Mostrando entradas con la etiqueta arrogancia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta arrogancia. Mostrar todas las entradas

20 de enero de 2016

Las víctimas de la civilización

Constantemente los medios de comunicación oficiales nos meten en la sesera la inmensidad de adelantos tecnológicos que ha traído el progreso con la era industrial, mientras las grandes marcas multinacionales nos engañan con falsas campañas de publicidad diciéndonos que sus productos son los mejores; constantemente los políticos nos hablan de democracia como el valor más elevado de cualquier sociedad avanzada y del que se debe dar ejemplo mientras el izquierdismo nos habla de que debemos progresar en el ámbito moral, aún cuando casi siempre lo hacen de forma interesada. Todos ellos y muchos otros encargados de repetir monsergas a la masa coinciden en encumbrar a la vida civilizada y el progreso como la mejor forma de vida a la que puede aspirar cualquier sociedad humana. Aducen que en la pirámide de la evolución, la vida civilizada y el progreso son la meta más alta jamás lograda.

Sin embargo, estos individuos no hablan de los estragos de la vida civilizada, de las fatales consecuencias que ha dejado en el pasado, de las que continúa dejando en el presente y de las que irremediablemente seguirá dejando en el futuro. Por desgracia, estos estragos son infinitamente más numerosos que todos los supuestos adelantos que ha traído la vida civilizada. Pero este no es el momento para desmontar los mitos de la civilización, a pesar de que en este espacio ya se han desmontado unos cuantos. Al contrario de ello, en este escrito haremos un repaso en forma de recordatorio y homenaje a todas aquellas víctimas verdaderas de la civilización y de las que el mundo de los humanos se ha olvidado por completo en pos de su mundo de arrogancia y derroche.

Desde que la civilización de la especie humana comenzó su andadura extendiéndose a través de los años, millones de seres vivos, incluidos los propios seres humanos, han sucumbido a su poder. Probablemente las primeras víctimas fueron no humanas, cuando la domesticación de animales y plantas se hizo realidad, lo que fue un proceso de anulación de la naturaleza de las especies de animales más propensas a ser domesticadas y que duró miles de años. Animales que vivían salvajes y en libertad en la naturaleza fueron sometidos al potencial que desplegaba la inteligencia humana, pues ya en los albores de la dominación, ésta empezaba a pensar en términos de aprovechamiento y eficacia.

Pero este modo de pensar ya había aparecido antes con la especialización de la caza por numerosos grupos precivilizados que ya habían contribuido a mermar un buen número de especies animales, lo que motivó el primer periodo de escasez. Sin duda, esta fue una de las primeras formas de invasión natural; la vida sedentaria, la agricultura y la ganadería lo fue de un modo más vasto, pues a su vez este cambio propició un aumento poblacional y este a su vez una mayor interacción entre grupos humanos que entraban en guerras continuas por la conquista de tierras y recursos. De estas guerras se inventó el crimen de la esclavitud entre los propios humanos invasores, que tampoco tuvieron ningún pudor, como hicieron con animales indefensos, a la hora de someter a sus propios semejantes.  

A partir de aquí, algunos humanos adquieren más poder, mayores propiedades, levantando ciudades e imperios que daban cabida a más personas sometidas y esclavizadas. No hace falta decir que cuanto más grande se hace el poder, cuanta más tierra abarca, más necesidades demanda y por tanto mayor es la intrusión natural, pues mayores recursos de plantas y animales necesita. Pero además, este creciente modo de vida humano se mueve en una continua evolución que provee de mejores técnicas en el modo de vida desarrollando el potencial de la inteligencia y esto a su vez acarrea de nuevo un número de población mayor, mejores técnicas de sometimiento entre los grupos de poder y los súbditos y mayor necesidad de recursos para cubrir las necesidades crecientes de todo el conjunto.

Pero mientras la historia oficial solamente cuenta con detalle los hechos de cómo se ha llegado a formar la civilización humana, justificando la mayoría de las veces cada acontecimiento como un avance de la humanidad hacia el progreso, la mayoría de acontecimientos perpetrados por la civilización contra la naturaleza son ignorados, silenciados y en muchos otros casos desmentidos. Crímenes contra el mundo natural que se llevan perpetrando durante milenios, condenando al exterminio a millones de animales, destruyendo sus ecosistemas, su modo de vida independiente de la humanidad. Nadie en la historia levantó la voz para denunciar estas agresiones continuas que se pueden contar por millones y que no aparecen en ningún libro de historia. El mundo de los humanos estaba muy ocupado en conocer, inventar y crecer sin preguntarse las consecuencias de todos estos actos de los que nadie quiere sentirse culpable pero de los que realmente todos lo son.

La era industrial y tecnológica, que potenciaba por seis todas las cosas humanas multiplicables, no solo no ayudó en nada, sino que contribuyó a acrecentar las agresiones físicas a la naturaleza, añadiendo además nuevas formas de destructividad y estrechando cada vez más el hábitat de los animales salvajes que morían en incendios provocados por humanos en sus bosques, cruzando carreteras que limitaban sus trayectos o envenenados en sus aguas contaminadas. Así, muchos de estos animales salvajes que vivían en plena libertad perecieron en bosques, praderas y campos que fueron arrasados para extender monopolios de cultivo; otros animales marinos que fueron y son atrapados a millones en los océanos, y animales terrestres capturados para ser convertidos en domésticos con el fin de servir de alimento, vestido o para el divertimento de la masa engañada. Nada de esto aparece en los libros de historia si no es de forma arrogante o autojustificatoria. Veamos muy resumidos algunos ejemplos de tantos:

Las miles de muertes deliberadas que ocurren a diario en los campos de concentración de animales son sin duda mucho más horrendas que cualquier otra época del pasado, pues si antiguamente muchos de los animales que morían a manos humanas eran cazados para comer, al menos lo hacían en libertad y por una causa de supervivencia; incluso los primeros en ser domesticados puede decirse que llevaban una buena vida hasta que caían bajo el cuchillo de su amo, pero con el advenimiento de la era industrial y urbana, el régimen esclavista que padecen hoy miles de millones de animales es el resultado de una abominación fatal carente de ningún tipo de compasión y empatía por quienes desde siempre han compartido nuestra tierra. El cambio brutal y a peor acaecido en el trato a los animales domesticados desde los albores de la civilización hasta la llegada de las máquinas nos demuestra hasta qué punto llega a ser arrogante la especie que domina, relegando al olvido a millones de animales por el supuesto beneficio de la humanidad, o peor aún, del progreso.

Al margen de las muertes sistematizadas de la ganadería industrial, miles de animales pierden su vida y su libertad por culpa de los actos cotidianos de miles de humanos; muchos, destrozados por el paso vertiginoso de los coches en carreteras que han sido construidas en lo que era la morada del conejo, el ciervo o el jabalí, mientras sus tripas y demás desechos corpóreos ya triturados son contemplados con indiferencia por la mayoría que pasa una y otra vez por encima; crímenes -no accidentes- que ocurren a diario, que no salen en ningún telediario y que son vistos todo lo más como un mal necesario; pero, ¿necesario para qué? ¿para cubrir nuestras ansias de ir más rápido a todos los sitios?

Pero igual que la invasión dramática del tráfico de vehículos destrozavidas en los hábitats de animales salvajes, otros muchos caen por la propia extensión de la industria y de las ciudades, que de forma arrogante han invadido los territorios que eran suyos, por los que podían transitar con plena libertad. Pero incluso después de haber sido desplazados a territorios lejos de las ciudades, con el tiempo, la extensión de éstas les ha ido desplazando o limitando más aún hasta el punto de que muchos ya no han podido sobrevivir. Muchos de esos desplazamientos han sido la consecuencia del fuego perpetrado por el propio humano para extender los núcleos urbanos, acabando no solo con los árboles sino con cientos de formas de vida que habitan gracias a ellos. En esta misma realidad de avance tecnológico, hasta hace bien poco los animales que más libertad gozaban y que supuestamente no podían ser alcanzados por la demencia humana, las aves, han visto como miles de ellas han caído en sus vuelos por culpa de las aspas de los parques eólicos, otro drama silenciado y que además es promovido como una energía limpia y ecológica -por supuesto desde una perspectiva únicamente humana-.

En el reino vegetal ha habido todavía menos escrúpulos a la hora de arrasar con violencia e indiferencia miles de hectáreas de terreno, cuyo objeto ha sido el de incrementar los monocultivos: la deforestación a nivel mundial representa una de las mayores agresiones al mundo natural perpetradas jamás en la historia de la humanidad. Millones de árboles han sido talados indiscriminadamente en todo el planeta para convertir el bosque en tierra cultivable, ya sea para humanos o ganado y ya de paso para extraer madera y papel. Pero, ¿cuánta vida se ha perdido por culpa de estas conversiones trágicas e insensatas? Los bosques no son solamente lugares donde moran árboles, son lugares ricos en vida orgánica tanto vegetal como animal, cuya función es imprescindible para el buen desarrollo y equilibrio del ecosistema que sustentan. Y lo más triste es que ahora nos damos cuenta de que incluso los ecosistemas que forman los bosques son vitales para el devenir del planeta y por tanto de todos sus seres, incluidos los humanos. El destrozo de miles de hectáreas de estas enormes superficies en nombre del progreso es otro de los crímenes silenciados por la humanidad.  

Pero una buena parte de la población humana también ha sufrido y sufre las consecuencias dramáticas del avance industrial, ya que aún hoy millones de humanos son esclavizados y asesinados en guerras, “necesarias” para la extracción de recursos que necesita el mundo civilizado opulento. También debemos recordar todas aquellas comunidades indígenas que se resistieron a aceptar el mundo invasivo civilizado, pero que finalmente fueron forzados a la adaptación, mientras que si la resistencia era tenaz y molesta para el colonizador, eran desplazados o exterminados. Aún hoy perviven y resisten cada vez menos grupos tribales en América y África, amenazados por el avance irremisible de la civilización. Por supuesto, tampoco esto suele aparecer en ningún libro de historia oficial ni en los telediarios, si no es para justificar la versión del invasor.

En el presente de la atracción tecnológica y de la postración a las máquinas, la masa de humanos civilizados parece justificarse cada vez más en la arrogancia sin querer saber nada de las verdaderas víctimas que trae consigo este proceder carente de sentido, pues hoy más que nunca demandan más recursos de todo tipo, y peor aún, más humanos nacen y se suman al consumismo irracional. Y para justificarlo, los grupos de poder se encargan de engañar a la mayoría consumista mediante técnicas de persuasión haciéndolos creer que todos sus actos son inocentes y libres de cualquier crimen, y que pueden entregarse a la vida hedonista y opulenta sin ningún tipo de remordimiento. En determinadas épocas del año como las fiestas navideñas este estado de supuesta felicidad se intensifica y todos aparentan ser más humanos entre ellos, dibujando sonrisas falsas, fingiendo normalidad y solidaridad para con el prójimo. Este es el “mundo feliz” ya vaticinado por un visionario hace más de setenta años, el peor de los mundos habido y por haber.

De hecho, hoy más que nunca, la suma de todos los actos cotidianos diarios de los humanos modernos que viven en Occidente junto a los que están en vías de occidentalización provocan un mayor número de daños en la naturaleza que cualquier acontecimiento histórico llámese guerras mundiales o civiles e incluso que cualquier catástrofe natural focalizada.

Pero por suerte para el planeta y para las distintas formas de vida no sometidas, el sistema industrial perpetrado por la humanidad tiene visos de terminar más pronto que tarde, por un modo de vida tan insensato como suicida, y todo parece indicar que lo hará de forma drástica y dejando consecuencias que no pueden siquiera intuirse, tanto más graves cuanto más tiempo se alargue la osadía humana contra el mundo natural, una osadía que se pagará muy cara. Cuando lo haga, todo el equilibrio se reestablecerá, la vida brotará de nuevo en toda su plenitud. Ya no morirán más animales arrollados por la indiferencia de los coches y quienes los conducen, ya no más animales se quemarán en incendios provocados por criminales pagados por otros criminales, ya no más peces morirán envenenados por petróleo o axfisiados fuera del agua. Y si quedan humanos, los más cuerdos se darán cuenta por fin del valor del respeto hacia el medio que nos rodea pudiendo vivir armónicamente con los demás seres vivos, mientras que los más insensatos se devanarán los sesos pensando en cómo levantar de nuevo una civilización arrogante y despiadada.

6 de enero de 2015

Una condena rotunda a la dominación humana

Analizado de forma objetiva, la historia de la dominación humana en  el planeta Tierra ha alcanzado con la modernidad su momento más álgido y a la vez el más drástico, dado el nivel de destrucción que trae consigo. De forma gradual se puede decir que el ser humano civilizado se fue extendiendo al mismo ritmo que lo hacía la agricultura y la ganadería, lo que fue el principio de la dominación. Estos dos hechos son dos de los primeros pasos en pos de un control del medio que permitirían a su vez un mayor flujo de migraciones humanas por varios continentes al mismo tiempo que un aumento de la población.

La rueda en forma de cadena giratoria estaba servida, pues a más población más demanda de necesidades, más migraciones, y así sucesivamente. Al mismo tiempo, un mayor contacto entre formas de sociedad distintas trajo no solo una adopción de métodos nuevos de producción sino también un conflicto de intereses. Esto quiere decir que es más acertado pensar en una expansión humana motivada por las circunstancias externas y el instinto biológico de reproducción que por la propia voluntad de guiar su destino. Bien que una pequeña sociedad aislada de humanos pueda conseguir un mayor control de su voluntad pero cuando ya dejan de ser aisladas y se da un continuo contacto entre ellas, sólo puede esperarse una evolución motivada por las circunstancias externas.

A pesar de que se puede afirmar que un cúmulo de hechos motivara en gran medida la expansión, a nivel cultural se derivaron ciertas predisposiciones al control. De alguna forma, el humano antiguo llegó a comprender que intervenir directamente en la producción de los recursos de la tierra en vez de recolectarlos o domesticar animales en vez de cazarlos le proporcionaba supuestas ventajas, y esto hizo que lo viera como una forma de controlar la naturaleza a su voluntad. Por supuesto, lo que no podía imaginarse era el potencial de extensión que podría llevar aparejado. Así, las primeras intenciones de esta especial forma de dominación -que por cierto ni mucho menos ha sido la única ni la más larga en el tiempo: los dinosaurios dominaron durante muchos millones de años- al principio no tenían consecuencias de ningún tipo, pero lo que empezó como una pequeña dominación con idea de control aislado en una zona geográfica del planeta acabó en una forma de dominación devastadora a nivel planetario, absolutamente descontrolada -dado el nivel de destrucción ambiental- y criminal -por el exterminio de millones de formas de vida que supone- y que además es portadora de una seria amenaza de un nivel de destrucción muchísimo mayor pero imposible de determinar.

Si afirmamos que la dominación humana está descontrolada es precisamente por esto, y que además tiene la característica fatal de la depredación exclusiva, esto es, el ser humano se sale de la pirámide trófica porque es una especie de omnívoros que no tiene depredadores y que además tiene un alto poder de reproducción. Con todo, no solo se ha salido de la norma animal por cuestiones biológicas, sino culturales y sociales. Esto sólo puede hacer romper el equilibrio natural, el orden establecido, la vida funcional de los ecosistemas y la pérdida de la biodiversidad, fenómenos que en muchas ocasiones son irrecuperables.

Si la dominación de los dinosaurios - si es que se puede llamar así- duró tanto tiempo es porque no se trataba de ninguna forma de depredación exclusiva. Los dinosaurios sí que estaban integrados en la pirámide trófica, puesto que los carnívoros depredadores eran pocos y los herbívoros eran la mayoría. No modificaban su hábitat ni lo destruían. Solo un hecho fortuito -por el cuál recordemos que estamos aquí- acabó con esta forma de “dominación controlada”, pero no nos confundamos, los dinosaurios sólo eran animales sin intención ninguna de dominar ni controlar nada y es por esto precisamente por lo que duró tanto y duraría todavía.

En comparación, la dominación de los humanos es una mota de polvo en el tiempo, única y especial porque es intencionada y guiada por circunstancias más culturales que biológicas y si decimos que está descontrolada es porque está destruyendo su propio hábitat (y probablemente a sí mismo).  El hecho de tratarse de un animal con un potencial racional creciente y una tendencia hacia la socialización han contribuido a aumentar los riesgos de la expansión y sus terribles consecuencias.  

Sea como fuere, motivada o no, la evolución de los humanos derivó en la dominación natural, tanto de los recursos orgánicos como inorgánicos. De los primeros, las plantas y los animales fueron los dos principales objetivos, ya que proporcionaban alimento, vestido, y otros usos. De la extracción de los recursos inorgánicos derivó la extensa extracción de minerales, metales, fuentes de energía para fabricar todo tipo de armas, infraestructuras y objetos. El avance fue más o menos gradual hasta la era industrial y tecnológica en la que el nivel de destrucción se multiplicó de forma explosiva, porque además permitió a su vez un aumento explosivo de la población humana y por tanto un aumento de la demanda de recursos.

Este panorama que hemos descrito permite hacer un juicio de valor probadamente racional que todavía muchos críticos se empeñan en obviar: no se trata solamente de que la humanidad sea incompatible con la naturaleza salvaje, algo que queda sobradamente demostrado, sino que se puede afirmar con total rotundidad que la humanidad es un error evidente de la naturaleza salvaje. Solamente esperamos que no sea letal y que se pueda recuperar cuando la voracidad humana remita o llegue a su fin.

Los estragos que resultan de la dominación humana sobre el medio natural han influido también drásticamente en quienes han contribuido y contribuyen a la destrucción, que son prácticamente todos los humanos del planeta Tierra. Si la era industrial ha disparado los niveles de destrucción, ha servido también para forjar una ideología milenaria que defienda la dominación que se deriva de ello como una obra sublime. Esta ideología representa la arrogancia humana que se otorga el derecho de dominar y utilizar a su antojo todo recurso natural, y por cierto que no sólo es atribuible a las mentes más enfermas, aquellas que ansían más poder, a mayor o menor escala, sino también al resto de personas que sin darse cuenta la practican en su día a día.

Esta ideología afecta de gravedad a todo el conjunto de la humanidad moderna, civilizada o como quiera catalogarse y se contagia como si de una transmisión genética se tratase. Al fin y al cabo, de forma individual todos los humanos ejercen algún tipo de dominación sobre seres más débiles que ellos -no necesariamente considerados inferiores- a pesar de que no sean conscientes o de que muchos se empeñen en negarlo. Pero admitirlo es un primer paso.

Hoy ya son unas pocas mentes las que se han rebelado contra las cadenas del sistema de dominación dándole la espalda hasta donde se pueda, un reto supremo que bien merece tenerse en cuenta. Un esfuerzo que durará toda una vida y que podría suponer el principio de una revolución a escala mayor.





27 de marzo de 2014

Decidir por los animales

Hoy en día la adopción y tenencia de animales de compañía en las casas se ve como una posible solución al problema de los “animales callejeros”. Pero, ¿realmente lo es? Si lo vemos desde la perspectiva de las posibles molestias que puedan causar a los ciudadanos parece que sí lo soluciona, aunque solo en parte porque los principales animales de compañía que son los perros deben seguir saliendo a la calle para cumplir parcialmente con algunas de sus necesidades naturales, siempre bajo la vigilancia de los dueños y sin causar molestias al resto de paseantes. Hasta aquí podríamos estar de acuerdo.


Veámoslo ahora desde la perspectiva de los propios animales y la cosa no estará tan clara, pues al fin y al cabo y por mucho que un animal casero esté en mejores condiciones que un animal callejero, al menos en cuestión de su propia seguridad, ninguno de estos animales ha tenido la oportunidad de decidir dónde y cómo quiere vivir. Lógicamente debemos decir que el contexto actual no le da muchas opciones, y es precisamente por esto por lo que a lo largo de miles de años su mundo natural se ha visto reducido por culpa de la civilización y su cercanía a los humanos ha sido impuesta, por lo que se han quedado sin opciones. Pero si lo analizamos más concienzudamente vemos que durante toda esta larga cantidad de años se han tomado miles, sino millones de decisiones en torno a estos animales y en general hacia todos los animales domésticos, desde su domesticación más primaria hasta la modificación genética, pasando por la formación en rebaños, su elección de uso, su amansamiento, la división en razas, o su selección artificial. Todas y cada una de estas decisiones han sido exclusivamente humanas y esto se traduce por una limitación de sus opciones de vida.


Pero hagamos una pequeña digresión: ¿pueden los animales decidir por sí mismos? Si tenemos la certeza y esto nadie lo puede negar, de que los animales domésticos fueron un día animales salvajes que desarrollaban sus necesidades primarias en plena naturaleza y en armonía con ella, debemos afirmar que al menos estos animales gozaron alguna vez de capacidad de decisión propia hasta que la especial evolución de un grupo, los animales humanos, utilizaron su creciente inteligencia para anulársela y transformarlo en esclavo. Por tanto, se puede decir que un animal salvaje tiene más opciones de decisión que un animal doméstico en tanto aquél continúa en libertad mientras que éste ha sido esclavizado y su capacidad de decisión reprimida a lo largo del tiempo. El hecho de que un animal doméstico no pueda decidir por sí mismo es por su condición únicamente de esclavitud (animales como recursos) o tenencia vigilada (animales de compañía o animales caseros) y no por otro hecho. En cuanto la condición de esclavitud se redujera empezaría a recuperarse su capacidad de decisión.


Así las cosas, cualquiera podría decir que un animal doméstico no podría sobrevivir en estado salvaje, pero ni falta que le haría en tanto el período de transición hacia la vida salvaje sería probablemente tan largo como ha sido el contrario. Aún así, no es esto lo que nos preocupa en este artículo, sino el hecho de que debemos afirmar que la domesticidad tan solo es un estado de anulación de voluntad animal o esclavitud que ni mucho menos niega la capacidad de decisión de los animales dotados de alma o conciencia. Por descontado, no discutiremos aquí tampoco si los animales tienen o no tienen alma puesto que no dudamos de ello (en este blog hemos dado ya suficientes argumentos que demuestran que los animales poseen alma).


Volviendo a la cuestión principal y centrándonos únicamente en los animales domésticos, que son sin duda los que poseen menos opciones de decisión, es fácil deducir que a mayor grado de domesticidad o esclavitud, menos opciones de decisión y así, los animales de compañía como los perros o los gatos, gozan de una mayor capacidad de decisión que el resto, siendo los primeros en la pirámide en cuanto a trato recibido por los humanos. Las diferencias abismales en cuanto al trato recibido entre los primeros y los últimos de la pirámide -los animales como recursos- guardan relación con el uso que se les ha dado en la historia aunque no en todos los lugares del mundo han sido siempre utilizados de la misma manera. Al margen de las diferencias culturales y religiosas, el uso de animal de compañía -porque no deja de ser uso- otorga a estos una mayor calidad de vida por lo general dependiendo del dueño que le haya tocado, mientras que el uso como recurso, que son la mayoría (vacas, cerdos, ovejas, cabras, gallinas, pollos, caballos, toros, camellos, etc.) están condenados a una vida de esclavitud y enorme sufrimiento incluso hasta en el momento de su muerte. Cabe decir que hay animales como los conejos que son usados tanto como recurso como animal de compañía.


Tantos unos como otros, los animales siguen siendo sometidos a nuestros deseos y exigencias. En el caso de los animales como recurso, el sometimiento es brutal, su capacidad de decisión es nula puesto que ha sido totalmente sustituida por las innumerables decisiones humanas que aún hoy en día continúan afectando a su esencia comportamental, anatómica y genética. El lugar donde nacen, malviven y mueren está intencionadamente alejado de las grandes poblaciones y los métodos empleados son ocultados al público y a los medios de comunicación para que no se sepa la verdad. No se tiene en cuenta su capacidad de sufrimiento ni su capacidad de decisión y la consideración general hacia ellos es de absoluta indiferencia.


En los animales de compañía, el sometimiento se ha relajado más, son mejor considerados y se tiene en cuenta su capacidad de sufrimiento, pero en absoluto su capacidad de decisión, ya que estos animales siguen siendo sometidos al proceso de vida humana social. Se decide el lugar en donde van a vivir, la compañía que tendrán, su alimentación, el deber de ser castrados como un “mal necesario”, las horas para salir a hacer sus necesidades y a jugar, e incluso el falso convencimiento de interpretar sus sentimientos cuando en el fondo son tan distantes que jamás podremos ni siquiera intuirlos. Tras años de esfuerzo por sacar a los animales de su hábitat y de modificar su esencia solo para satisfacer nuestra sed de dominación, incluso los animales que supuestamente viven mejor y sufren menos están sometidos a nuestros deseos de forma egoísta.


A menudo se fomenta la adopción de los animales de compañía para acabar con su tráfico y abandono, pero la adopción no es más que un mal menor que sirve para calmar las conciencias y potenciar el egoísmo humano frente a los animales sometidos a nuestros deseos. Pese a lo que se diga, ni un piso es un lugar idóneo para un perro o gato ni el pienso industrial su alimentación natural. Y a pesar de que muchos dueños se esfuerzan a diario para darles todo su cariño, las condiciones de vida acelerada, el hacinamiento de las ciudades y la falta de tiempo de las personas en una sociedad de masas no podrán ser nunca compatible con las necesidades de ningún animal doméstico de compañía.


Una solución para devolver a los animales domésticos su capacidad de decisión y que tenga en cuenta sus intereses en vez de los de los humanos, pasa exclusivamente por su desadaptación a las exigencias humanas y por tanto su vuelta a la naturaleza, sea ésta de la forma que sea y tarde el tiempo que tarde.

28 de diciembre de 2012

El mito del “buen civilizado”

El ser humano moderno presume a menudo de serlo y se vanagloria continuamente sin darse cuenta de que no hay nadie distinto a él que escuche tan altivas demostraciones. Por supuesto, tal grado de presunción va dirigido a sí mismo (ésta es, según Nietzsche, la forma más común de engaño). Dicho sea de paso que no ha habido jamás en ninguna parte -que se sepa- tamaña demostración de arrogancia. En efecto, el ser humano actual utiliza varios recursos para justificar dicha demostración. Uno de ellos estriba en hacer denigrante cualquier época pasada -cuanto más lejana más denigrante-, arguyendo con esto que la única vía posible para el ser humano es la del progreso hacia no se sabe dónde, justificando asimismo que para que la idea del progreso fuera válida y además creíble, necesariamente el pasado siempre ha de ser peor. Esta proposición que tanto vende y a la vez arraiga en la mente de las personas es, profundamente analizada, de una estupidez majestuosa, además de que muchas veces resulta falsa. También debemos ser rigurosos y descartar aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” -cualquiera no, pero muchos sí-. Ahora el ser humano tiene la excelentísima cualidad de que se va mejorando a sí mismo (en estupidez, por supuesto).

Una de las designaciones más usuales que utiliza el hombre moderno es la de atribuir a todo lo anacrónico como algo primitivo, dándole con esto un sentido peyorativo, es decir, bruto, zafio y retrasado, mientras que ser moderno es estar a la última y además ¡ser más inteligente! Esto es además una señal de inequívoca ingenuidad por la autoprivación que se hace el hombre moderno en cuanto a lo que su pasado puede enseñarle. Concretamente en esta entrada hablaremos no del pasado más reciente sino del más remoto, aquel del que menos se sabe por la propia lejanía, pero del que probablemente tengamos más que aprender: nuestro pasado primitivo previo al gran salto de la civilización, pero eso sí, esta vez al margen de interpretaciones subjetivas.

Son pocos los autores que han hablado del hombre salvaje como un ejemplo a seguir, siendo lo más común presentar la vida primitiva como si fuera mala por naturaleza. Pero al igual que en el mito del buen salvaje atribuido a Rousseau, el resto de acusaciones vertidas por los fieles al progreso sobre la supuesta depravación del mundo salvaje, siempre en comparación con los adelantos de la época civilizada, tienen, examinados profundamente, igual o mayor grado de mito.

En efecto, presentar el mundo salvaje previo al Neolítico como un mundo idílico no podía ser más que una idealización, aunque los nuevos estudios antropológicos tienden a desmentir en parte su naturaleza. Por otro lado, poco o ningún esfuerzo se hizo por entender la obra de Rousseau ni a donde quería llegar con ella. Su especial dedicación en ahondar en las desigualdades sociales le hizo escarbar necesariamente en los inicios de la civilización y en las grandes diferencias que trajo ésta con respecto al mundo salvaje del que evolucionó. El resultado de sus pesquisas, quizás, cierto es, exagerado por sus motivaciones románticas, fue presentar estas diferencias entre uno y otro mundo con el objeto de arrojar algo de luz sobre el origen de las desigualdades. Para él no había duda de que dichas desigualdades surgían de la vida en sociedad y no de la vida salvaje. Suyas son estas palabras que definen muy bien esta postura: ...los vicios que vuelven necesarias las instituciones sociales son los mismos que vuelven inevitable el abuso. Así, estos vicios, lejos de ser propios de la naturaleza humana como nos hizo ver Hobbes afirmando que “el hombre era un lobo para el hombre”, nacen de la vida en sociedad. Rousseau le objetó a Hobbes que cometió este error porque no había escarbado lo suficiente en el tiempo.

Pero cabe mencionar algunos de los cambios básicos que introdujo el mundo civilizado con respecto al mundo salvaje y que un primitivista declarado como John Zerzan se ha dedicado a analizar en esencia, tratando de demostrar que estos grandes cambios son el motor de la degradación de la sociedad. Estos cambios simultáneos unos de otros y acaecidos en cadena tras un largo periodo de estabilidad, comienzan a perfeccionarse tras la llegada definitiva de la agricultura, motivada posiblemente por un incremento previo del sedentarismo y de la población de los grupos primitivos. Cómo y porqué tras un periodo larguísimo de tiempo paleolítico en el que la obtención de recursos se mantuvo estacionaria gracias a la recolección, la caza y la pesca, se dieron las circunstancias para tan drástico cambio es algo difícil de saber. Pero el resultado es que tras este periodo en el que el hombre era una parte integrante más del medio y como tal desarrolló un gran conocimiento del mismo y de sus formas de vida, se vio truncado por culpa de dichos cambios.

La gran cadena de la civilización acababa de comenzar. La nueva era se caracterizaba por una noción básica: el hombre ya no necesitaría ser una parte integrante de la naturaleza porque había aprendido a dominarla. Así, a la vez que se hizo sedentario, descubrió el enorme poder de cultivar la tierra y domesticar animales. En el momento en que empezó a delimitar los terrenos dedicados al cultivo y al pastoreo afianzó las propiedades y los privilegios, potenciando a su vez un sistema de jerarquías cada vez más complejo y la demostración de dicho poder mediante la fuerza; al multiplicar los alimentos, la población creció inevitablemente, se estableció y desarrolló mejores herramientas que posibilitaron la especialización laboral, incrementando el tiempo dedicado al trabajo.

Todos estos grandes cambios acaecidos en cadena necesariamente debían conducir a nuevas formas de dominación que se convertirían en un círculo vicioso. Así, a medida que el hombre creaba más y más trabajos, cada vez más complejos según las necesidades, se hacía necesario a su vez mejorar las técnicas, incrementando la eficacia y aumentando todavía más la población. Y a medida que aumentaba la población, se hacía necesario incrementar dicha eficacia mediante la mejora de las técnicas. Esto a priori no representaría ningún problema de distribución de los recursos y podría pensarse que la igualdad de las personas estaba garantizada. Por supuesto no podía ser así porque la noción de dominación no solo se dirigía a la naturaleza sino también hacia los propios humanos. El sistema de jerarquías que había seguido a la creciente administración de la propiedad propició la instauración de los privilegios como por ley divina y todo el montaje que siguió después para su justificación. Así, poco a poco y según aparecían las primeras ciudades, oligarcas y súbditos empiezan a constituirse en clases. A partir de aquí, la cadena empezaba a declinar en una secuencia imparable de justificaciones que traerían los funestos resultados de la civilización en forma de esclavitud, patriarcado, religiones, militarismo, imperios y conquistas. Es en este momento cuando el poder, corrupto por naturaleza, empieza su particular carrera de perfeccionamiento.

Schopenhauer no es conocido por escribir sobre primitivismo, pero en uno de sus libros dijo algo significativo al respecto: los salvajes se devoran entre sí y los civilizados se engañan mutuamente. La primera de las aserciones podía referirse al canibalismo practicado por algunos grupos minoritarios y motivados por circunstancias especiales; por lo demás nada que se pudiera generalizar a todos los grupos. Pero la segunda no puede ser más acertada. El poder, una vez institucionalizado, no sabe hacer otra cosa que engañar a sus súbditos para justificarse, extendiendo esta práctica entre todos e imponiendo un modo de vida supuestamente cooperativo entre los individuos, pero que no deja de ser una cooperación motivada por el interés personal. El medio usado es el de la mentira mutua y la competitividad por ver quién es el más eficaz. Este es el verdadero legado del “buen civilizado”.

Son muchos los que podrán recurrir al avance tecnológico y la ciencia como signo de progreso. Empezando porque todos estos avances surgen y se extienden gracias al poder y porque a este le interesa, es decir, son impuestos por la violencia para incrementar el control social, aquellos no son más que eslabones de la propia cadena trazada por la civilización. Las supuestas comodidades que dichos avances nos han proporcionado no son más que necesidades inventadas por la civilización y desarrolladas hasta el extremo por el mundo moderno. Recurrir a ellas para vanagloriar el presente no es más que admitir la victoria del poder.

En la actualidad, el mundo ficticio que ha montado este periodo relativamente corto en comparación con el del hombre primitivo amenaza con destruir sino totalmente, al menos parcial e irreversiblemente la naturaleza que el ser humano se ha empeñado en dominar. Mediante un sistema económico imperante que ha desarrollado un modo de vida basado en el consumismo desenfrenado, el despilfarro y el agotamiento de los recursos, una sociedad que no da importancia alguna a que la población crezca de forma desorbitada, y una filosofía absurda por la que el humanismo más obtuso es justificado por la casi totalidad de la humanidad, privándose a su vez cualquier progreso de tipo moral y racional, el resultado es que ahora más que nunca los estragos en la naturaleza y en las formas de vida -tanto humana como animal- son infinitamente mayores que cualquier otra época. Lo extraordinario es que el impacto es tanto mayor a medida que avanzamos en el tiempo. Por tanto, permítaseme justificar que si el estado salvaje que describió Rousseau era un mito en parte, el estado civilizado lo es totalmente.

Marshall Sahlins es un antropólogo que ha estudiado de forma amplia el mundo salvaje previo a la civilización además de los grupos actuales y sus conclusiones van en esta misma línea. Según afirma nunca en la historia ha habido un periodo de hambre como el de la actualidad, hasta el punto de que ésta aumenta según evoluciona la cultura. Él se ha centrado en la cuestión del hambre en el sentido de que no deja de ser un acto criminal el hecho de que más de un tercio de la humanidad pase hambre mientras otros pocos viven en la opulencia. No obstante, la misma regla se le puede aplicar a todos los males derivados de la civilización.

Otro gran estudioso de la condición humana en la historia y la cultura como Lewis Mumford desmonta con pruebas convincentes “el mito de la máquina” para desmentir la teoría oficial por la que durante años se le ha atribuido a la invención de herramientas y a la mecanización una importancia infundada en detrimento del lenguaje o los rituales, incluso afirmando el hecho de que el uso de herramientas no podía haberse desarrollado sin la organización social y la magia atribuidas a los hombres primitivos.

Lejos de los prejuicios primitivos difundidos por la antropología clásica y los apologistas del progreso, la vida salvaje fue una época de integración en el medio, de conocimiento y sabiduría en lugar de inteligencia, de bienestar y moderación en vez de progreso, de equilibrio natural y de austeridad en vez de derroche. Tampoco debemos dejar de omitir que los estudios evidencian la importancia de la mujer, ya que hombre y mujer vivían en el respeto mutuo, que el tiempo dedicado al trabajo era menor y el dedicado al ocio y al cultivo del conocimiento era por consiguiente mayor, que los animales cazados eran venerados, que la propiedad no tenía sentido cuando no había nada que guardar ni cosas de gran valor, y que los únicos líderes a los que había que seguir eran los hombres más longevos de la tribu que transmitían sabiduría al grupo.

Con todo, no podemos a la vez presentar este estado como un mundo de color de rosas, a pesar de que queramos soñar con él como lo hizo Rousseau. Ni existe ni es deseable un mundo idílico hedonista donde todos los individuos sean felices. Evidentemente, la vida no pudo ser tan fácil en la época glaciar en donde  tan solo el frío era un enemigo a combatir, en donde la caza era una práctica arriesgada que en muchas ocasiones dejaba muertos y heridos, y en donde los distintos pueblos al vivir tan separados unos de otros no podían dejar de temerse entre ellos, dando lugar a inevitables conflictos por defender lo propio frente a lo desconocido, pero que ni mucho menos se pueden comparar a las deliberadas guerras e invasiones del mundo civilizado. Kaczynski, de forma sorprendente, escribió un breve ensayo en donde aportaba pruebas para desmitificar el mundo salvaje con el que soñaban los primitivistas como Zerzan, pero incluso en el mismo admite que aún así aquel mundo tuvo que ser mejor en muchos aspectos que el actual.

Lo más importante de esta historia es extraer los elementos más positivos de cada uno de los dos mundos, porque aunque uno evoluciona del otro, los cambios son tan profundos que se diría que son antagónicos. Uno no tiene más que ver cómo viven las tribus actuales para corroborar este dato. Aunque mucha de la información del pasado no es más que mera conjetura, del presente podemos extraer conclusiones reales. Los apologistas del progreso podrán seguir empeñados en hacernos creer que la vida civilizada no solo es mejor que cualquier otra vida pasada sino que es la única posible -este hecho, por otra parte, ha servido para engullir cualquier resquicio primitivo, sometido a la voluntad de las nuevas formas de vida dominantes-. Por desgracia, no se dan cuenta que lo único que consiguen con esto es borrar una parte de nuestro pasado, que sin duda durante mucho tiempo fue mejor en términos generales, privándonos así la posibilidad de aprender todo su legado.