punto es mejor una bomba atómica que un coche, pues a la larga los coches han matado muchas más personas en poco más de un siglo que las dos bombas atómicas lanzadas por los americanos en los años cuarenta. Pero aun desestimando los daños colaterales que siempre dejan los coches y considerando que es un medio para transportarse mientras que la bomba atómica sólo sirve para matar, no puede negarse que el coche, al igual que otro vehículo motorizado no puede considerarse como un herramienta aislada, implica la totalidad del sistema (y de la cultura) de producción y de consumo: es una forma de vida (...). Un sistema de autopistas no puede considerarse un instrumento neutral; es una forma de gigantismo técnico y de masificación. (David Watson).



“La tecnología nos proporciona infinidad de posibilidades a elegir”.

Como afirmando que la tecnología nos ha legado la libertad. Pero ¿qué clase de libertad? ¿Aquella supuesta libertad para elegir entre millones de objetos materiales o servicios de toda índole? Con probabilidad este es el mito más degradante en el que se basa la trampa tecnológica, pues se ha confundido la esencia de libertad humana, independiente y autónoma de toda clase de poder o ideas, por aquella ficticia libertad del presente que nos ofrece la tecnología moderna. En realidad es al contrario, según ha avanzado el sistema y se ha hecho por tanto más complejo, el grado de libertad verdadera ha ido en disminución, sustituida por una suerte de libertad ficticia. Otro crítico de la tecnología escribió hace años sobre este problema: el sistema tiene que regular estrictamente el comportamiento humano para poder funcionar. Es necesario e inevitable en cualquier sociedad tecnológicamente avanzada que el destino y decisiones de los que componen la masa dependa de las acciones de personas que están lejos de él y en cuyas decisiones, por tanto, no puede influir. Esto no es algo accidental ni el resultado de la arbitrariedad de burócratas arrogantes (Ted Kaczynski).

Además, las posibilidades a las que se refieren a menudo con este argumento son aquellas que sólo puede conocer la masa en general, es decir, el resultado de todo el proceso tecnológico. El ciudadano común no tiene la menor idea ni interés en cómo se ha fabricado el producto que llega a sus manos ni las consecuencias que ha dejado tras su proceso de fabricación, pues solo le importa el resultado final. En resumen, el ciudadano tiene inevitablemente una dependencia absoluta del experto técnico y por ello se ve obligado a venerarlo.  



“La tecnología nos proporciona más cosas buenas que malas”.

Nuevamente se obvia que el problema mayor no está en el resultado final del uso que se le dé a la tecnología, sino en las transformaciones sociales y en especial los perjuicios que genera dicho uso. Pero si por un momento diéramos por supuesto que dichos perjuicios no son tales, centrándonos en los resultados finales, tampoco se puede afirmar con rotundidad lo que dice el mito de arriba. ¿A qué se refieren con cosas buenas y cosas malas? ¿cómo se puede dictaminar con rigor si algo es intrínsecamente bueno o malo? Si la mayoría de la gente tiene la certeza de que la tecnología proporciona más cosas buenas que malas es más por una falsa perspectiva de la realidad. La gente solo ve los placeres inmediatos que da la tecnología, gracias a su fidelidad a la ideología del progreso, considerado como bien supremo y en muchos casos, la falsa sensación de que a la larga siempre será un medio de salvación o de solución para todos los problemas.

Sin embargo, la gente no puede ver las verdaderas consecuencias y perjuicios de los que hablábamos antes y que son muchos más y más graves: el vicio que crea la atracción tecnológica, su posicionamiento incondicional hacia el progreso -quizás por ser la principal motivación del mismo-, medio de dominación y control de los poderes fácticos sobre la masa, el carácter dogmático, la sensación de ser un medio de salvación, cuando desde sus inicios solo se ha movido en el marco del sistema económico imperante creando infinidad de necesidades de las que se derivaban infinidad de nuevos problemas (lo que sería el círculo vicioso), adhesión incondicional al urbanismo y la globalidad, transformación vertiginosa de la mente y de las relaciones sociales tradicionales, transformación de la comunicación oral tradicional, alejamiento del medio rural-natural, destrucción del entorno para potenciar un mundo artificial y virtual, etc.  



“La tecnología nos ha dado comodidad reduciendo los trabajos más duros y penosos”

Los trabajos duros y penosos empezaron con la esclavitud y ésta ya se apoyó en la tecnología para perfeccionarse, hace milenios. ¿Y cuál era el objetivo de la esclavitud? El bienestar de los poderosos y su sed de codicia de nuevas tierras y recursos. Para ello, era necesario crear grandes gobiernos y ciudades, lo que demandaba mayor mano de obra esclava y mayor necesidad de emprender guerras para la conquista de tierras y pueblos, que a su vez demandaba mayor poder militar. Los trabajos duros y penosos han sido heredados por años de estas formas de sumisión y han llegado hasta la era preindustrial como un supuesto mal que la tecnología podía suplir con el advenimiento de la mecanización. Todos esos trabajos duros y penosos de los que nos hablan nuestros ancestros directos pertenecen a un siglo creciente y demandante de nuevas necesidades impuestas por una burguesía cada vez más poderosa, que no es más que la continuadora de los antiguos dueños feudales, usurpadores de tierras y de fuerza de trabajo. Allí en donde el poder no era tan férreo ni dependía de un organismo centralizado, las formas de vida comunitarias y locales no eran grandes demandantes de recursos ni de trabajo, ni necesitaban más tecnología de la que pudieran desarrollar con sus propias manos o como mucho, formas de tecnología simple. Incluso las comunidades indígenas recolectoras y cazadoras destinaban al trabajo mucho menos tiempo del que destina el hombre moderno. A pesar de lo cual, la mecanización se extendió como una forma lógica de aumentar el rendimiento productivo en auge, más que por el hecho voluntario de los empresarios para acabar con los trabajos duros y penosos.

Por otra parte, aun admitiendo que la incorporación de las máquinas sustituyera de forma satisfactoria a la fuerza humana en los trabajos más duros y penosos, esto solo se refiere al aspecto físico del trabajo, pero sin duda se ha olvidado el aspecto psicológico. La mecanización trajo consigo el aumento del trabajo sedentario, el trabajo repetitivo y carente de sentido, la fijación de horario y de turnos contra natura, el aumento de las horas de trabajo, presión hacia el trabajador, amenazas de despido, acoso laboral, etc.



“La tecnología nos ofrece multitud de formas para entretenernos”

Este mito no lo parece tanto, porque superficialmente hay algo de cierto en lo que dice, pero analizado en profundidad uno puede percatarse de que sí lo es. La inmensa mayoría de los medios de entretenimiento  tecnológico responden a formas de atracción convertidas a menudo en puro vicio que a formas sanas de distracción lúdica, propias de la cultura tradicional. Muchos de estos medios como los videojuegos, el cine o la televisión permiten y muestran la violencia como algo normal, en una sociedad que administra las formas de violencia y considera de un modo amoral cuáles son justificables y cuáles no (la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia unos a otros, sin embargo en la industria del cine o los videojuegos la violencia vende, por no decir que a menudo es su razón de ser; la sociedad normalizada nos exige no usar la violencia en ningún caso, pero exime al estado de hacerlo cuando le convenga; la sociedad normalizada rechaza la violencia física entre humanos, pero consiente regímenes esclavizadores fundamentados en la violencia contra los animales; la sociedad normalizada ha tragado el anzuelo de que la violencia física es la única que hay, porque pocos se dan cuenta de que lo que impera es la violencia psicológica, más peligrosa y criminal que cualquier forma de violencia humana). Además, estas formas de entretenimiento son parte de la transformación de la mente y de las relaciones sociales basadas estrictamente en el potencial de los medios tecnológicos y casi siempre sirven para el control de las masas, su alienación y proceso de irreflexión.

Por otra parte, todas las formas de entretenimiento están controladas por una inmensa industria que es la encargada de hacer llegar dichas formas a los consumidores, transformados en máquinas que buscan ante todo el placer, y cuya capacidad de opinión y decisión ha sido intencionadamente reducida; tan solo vale su necesidad de consumo. Para ello, utilizan medios cada vez más persuasivos que inciden y restringen la capacidad de la mente humana sumiéndola en una única dirección posible, alimentada por la falsedad, el vicio y la atracción patológica. Por supuesto, este proceder de la industria tampoco puede considerarse de ninguna de las maneras como un posicionamiento neutral.


Para aquellos o aquellas que deseen profundizar más sobre la crítica a la tecnología pueden consultar los siguientes autores: Lewis Mumford, Jacques Ellul, David Watson, Ted Kaczynski, John Zerzan, David F. Noble y el colectivo desaparecido de “Los amigos de Ludd”, entre otros.

30 de noviembre de 2014

El engaño de las ecociudades

Con la llegada de la moda verde han surgido multitud de propuestas excéntricas que pretenden cohesionar la caótica vida en la ciudad con la conservación del medio natural. Nada más lejos de la realidad, pues es impensable que una especie como la humana que durante siglos ha pervivido gracias a su dominio hacia la naturaleza, pretenda ahora restaurar el equilibrio sin cambiar un ápice su concepción principal de la misma. Aquellas mentes obtusas que quieren cambiar la fachada sin cambiar el interior adolecen de pura soberbia por la humanidad. No analizan los daños ni los peligros y por si fuera poco no solo se engañan a sí mismos, sino al resto de personas que a su vez se dejan engañar.

El proyecto de convertir las ciudades en espacios compatibles con el equilibrio natural es uno de los mayores disparates que se pueden escuchar. No sólo es contradictorio, es insultante. Se pretende hacer creer que se pueden cambiar las nefastas consecuencias de daño ecológico que saben producen las ciudades sin cambiar en absoluto el ritmo de vida de las mismas, sin plantearse aún menos la raíz de todos o parte de los problemas.

Incomprensiblemente se mencionan continuamente problemas de contaminación, calentamiento global, extracción de materias primas o eficiencia energética sin cuestionarse el culto por el consumo, la invasión de la industrialización, el urbanismo o la tecnología, en relación con la dependencia del medio natural o en otro nivel más concreto, el uso masivo del vehículo privado, de la carne industrial, la especulación urbanística, el aumento descontrolado de población, etc. Es decir, se pretende acabar con males como aquéllos, sólo modificando la forma de producir y consumir. No se buscan las causas directas ni se buscan las relaciones entre unas cosas y otras.

Por si fuera poco, el discurso de esta propuesta que por desgracia se ha generalizado incluso a gran parte del movimiento ecologista, muestra evidentes incongruencias como querer compatibilizar un sistema económico cuya base fundamental es el crecimiento tanto de personas como de medios materiales o del vicio de la competitividad con hacer de los lugares físicos sitios sostenibles e integrados en el medio natural. Además, como no podía ser de otra manera, este discurso cae en el ingenuo error de pensar que la tecnología nos salvará del desastre, como dando a entender que en un futuro cercano los recursos tecnológicos se extraerán de la nada por arte de magia sin crear ningún perjuicio a la naturaleza, otro de los grandes disparates de la modernidad.

Desde su concepción, las ciudades son núcleos de crecimiento continuo, tanto de humanos como de bienes físicos y materiales. Además, el proceso de urbanismo, ya sea gradual o explosivo trae aparejados varios fenómenos que resultan inmanentes a toda creación de una ciudad y que a su vez resultan opuestos a toda forma de restaurar el equilibrio natural:

-Artificialismo. Este concepto inventado se define por la obsesiva transformación de materias primas naturales en productos no naturales que se convierten en sustitutorios de la naturaleza, pero que no lleva implícito ni mucho menos una independencia de la misma.

-Crecimiento continuo de todo, tanto de personas como de bienes materiales, lo que lleva a un aumento consecuente de las necesidades y por tanto del consumo.

-Complejización en las relaciones sociales y económicas, motivado por el desarrollo y exceso de sistemas de jerarquización, de normas sociales, etc. Sistema económico basado en la competitividad y el ánimo de lucro.

-Exceso de control de la sociedad por parte de los grandes poderes, culminado en el control mental que requiere un exceso de mecanización y tecnologización.

-Represión y pérdida gradual de los valores humanos esenciales y valores morales, de reflexión, de análisis crítico, de autojuicio y de voluntad para el cambio.

-Fatal combinación de estos procesos con la alienación total de las masas, su degradación espiritual y su sometimiento inconsciente basado fundamentalmente en el hedonismo crónico, en la expansión de masas de autómatas que actúan como si vivieran en un mundo normal y maravilloso.

-Invasión del espacio natural, su inevitable esquilmación, destrucción de ecosistemas y degradación ambiental.

-Expansión global planetaria de miles de núcleos urbanos, que multiplica los problemas a niveles descomunales.

Por lo tanto, ¿cómo sería posible tratar de hacer de las ciudades -lugares que abarcan todos estos fenómenos y más- espacios integrados en el orden natural sin empezar siquiera a cuestionar alguno de estos fenómenos mencionados? ¿Cómo sería posible hacer de las ciudades espacios ecológicos y sostenibles en el tiempo mientras se siguieran produciendo dichos fenómenos? Sencillamente no lo es. Todo responde a una oferta de solución que no es más que un fraude, un lavado de imagen de las empresas y gobiernos -en connivencia con la vanguardia del movimiento ecologista-, responsables directos de la mitificación de las ciudades, ante las advertencias drásticas de las últimas décadas lanzadas por ambientólogos, científicos y paradójicamente por el propio movimiento ecologista.

Sin embargo, no se puede obviar que el propio movimiento ha tenido mucho que ver ante el surgimiento de engaños tan evidentes como estos debido en gran parte a su total falta de cuestionamiento hacia el modo de vida impuesto de crecimiento invasivo, de reproducción humana sin límites, del culto al progreso, signos principales de la civilización; lo que lleva a dudar si estas propuestas absurdas no han salido de la sección más tecnófila del propio movimiento.

¿Qué son las ciudades en realidad? Son núcleos masificados de humanos consumidores descomunales de recursos, movidos por el progreso, las adicciones y la moda, e inconscientes de que mientras crean mundos artificiales y alejados de la naturaleza, lo que hacen es arrasar y destruir gran parte de la misma; sin embargo, dependen absolutamente de ella para vivir y seguir creciendo.

La única forma de conseguir una integración armónica del ser humano futuro -que no humanidad-, en el medio natural, empieza por el cuestionamiento de la esencia misma de las ciudades y todos los nefastos fenómenos socio-económicos que llevan aparejados, el cuestionamiento de su altísimo poder de destrucción, el rechazo de cualquier reforma que no empiece por cuestionar los verdaderos males que las caracterizan.

Pero al mismo tiempo que se cuestiona, se deben fomentar propuestas que aboguen por la autonomía de las personas, la independencia del trabajo asalariado e industrial, acompañado de una intención revolucionaria decrecentista -tanto poblacional como material-, así como propuestas que fomenten una vuelta inevitable a formas de vida rural, indudablemente más sensatas que la destructividad criminal de las ciudades.

18 de julio de 2014

Objeción tecnológica

En la certeza de que la mayoría de los que lean el título y el sentido de esta cuestión se sorprenderán o la tomarán de absurda, hay una razón a favor de objetar el progreso tecnológico difícilmente de refutar: el avance tecnológico, que tiene la facultad de incrementar su velocidad a pasos imprevisibles, supone un gasto inmensamente desproporcionado de los recursos naturales con las gravísimas consecuencias que poca gente es capaz de ver, incluso del sector ecologista, que vela por la protección de la Naturaleza. Estas fatídicas consecuencias son todavía mayores si añadimos otra máxima: la tecnología no sólo avanza en velocidad temporal, sino también espacial, al formar parte del engranaje productivista y capitalista creciente, quiere llegar a cuantas más personas en el mundo pueda, mediante las campañas de marketing y del culto por la innovación.

El sentido de esta objeción es por tanto el de cuestionar directamente el avance tecnológico sobre todo como esquilmación de los recursos y destrucción de hábitats, pero también como un rechazo a la idea dogmática del progreso y todas sus formas.  Aun a sabiendas de que son pocos los que puedan imaginarse un mundo sin teléfonos móviles, sin ordenadores ni tablets, sin coches, gepeeses ni aviones, sin televisores de plasmas y con miles de canales, sin cine ni efectos especiales, sin consolas ni videojuegos, y sin los “prometedores” y desconocidos nuevos avances propios aún de la ciencia ficción como las viajes espaciales, los robots perfeccionados, la inteligencia artificial, la biotecnología o los microchips, y que representan una seria amenaza de evolucionar hacia un mundo totalmente artificializado que llaman transhumanismo y en el que se justifica el poder de las máquinas sobre todo lo demás, se hace necesario alzar  voces que cuestionen esta tendencia y clamen por una vuelta a la naturalidad primaria más humana a pesar del pánico que se le suele tener a la palabra “retroceso”.

Es importante añadir también que el progreso tecnológico es la culminación del desarrollo histórico de la máquina y de sus mitos, y de todo el aparato industrial que explosionó en el siglo XIX, por lo que no se puede rechazar la tecnología sin hacerlo con su precedente, al menos hasta una tecnología eminentemente simple, si es que se puede hablar de que exista dicho término.

De igual forma se cuestiona cualquier adelanto científico por el hecho innegable de que tales adelantos precisan en la actualidad de los más sofisticados adelantos tecnológicos, es decir, la ciencia de hoy contribuye directamente al avance de la tecnología. En este punto se objetará sin embargo que el avance de la medicina -por poner un ejemplo- ha sido posible gracias a los avances científicos y tecnológicos, pero, ¿a qué precio? Y realmente... ¿se ha mejorado la salud de las personas? Se ha aumentado la esperanza de vida pero ¿de qué sirve vivir más años en un mundo masificado que reprime sus valores más humanos? Los avances científicos (tecnológicos) como el de la medicina no han sido más que adaptaciones a un mundo en continuo crecimiento poblacional y desenfreno consumista.

Por otra parte, jamás en la historia, tras un avance tecnológico, no solo se tuvo en cuenta el gasto de recursos ambientales ni las consecuencias de exterminio de individuos, tampoco se tuvo en cuenta la pérdida de vidas humanas y el coste que supondría, porque éstas se reducían a una “mera estadística” que no podía hacer parar la máquina iniciada del progreso. Así, era más importante que millones de personas pudieran desplazarse de un lado para otro en ciudades cada vez más grandes que el hecho de que unas cuantas pudieran morir en el intento (¿daños colaterales?). O visto de otra forma, era mucho más importante que las empresas del sector se enriquecieran cada vez más a costa de la muerte y el sufrimiento de unos pocos. Y a pesar de que se cuenten por millones las víctimas por accidentes de tráfico en apenas un siglo en todo el mundo, siguen siendo estadísticas permisibles que no pueden hacer parar la máquina del progreso. Lo mismo se puede aplicar para los accidentes laborales producidos por máquinas, muchos más antiguos que los de tráfico. Si el ser humano ni siquiera se ha preocupado por el devenir de parte de su especie, ¿cómo esperar que se preocupara por otras formas de vida no humanas y por el legado natural?

He aquí una de las trampas de la tecnología que nadie ha querido ver: la tecnología sólo se interesa por el progreso, especialmente el referente al progreso económico. Mientras se vendía y extendía la falsa idea de que las máquinas traerían innovación, comodidad, seguridad, lo único que realmente importaba era la eficacia y el rendimiento, adaptándose a un mundo cambiante, cuya población creciente y exigente demandaba mayores medios tecnológicos que satisfacieran sus cada vez mayores necesidades impulsadas por la propia idea del progreso.

Es sin duda el dogma por todo lo artificial y el progreso un rasgo distintivo y peligroso de la arrogancia humana que se ve en el derecho incuestionable de utilizar su carácter racional para continuar justificando la dominación sobre todas las formas de vida del planeta y próximamente de la conquista de otros posibles planetas con vida, demostrando con esto una total falta de respeto hacia las especies y millones de individuos que pueblan el mismo planeta que quiere dominar.

Por tanto, la objeción tecnológica es una cuestión necesaria y urgente que rompe con todos los cánones establecidos por la fuerza y una serie de circunstancias históricas desfavorables. Es además un rechazo al culto del progreso, de la artificialidad por encima de todas las cosas, de la esquilmación descontrolada de los recursos, de la dominación humana y de la colonización futura de nuevos mundos.

Para completar esta objeción expondremos a continuación algunos ejemplos de aparatos tecnológicos con evidentes poderes de atracción y control social para llevarla a cabo de forma individual, sólo aptos de momento para mentes que empiezan a cuestionar todo lo establecido:

-Televisión: si la tienes, enciéndela lo menos posible. La televisión crea un poder de atracción muy persuasivo en las personas, no te dejes vencer, pero si a menudo te vence, la mejor de las acciones es cortar de raíz, deshaciéndote de ella, tirándola, nunca vendiéndola.

-Ordenadores. Si lo utilizas en el trabajo no te queda más remedio, pero siempre se puede buscar otro trabajo en el que no tengas que usarlo. En casa, úsalo lo menos posible. Limita el Internet, pues es una fuente de comunicación sobrevalorada, hay otras formas más tradicionales de comunicarse. Recuperémoslas.

-Teléfono móvil. La dependencia que se tiene hoy en día con el móvil es inconmensurable, y aunque es muy difícil librarse de ella, no es imposible. Si no puedes vivir sin él, al menos puedes reducir su uso. Una ayuda es tratar de acordarse de cuando no teníamos móviles, y usar más el teléfono fijo. Ponte límites tecnológicos.

-Consolas. Peligroso invento creado con un solo uso, el de la adicción de la diversión, dirigido además al público más persuasible, el infantil y adolescente, aunque según estudios se está extendiendo también al público adulto. Ya que suele ser un consumo que lo realizan más los padres que los niños, el consejo sería: tratar de educar a tu hijo en la diversión tradicional, la diversión en la calle; al mismo tiempo, tratar de prevenirle de la adicción a los videojuegos.

-Coches. A pesar de que pueda tener un uso práctico porque nos lleva a los sitios, no deja de ser un símbolo ligado a la urbanidad y la sociedad de masas, un invento inmerso en la trampa tecnológica, que se ha adaptado perfectamente a la modernidad, que ha contribuido a la formación de status, de la privacidad y a la ideología enfermiza del consumo. Su uso debe ser por tanto igualmente cuestionado: a nivel personal puedes reducirlo al máximo, limitar tus desplazamientos, usar más la bicicleta o invertir más tiempo en el saludable ejercicio de caminar a pie.

-Aviones. Vendido como el medio de transporte más seguro, el avión, pocas veces se dice que es uno de los más destructivos medioambientalmente hablando, al igual que los trenes de alta velocidad. La inmensa mayoría de los vuelos transnacionales justifican el turismo invasivo y por tanto el consumo. Cuantos más aviones coges, más contribuyes a la destrucción medioambiental. Limita al máximo el número de vuelos que tienes que tomar, piensa si son realmente necesarios, pregúntate si de verdad necesitas viajar a sitios tan lejanos solo para satisfacer tu curiosidad e infórmate antes de las repercusiones que tiene la industria aeronáutica de masas. Si es preciso, abstente de coger aviones o trenes de alta velocidad.

Por último, debemos decir que no es suficiente practicar la objeción tecnológica sin otra clase de objeciones igual de necesarias para una posible futura transformación social y reintegración humana en el equilibrio natural.

10 de noviembre de 2012

La borrachera tecnológica

Otro de los dogmas que se han impuesto en la sociedad de masas sin que nadie se haya dado cuenta es el que se refiere a la necesidad primaria de todo avance tecnológico. Tan joven como la idea del progreso, al cual está estrechamente ligado, el avance tecnológico surgió de forma explosiva y paralela a la Revolución Industrial, y con el tiempo ha ido adquiriendo un inmenso poder. Es conocido el dicho de que la tecnología sirvió y sirve aún para hacernos la vida más cómoda, con la inclusión de supuestas ventajas en las tareas más básicas. Sin embargo y a la vez, también sirve para inventar una infinidad de nuevas necesidades que paradójicamente eran innecesarias antes de su propia invención. En la actualidad, el dicho se ha convertido en una devoción, y aún se vanaglorian todas las ventajas que supuestamente acumula, pero pocas son las veces que se mencionan las consecuencias, no tanto a nivel individual, sino sobre todo a nivel social. En esta crítica no nos centraremos en el problema de la adicción tecnológica de individuos concretos, sino la que afecta al conjunto de la sociedad, a lo que llamaremos tecnofilia social.

Desde la máquina hasta la robótica, pasando por la automatización o la informática, cualquier forma de técnología crea una atracción irresistible e irreversible en la necesidad de inventar primero e innovar después. La explosión industrial trajo consigo la invención de innumerables nuevas máquinas y aparatos que en principio tenían una utilidad práctica más que otra cosa. Otros inventos -no sabemos si inventados con un fin en sí mismos-, además tienen la cualidad de crear fatales relaciones de dependencia y restringir libertades en los individuos. No es lo mismo un frigorífico que una televisión; una lavadora que una videoconsola. En estos ejemplos encontramos evidentes diferencias entre ellos, pero todos comparten una característica común, la de que a medida que se innova, se hacen cada vez más complejos, accesibles solo para las mentes más preparadas y capaces. Una de las diferencias más notables es el grado de dependencia que resulta en cada uno de ellos. Así, la tecnología del entretenimiento experimenta los mayores grados de dependencia y por tanto mayor pérdida de libertad. Este grado de adicción que esconde esta industria es tan potencial como peligroso y además constituye un instrumento inequívoco de control social.

Inventadas ya miles de máquinas y aparatos, el avance tecnológico se centra primordialmente en la innovación, es decir, en el perfeccionamiento del aparato en cuestión para su mayor sofisticación. Pero la innovación es un recorrido que no tiene fin. Con la puesta en marcha de una nueva idea innovadora que supuestamente cubre una necesidad más en un producto ya inventado, se crean diez o más añadidas, lo que hace crecer el sistema de forma geométrica, y siempre manteniendo un poder de atracción y tentación sin igual entre los consumidores que constituyen la meta final en el proceso.

El ejemplo más claro de complejidad técnica es el de la informática, ya que si bien es ideada en un principio para simplificar las posibilidades en todos los ámbitos, a la vez crea un mundo virtual controlado por los números y cada vez más indescifrable para la mayoría. Así, consigue que solo unos pocos sean quienes la comprendan en su totalidad y sean a la vez quienes la manejen a su antojo. Esta herramienta también permite al sistema un mayor control de los individuos, ya que hoy en día los datos de cualquier persona pueden estar almacenados en cualquier ordenador. Enfocada en un primer momento para el trabajo militar, institucional y corporativo, es relanzada posteriormente para el uso doméstico, en el que definitivamente desarrolla todo su potencial.

En un libro titulado “La religión de la tecnología”, escrito por David F. Noble, se hace una más que acertada comparación de la nueva religión en la que ha derivado la tecnología con los cultos más propios del pasado, hasta el punto de que ésta supera ya sin duda cualquier dogma de fé de las formas tradicionales. Lo que parecía haberse superado tan solo era una burda transformación. El ser humano efectivamente tropieza dos veces con la misma piedra como se , pues tras la emancipación religiosa tradicional se sumerge de nuevo en otra forma de culto más, el del progreso tecnológico, más dañino si cabe que las religiones tradicionales, pues en este no hay casi ya posibilidad no solo de elegir una vida fuera de ella, sino de su propio cuestionamiento. Así, con el siguiente ejemplo ilustramos lo que queremos decir: “Un niño que se encuentra en una tienda repleta de chucherías ha perdido a su madre; en efecto, el ser humano es ese niño y la tienda es la tecnología: éste, al igual que el niño, no tiene a nadie que le diga cuándo debe parar”. Tal es la desmesura de la tecnología actual, la cual dista mucho de aquella concepción moderada con la que la juzgaban en la sociedad de la Grecia clásica. La tecnología actual deja de ser medio para convertirse en objeto en sí misma, y así, ha desbordado el cauce por el que fluía lentamente, amenazando con crear un mundo totalmente artificial donde las múltiples posibilidades ya nadie puede vaticinar.

Pero debemos hacer énfasis en un asunto crucial: el abuso dogmático de la técnica deja una huella de dimensiones cósmicas sin parangón alguno, que a menudo los tecnófilos más acérrimos no quieren ver y hacen como si fuera irrelevante. Pero no lo es, pues las consecuencias son catastróficas, no solo por el expolio del medio natural, sino también y sobre todo por el ocaso gradual en el plano espiritual, fabricando individuos automatizados y dependientes, que sin ser obligados a llevar un modo de vida ligado a las máquinas, hace inviable cualquier alternativa libre de ellas. Dado su carácter incuestionable de su posición no neutral y excluyente, la técnica ha permitido al poder, esquilmar el medio natural para su “necesario avance” justificando una vez más el fin por los medios. Poco importaba el daño natural hacia miles de formas de vida de las diferentes especies, tanto vegetales como animales, (incluso humanas), así como la contaminación del aire, mares o ríos. Pero como ya hemos dicho, el daño más mortífero se lo ha llevado nuestras conciencias, conectadas a la inexorable noción de que la alta tecnología es el bien supremo, la solución a todos nuestros problemas -un mito que siglo y medio después no solo ha solucionado los problemas sino que los incrementa a pasos agigantados-, pero incapaces de ver su carácter dogmático, su tendencia a rechazar cualquier examen crítico, ni de adivinar sus consecuencias futuras. Nada. Solo la devoción más infantil, la veneración más religiosa. Tal es el tamaño de su poder.

El futuro tecnocrático ya está en marcha y hablando en términos religiosos, “salvo milagro”, no hay nada que lo pueda parar. Los intentos vanos que algunos intelectuales demuestran diciendo que es una cuestión de uso, y que una futura sociedad libre del sistema capitalista y de sus vicios debe seguir avanzando tecnológicamente -sin percatarse de que una cosa y otra son inseparables-, son tan solo formas de autoengaño. Pero mientras todo esto ocurra, y mientras estemos a tiempo, desde este espacio queremos hacer honor al movimiento luddita, cuando se cumplen dos siglos de su revolución y hacer así una pequeña contribución para desmontar el mito. Autores poco leídos como Lewis Mumford, Marcuse, Ellul, Kaczynski, David F. Noble o John Zerzan ya lo han advertido de forma muy elocuente: la tecnología como forma de dominación, siempre al servicio del poder, nos aleja cada vez más de la naturaleza, hasta tal extremo que el hombre moderno ya no sería capaz de reconocerse en el medio natural. Cientos de miles de años de adaptación al entorno que le dio la vida y que le vio crecer han sido tirados por la borda en un corto período de tiempo por la invasión tecnológica.

Como nota final queremos añadir algo: el hecho de criticar la informática o la tecnología en su conjunto no implica necesariamente no poder usarla y hacerlo no es ninguna incoherencia. Uno nace y es educado -o adoctrinado- dentro de un modo de vida con el que puede comulgar o no, y precisamente por el carácter omnipresente de la tecnología, la elaboración de análisis enfocados a cuestionar el propio modo de vida conlleva en ocasiones su irremediable uso.

28 de agosto de 2012

Telebasura: alto riesgo de nocividad


No es la cuestión del uso que se le da a la televisión lo que pretendemos plasmar en esta reflexión, sino su misma existencia como elemento clave de anulación de conciencias. Tampoco entraremos en la disyuntiva de si fue creada con ese propósito -algo realmente posible- o si una vez inventada fueron descubiertos sus amplios poderes de atracción y por tanto de persuasión, manipulación, idiotización y adicción, bien aprovechados por los poderes fácticos y sus intereses. El caso es que la caja tonta pronto superó con creces el poder de la radio, básicamente por su característica visual, que hacía más factible si cabe la posibilidad de manipulación. Hoy en día se ha convertido en un elemento esencial en la sociedad postmoderna, indispensable en casi todas las casas y negocios, encargada de crear y extender una realidad y pensamiento global único. Cuando alguien no sabe qué hacer, las estadísticas dicen que la mayoría de la gente optará por encender la televisión antes que abrir un libro.

Perol invento televisivo llega dentro de un contexto ideal para su posterior desarrollo, es decir, se da cuando las sociedad de masas y urbanizadas avanzan hacia su máximo esplendor, y no antes, simplemente porque en un ambiente rural donde las relaciones eran tan diferentes, no era necesaria. Esto demuestra a las claras el hecho de que este invento resulta inseparable del modelo capitalista, y de que es una consecuencia más del mismo, pero también el hecho de su tendencia idiotizante, que la elevó al altar de la nocividad mental. Por tanto, no es una cuestión de cómo usamos la televisión como argumentan algunas voces escépticas, sino de que, como invento inmanente a un sistema económico y social tan dogmatizado, el potencial que esconde es de dimensiones inimaginables, tanto que mientras continúe un sistema como tal, la televisión jamás podrá tener un uso diferente al que ya posee. Así, las argumentaciones que ofrecen los que se limitan a cuestionar el uso televisivo aludiendo a una televisión patrocinadora de la cultura o la ciencia, en contra de programas basura, no se dan cuenta de que es el propio sistema y el modo de vida los que alimentan este tipo de programas y su elevada demanda. Prentender cambiar el uso televisivo sin ni siquiera cuestionarse el modo de vida para iniciar el camino del cambio es una pérdida de tiempo y una forma de autoengañarse.

¿Cuál es exactamente el potencial nocivo televisivo? Si reconocemos algo que muchos hacen pero pocos critican de forma radical, como es el hecho de la telebasura, hallamos una fuerte tendencia al atontamiento del público por el alto contenido de programas basura del tipo de los cotilleos de famosos de tres al cuarto, cuya vida se muestra tan trascendental como estúpida, reality shows en los que sujetos desconocidos se encuentran en una casa donde son grabados por cámaras para que el público pueda ver las tonterías que hacen y lo guarros que son, o programas-concursos en los cuáles el público protagonista es puesto en escena para que despliegue sus mejores recursos, ganando un absurdo momento de fama para el regocijo del público bajo condición de hacer un supuesto buen espectáculo o el peor de los ridículos. Estos son solo unos ejemplos de programas basura que atentan directamente contra la dignidad humana, empobreciendo el espíritu, buscando crear el morbo y un sensacionalismo barato entre los espectadores, tratando de sorprenderlo constantemente y mantenerlo atraído hacia asuntos intrascendentes para la vida real. Además, para conseguir una atracción mayor del público, explotan exageradamente contenidos sexuales, violentos, supersticiosos o de humor negro, sin importarles el incumplimiento de los horarios infantiles. Al fin y al cabo, esto demuestra también que es necesario inculcar la atracción televisiva desde las más tempranas edades.

El resto de la mayor parte de programas tan sólo confirma la esencia de la telebasura: telediarios oficiales encargados de mostrar información parcial e interesada, sin importar el canal donde sean emitidos; series hiperadictivas que se hacen con el firme propósito de enganchar al sujeto al que son dirigidas, mediante tácticas bien estudiadas; y entre medias de todo, incluso en la emisión de películas, comerciales o independientes, el bombardeo incesante de estúpidos anuncios publicitarios que hacen gala de todo su poder omnipresente, y hacen más nocivo si cabe el gran invento lavacerebros del siglo XX.

Los programas que se salvan, los cuáles casi con seguridad se podrían contar con los dedos de una mano sin riesgo a equivocarnos demasiado, son relegados a la televisión pública -solo por el hecho de que sea pública- emitidos en las horas de siesta -véase los documentales de naturaleza-, por la mañana o de madrugada. Otros tienen el peligro de la doble moral, en los que bajo un aparente contenido cultural o científico, esconden evidentes intenciones de apología al dogma del desarrollo económico y al sistema técnico-industrial. En honor a la verdad, debemos citar que existe también una televisión local que ofrece otra perspectiva muy diferente de la convencional, pero que por desgracia hoy por hoy representa una minoría. Como suele ocurrir, “el pez gordo se come al chico”.

¿Sería concebible un mundo en el que la televisión fuera innecesaria? Hemos tratado de aproximarnos levemente hacia la idea de que este instrumento es básicamente una forma de anularnos y de limitar nuestras capacidades de cambio, por eso desde aquí reivindicamos una reformulación no en el uso, sino en la necesidad real que tenemos de inventos nocivos como este, que solo sirven a los intereses del estado y del capital. No vale con quejarse de las tonterías que se dicen en la telebasura o de si es un lavacerebros. Es necesario convertir esas quejas en críticas valientes, constructivas y directas. A su vez  hay que desarrollar actitudes consecuentes enfocadas a plantar cara de una vez a inventos que atentan de forma descarada contra toda libertad, difundiendo que es perfectamente posible vivir sin televisión, y animar a su no uso, o mejor, a deshacernos de tan pernicioso aparato.

Cuando hablamos de la necesaria transformación social, no sólo nos referimos a exigir más derechos laborales o económicos, sino a cambiar de raíz todo nuestro modo de vida, cuyos hábitos han sido convertidos tantas veces en vicios que nos obstaculizan a la hora de buscar la verdad. Vivimos en una realidad de fantasía cargada de un sinnúmero de tentaciones que nos infantilizan y nos estancan a la hora de emprender los requisitos necesarios para darle la vuelta a las cosas. Debemos admitir que nuestra escala de valores está en verdadera crisis, y para salir de ella necesitamos cambios de urgencia. La televisión podrá llenar nuestras vidas de falsas expectativas y sueños, pero jamás nos ayudará a madurar como especie.