28 de abril de 2015

Adaptación es imposición y engaño

Desde que nacemos hasta que morimos los seres humanos civilizados y urbanizados, que representan la mayoría de los humanos en el planeta Tierra, estamos sometidos a un proceso de adaptación social que incrementa a una velocidad de vértigo su capacidad de adhesión y de atontamiento a la vez. El objetivo básico es facilitar el control social total de los grupos de poder sobre toda la población mediante las técnicas de control y cuyo culmen podría ser la fusión tecnológica del ser humano con las máquinas, algo que suena a ciencia ficción pero que ya es real.

Sin embargo, este proceso, que al humano civilizado le parece normal, es la evolución de una serie interminable de actos pasados impuestos por la fuerza entre diversos grupos de poder y de estos a la masa adaptable. Desde hace miles de años, la civilización ha centrado su expansión en dos rasgos de carácter invasivo y exterminador: por un lado, el saqueo del mundo natural, llevándose millones de formas de vida por delante y por el otro, el desplazamiento de las comunidades indígenas del pasado o su transformación impuesta por la fuerza hacia el modo de vida civilizado y urbano.

En lo que toca a la vida individual de cualquier ser-masa urbanizado, el proceso se inicia en el momento en que el individuo empieza a ser moldeado en los centros de encierro escolares durante varios años. Un encierro sistemático altamente disciplinado en el que se le impregna al niño miles de ideas falsas y mitos durante varias horas al día. En las escuelas, importa tanto la forma en que debe ser el encierro como el contenido que se imparte. Así, se habitúa a los niños y adolescentes a obedecer sin rechistar, siguiendo una rutina de horarios de obligatorio cumplimiento. Se les enseña el comportamiento cívico como si éste fuera un modelo ejemplar, con el fin de obtener un adulto obediente.

El contenido de lo que se quiere imbuir en la mente de los niños es también fundamental. Se le impone materias indicadas para formar trabajadores ejemplares que se adapten sin problemas al mundo laboral. Para ello, desde el primer momento es imprescindible el cultivo de las matemáticas, una ciencia potencialmente compleja que básicamente sirve para iniciar a los niños en el creciente mundo de las técnicas aplicadas.

Pero la combinación de las ciencias con las letras es algo más importante de lo que se pueda creer y en absoluto es inseparable como se ha podido pensar. De hecho, estratégicamente, esta combinación se justifica de forma evidente ya que si bien al sistema le interesa crear seres adaptables a las técnicas emergentes que sirven para sustentar el propio sistema, también le interesa que dicha adaptabilidad se justifique mediante las ideas para crear arraigo y es por eso que las materias de humanidades como la historia o la filosofía realizan una función básica.

Una de esas ideologías elementales, forjada a lo largo de los siglos dentro y fuera de las escuelas, es la idea antropocéntrica, que justifica cualquier tipo de invasión o expolio humano sobre el mundo natural. En última estancia, en la era previa al industrialismo esta idea sirve de base para lo que será la forja de la idea progresista, mediante la que se perfecciona una sociedad de masas sistémica globalizada, basada en el perfeccionamiento y complejidad de las técnicas. Hoy en día, lamentablemente las escuelas continúan justificando mediante este engaño el derecho humano de expolio natural, imponiendo una idea claramente fascista y destructiva.

Hay que objetar sin embargo que la idea antropocéntrica se empieza a forjar con la invasión de la era civilizada sobre los tipos de sociedades tribales que nada tienen que ver con ella. En este aspecto, ambas formas de invasión, tanto natural como propiamente humana son impositivas, y se caracterizan tanto por el expolio de los recursos como por la transformación de los pueblos no civilizados. Esto último tiene que ver con lo que el izquierdismo tradicional se ha referido como interculturalismo, cuando lo que en realidad se trata de una colonización cultural, una continuación de la intencionalidad cristiana u otra forma de adaptabilidad impuesta por la fuerza mediante la intrusión de los valores civilizados sobre las comunidades indígenas.

Al final, sea la idea antropocéntrica que justifica la superioridad humana sobre el mundo natural y sus formas de vida o la que justifica la imposición de la vida civilizada sobre las sociedades no civilizadas, ambas cosas son en definitiva una demostración de poder del fuerte sobre el débil.

El proceso de adaptación no termina en la niñez ni mucho menos sino que es continuado en la edad adulta, fundamentalmente en el mundo laboral, así como el del consumo o el placer. Mediante los medios de control de masas con los medios de comunicación a la cabeza, continúan forjando ideologías engañosas que arraigan fácilmente en las mentes de los individuos.  

El proceso de adaptación social tiene varios fines. Entre ellos, uno de los más importantes es el de lograr un ambiente de normalidad funcional en el que el propio individuo debe tener un papel primordial para sustentar la sociedad, acostumbrándose a relacionarse siempre entre otros millones de individuos que forman la masa, a moverse entre millones de vehículos y edificios, convenciéndose ellos mismos de que forman parte de un mundo único y especial y que además pertenecen a una especie superior. Por ello, se desviven por formar parte del mismo a cualquier precio, aceptando el juego de la competición y la complejidad. El otro objetivo es anular toda posibilidad de reflexión y análisis de los individuos sobre su papel en el mundo en relación al sistema establecido, mediante técnicas de engaño en forma de ideologías y cultos como el progreso, el desarrollo, la modernidad, la tecnología, la publicidad, la industria del entretenimiento, etc.

Pero la adaptación es el resultado de problemas más que de soluciones ya que supone el sostenimiento de un sistema degenerativo que reduce a los individuos a pequeños eslabones de una cadena gigantesca que representa la masa, sumidos en el autoengaño en dosis que han sobrepasado todo lo inimaginable, transmitiendo al individuo un comportamiento generalizado de indiferencia e indecencia lamentables y que solo se interesa del proceso de adaptación y sostenimiento del sistema. Metafóricamente hablando -aunque quizás no lo sea-, la adaptación social es un veneno que se nos va introduciendo al nacer y que es perfeccionado según crecemos, como creando en nosotros un estado de envenenamiento del cual es muy difícil salir, porque casi nadie puede darse cuenta de ello. Quién lo hace, solo podrá desprenderse de ciertas partes del veneno pero difícilmente lo hará completamente.

Tampoco pueden saber, y esto es lo peor, que el sistema en el que han sido engañados mediante la tan valorada adaptación social, no sólo amenaza con destruir el mundo natural y millones de formas de vida y especies, sino todo en lo que creen y por lo que viven, incluso haciendo caso omiso de las advertencias de ciertos expertos en ecologismo y de los que cuestionan la base misma de la civilización.  

Por ello, poco o nada puede esperarse de una masa de humanos atrapados en un mundo tan falso como cruel, inconsciente de que el sistema empeñados en sostener es el fruto de un gran engaño, una trampa, un veneno mortal que irremediablemente les lleva a la autodestrucción y que ha perdido la capacidad para evaluar sensatamente las consecuencias de sus actos en relación a su futuro.

Menos puede esperarse de su capacidad extraviada por reencontrar su lugar en la naturaleza, un lugar al que posiblemente perteneció durante muchos miles de años y que sin duda resultó más provechoso para su equilibrio que el triste derrotero por el que transita hoy.

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