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12 de junio de 2017

La invasión de los coches (mil millones de vehículos en el mundo)

El vehículo privado representa todo un símbolo para las sociedades modernas y de hecho podría afirmarse que ostenta con diferencia el mayor grado de valor del conjunto de la sociedad moderna, en torno al cuál se ha forjado una inmensa cultura en apenas unos decenios. Del lado de la industria y el lobby automovilístico el vehículo privado aporta señales constantes de bienestar económico, tecnológico y laboral, definiéndolo ellos mismos como el motor de la economía. Para los consumidores o la sociedad en general el coche aporta mucho más que una utilidad práctica: es señal de clase, valor, riqueza, indicador económico, poder, libertad e independencia. Así pues, no es de extrañar que la industria automovilística sea en la actualidad una de las más poderosas e influyentes del mundo, augurada por un crecimiento constante del parque total de vehículos. A partir de aquí entramos en materia con el objeto de desgranar con detalle lo que se esconde detrás de esta industria.

Efectivamente el parque automovilístico supera ya los mil millones de coches (en adelante hablaremos de coches en vez de vehículos, dado que el símbolo del vehículo privado es el coche), concretamente se han superado los 1.200 millones de coches en todo el mundo (aunque esta cifra incluye otro tipo de vehículos como camiones usados con fines exclusivamente de transporte de mercancías, la inmensa mayoría son coches).

De los principales países del mundo, se puede decir que EEUU ostenta el récord de más coches por habitantes (más de 300 millones de coches en total, lo que casi supone uno por habitante). China es el país que más coches fabrica, por tanto el que más crecimiento tiene anualmente, con más de 25 millones cada año y subiendo (aunque por su enorme población de 1.400 millones de personas apenas tiene una densidad de uno por cada diez habitantes: unos 150 millones en total). India le sigue muy de cerca en crecimiento y en número total. En cuanto a los demás países sorprende que España sea uno de los primeros países europeos en crecimiento (de 2 a 3 millones por año, rondando ya los 30 millones) y que Italia sea el primero en densidad (más de un coche por cada dos habitantes, aunque seguido de cerca por el resto de países europeos como Alemania y Francia). Cifras por supuesto aproximadas y extraídas de fuentes de internet no siempre fiables. Pero lo que de verdad importa es que hay en el mundo más de 1.200 millones de coches en circulación, que cada año esta cifra aumenta en unos 80-100 millones y que dicha cifra aumenta a su vez cada año y que de seguir la tónica supondría superar los 2.000 millones en unos 15 o 20 años y los 4.000 millones para el año 2.050, aunque lógicamente estas cifras están sujetas a ciertas variables que podrían darse como un empobrecimiento de la clase media o un más que posible colapso de la sociedad.

Lo más increible de estas cifras es el ritmo de crecimiento de coches en todo el mundo. Aunque en internet no se encuentran datos muy precisos, al parecer se fabrican y venden unos 80 millones de coches al año y que en unos cinco años esta cifra pueda llegar a los 100 por el incremento que se está dando en países emergentes como China, India o Brasil. No obstante estas cifras no indican el incremento real del total de vehículos en el mundo ya que no cuentan las bajas, un dato que ha sido imposible averiguar. Pero si nos ponemos a suponer que el número de bajas está en la mitad de altas, es decir, unos 40 millones, podemos suponer un incremento de 40 millones al año, lo que supondría superar los 2.000 millones en unos 20 años, siempre y cuando la economía se mantenga estabilizada, algo cada vez más improbable dada la tendencia de la sociedad globalizada hacia un cada vez más cercano agotamiento de los recursos.

Para que los coches puedan circular no solo hace falta una poderosa industria que los fabrique y los venda. A la industria que fabrica coches hay que unirle la industria del petróleo, cuyo objeto principal de su producto es este medio de transporte, y además una parte de la industria de las obras públicas, dado que para que millones de coches puedan circular hacen falta miles de carreteras. Por supuesto, no es necesario decir que todas estas industrias están claramente relacionadas. Y cada una de ellas deja una huella ecológica inmensa. Dejando al margen la industria petrolífera que abarca un campo más amplio de actuación y que abastece a otros medios de transporte, es importante centrarse en la relación entre las obras públicas y la industria del coche. 

Los gobiernos gastan una enorme suma de dinero en la red de carreteras y autopistas necesarias para que millones de vehículos puedan circular. El ritmo creciente de coches en circulación ha obligado a construir muchas más carreteras. Y como dicho crecimiento ha afectado sobre todo a las ciudades, grandes poblaciones y sus periferias, supone que la intensidad del tráfico sean una consecuencia lógica, ya que la construcción de carreteras está afectada por un límite espacial y sin embargo la venta de coches aumenta sin que ninguna barrera se interponga. La acumulación de coches en las principales carreteras de entrada y salida de las ciudades, así como las circunvalaciones, provoca embotellamientos y atascos kilométricos en muchas zonas urbanas todos los días laborales. Dado que la inmensa mayoría de coches son conducidos por una sola persona y dado que la inmensa mayoría de personas tienen los centros de trabajo lejos de sus casas, la intensidad del tráfico en las horas punta es inevitable. 

Por tanto en las ciudades y sus alrededores se produce la mayor concentración de coches y de contaminación de CO2 a la atmósfera, pero el tráfico afecta también a largas distancias nacionales y transnacionales a diario de vehículos de mercancía así como conductores en busca de placer en época vacacional, lo que obliga a la construcción de miles de carreteras secundarias que conectan las grandes ciudades con las zonas costeras más demandadas, así como zonas de turismo rural. El transporte de mercancías transnacional supone que miles de camiones recorran a diario autopistas y carreteras para transportar productos a lugares que distan miles de kilómetros con el consiguiente gasto de energía y más contaminación, en vez de favorecer la producción local para evitar tanto desplazamiento. Pero es evidente que el sistema económico es quién ha posibilitado que esto sea así, potenciando que los medios de transporte sean cada vez más rápidos y eficientes.

A nivel social la industria del coche ha creado una influencia brutal sobre las personas, invirtiendo para ello altísimas sumas de dinero en publicidad, aprovechando la supuesta necesidad de transporte privado en las ciudades crecientes pero al mismo tiempo creando toda una cultura en torno al coche que parece ahora indispensable para el buen funcionamiento de la economía y el bienestar de la sociedad. Cualquier persona puede acceder a un coche utilitario para moverse por la ciudad a un precio asequible pero al mismo tiempo la diversidad de marcas y tipos de coche hacen que las diferencias de precio sean significativas, un hecho necesario para fomentar la pertenencia a una clase superior por tener un coche mejor y más nuevo además de la envidia que afecta a quién no lo tiene aún. Los diseñadores de coches estudian continuamente las necesidades de los consumidores y adaptan sus nuevos modelos a las mismas. A veces una simple innovación en un modelo o una nueva campaña publicitaria hace subir las ventas de forma considerable, lo que provoca que ambas partes queden satisfechas. Nada más engañoso porque este continuo nunca tiene fin, y tan pronto están satisfechas como insatisfechas, lo que promueve más compras en un intervalo de tiempo menor, algo que la propia obsolescencia del producto también ayuda, pues es sabido que esta norma es esencial para que el sistema económico de oferta y demanda pueda seguir funcionando.

Todo esto permite que la industria automovilística sume cada año pingües beneficios -a pesar de la crisis del 2008 que hizo que las ventas se estancaran, en 2015 han vuelto a subir-, dando trabajo a menudo estable a millones de personas y que a su vez actúe de motor para el resto de sectores económicos que de alguna forma dependen de ella. Sin embargo, debemos decir que todo esto tiene un coste social que no es tenido en cuenta por casi nadie. El uso del coche en la ciudad se hace universal, hasta el punto que muchas personas hacen de él su forma de vida y no pueden separarse de él. Algunas ciudades de EEUU están diseñadas exclusivamente para el tráfico rodado y permiten de forma normalizada que los ciudadanos hagan toda su vida en el coche cuando no están en el trabajo o en casa, contribuyendo decisivamente al sedentarismo de gran parte de la población. La costumbre antinatural de la velocidad se hace una constante en las nuevas generaciones que ya han nacido en un mundo infectado de coches por todas partes, hasta el punto que mucha gente se vuelve adicta a ella y no sorprende que sea la causa número uno de los accidentes de tráfico. El estrés y los nervios que provocan los atascos es una tónica general a la que se acaba acostumbrando todo conductor y que nadie es capaz de poner solución alguna. El resultado es que muchos conductores tienden a una considerable agresividad al volante.

Los accidentes de tráfico cuyas causas principales son los dos aspectos mencionados, es decir, la velocidad y las distracciones provocadas por estrés o agresividad, son asumidas por la sociedad y las autoridades como un mal inevitable del progreso que solo puede ser mitigado mediante campañas de sensibilización a los conductores -no siempre efectivas-. Aunque  el objetivo principal de dichas campañas es reducir el número de víctimas también lo es el de reducir el enorme gasto económico derivado de los accidentes. Sin embargo,  otra forma de ver los inevitables accidentes de tráfico en vez de daños colaterales, es como hechos incontrolados del progreso tecnológico que deja consecuencias indeseables y dramáticas, en este caso, víctimas absurdas de la velocidad que no deberían dejar su vida atrapadas entre hierros. Pero como sucede siempre, se enseña que el progreso es más importante que este hecho y como tal se reduce a un mero resultado porcentual que no afecta a que éste siga su curso. En referencia a los accidentes de tráfico cabe destacar la impactante cifra aproximada de 1,25 millones de muertos al año en todo el mundo y otros tantos millones de heridos.

Los accidentes conllevan una serie de gastos en cuestión de reparaciones a familiares por parte de las autoridades, tanto físicas como psicológicas, pero a su vez suponen la inversión de enormes sumas dinero en materia de seguridad automovilísitica para paliar dichos accidentes, algo que supone otra de las trágicas paradojas del mundo moderno, por la que unos cuantos salen beneficiados por el dolor de otros muchos. En las guerras pasa algo parecido, empresas relacionadas con el armamento y la seguridad salen siempre beneficiadas de la muerte de millones de personas. ¿Daños colaterales o crímenes del progreso?

A nivel ecológico el aumento del número de coches en circulación y de las carreteras se traduce en una pérdida y destrucción irreparable del espacio natural así como de miles de organismos que viven en él. La industria de la minería que abastece de materia prima a la indsutria del coche es una de las mayores derrochadoras de recursos, de destrucción de hábitats, erosión y desertificación de los suelos, agotamiento del agua, fomento del esclavismo infantil humano así como provocadora directa de conflictos bélicos y por tanto de desplazamiento forzado de millones de humanos. Le sigue de cerca la industria energética, en especial la del petróleo, causante de numerosas campañas militares de los países occidentales en Orienete Próximo. La otra parte negativa es la enorme cantidad de residuos que producen la fabricación de coches y que acaban en los ríos o mares, así como de partículas contaminantes a la atmósfera que mezclada con otros gases afectan cada vez más a millones de organismos incluidos los humanos, en especial los que habitan en núcleos urbanos aunque también alcanza a los que viven en zonas rurales.  

Si la parte que se refiere a la fabricación de vehículos por parte de las respectivas industrias que lo abastecen se torna inmensamente destructiva, la parte que se refiere al uso del mismo por los usuarios no le queda lejos ni mucho menos. La contaminación atmosférica es la parte que más afecta a los propios humanos receptores de dicha contaminación, pero solo es la parte más visible y últimamamente más tenida en cuenta. La consecuencia más destructiva y exterminadora de la velocidad contranatura del vehículo a motor es la muerte en carretera de millones de animales de todos los tamaños pertenecientes a numerosas especies y poblaciones. 

Tan solo en un país como España se calculan aproximadamente 10 millones de animales asesinados por los coches al año, y decimos asesinados sin ningún tipo de reparo porque la incipiente construcción de carreteras en espacios salvajes que albergaban la morada de los animales que lo poblaban para el tráfico rodado de humanos constituye uno de los mayores crímenes contra la naturaleza y al mismo tiempo una contribución nefasta a la pérdida de biodiversidad y reducción de poblaciones silvestres. Sin embargo se me antoja que esta cifra no incluye a insectos, lo que sería muchísimo más elevada. La forma en que son matados animales inocentes ajenos a la expansión de la especie dominante es cruel y rastrera porque mueren aplastados, destripados y despellejados sin que nadie se moleste en recoger sus restos en un gesto de desprecio por la vida que no debe tener parangón alguno en la historia de la humanidad, más si cabe que los otros tantos millones de animales esclavizados para comerse, pues al menos mueren por un motivo, aunque este es claramente innecesario. Los animales salvajes obligados a cruzar carreteras en su rutina de buscar alimento o socializarse con otros miembros de su especie han visto como se ha estrechado su hábitat cada vez más y las alambradas que se instalan en algunas carreteras para su supuesta protección a menudo sirven también de una muerte atroz por atrapamiento. La cifra total de animales que dejan la vida en la carretera en todo el mundo debe ser incalculable y sin duda constituye otro de los numerosos ecocidios perpetrados por el "necesario progreso humano" contra la vida natural.   

Lejos de reflexionar sobre los alcances reales del problema, algunos sectores de la sociedad empiezan a plantear posibles soluciones del tráfico rodado. Pero su motivo es básicamente que resultan muy contaminantes para los ciudadanos. No se tienen en cuenta ni el problema que se deriva de su fabricación, sin duda mucho más grave, ni las terribles consecuencias que tiene para otros animales habitantes del planeta porque en cualquier caso ambos problemas están sucediendo lejos de las ciudades. Así pues, las supuestas soluciones solo abordan problemas que atañen a los ciudadanos que además son demandantes insaciables de más coches porque la industria solo busca beneficios sin tener en cuenta los costes sociales o ecológicos. Y por ello una vez más se demuestra que este sistema está tremendamente enfermo de egoísmo incluso en el diágnóstico de algunos de sus síntomas. Pero al fin y al cabo las autoridades actúan supeditadas al enorme poder de las grandes industrias.

El desarrollo del coche se impuso como un hecho ineherente al progreso, por tanto resultó ser algo supuestamente positivo para la sociedad, sin darle la oportunidad a ésta de plantearse los costes del mismo, los riesgos de su peligrosidad y los males ecológicos derivados de su fabricación excesiva. Esto forjó una ideología que defendía el coche como un bien necesario y útil en las ciudades. Así pues, cien años después se sigue venerando al coche como un bien supremo,  en vez de plantear un debate en la sociedad sobre la supuesta necesidad del coche como símbolo de un sistema económico creciente y no como un instrumento mortal así como perjudicial para la salud humana -y animal, como hemos demostrado-, extremadamente antiecológico y derrochador de recursos. El símbolo del sistema social marcado por el materialismo y el progreso ha demostrado ser un invento maldito y destructivo, un arma que mata millones de animales, incluidos humanos (probablemente muchos más que cualquier arma al uso). 

Una vez más en este espacio no tenemos posibles soluciones para este gran problema porque de haberlas pasarían por un cambio tan radical y global que creemos de una tendencia improbable dado que chocaría con los intereses de la industria, las autoridades y los propios usuarios inconscientes del verdadero problema. Y porque además, la historia de la humanidad ha demostrado que la voluntad humana nunca ha provocado cambios de significancia alguna sino que son aspectos externos a ella los que han provocado dichos cambios. 

Tan solo la consciencia individual de las personas que se hallan en el camino de recuperar la cordura podría hacerles replantearse cosas como renunciar al uso del coche por ser un invento nefasto; decisión que formaría parte de un todo integral que cuestiona al mismo tiempo el disparatado modo de vida urbano y tecnologizado.  


16 de diciembre de 2016

En navidad, más derroche, más estupidez, más falsedad

Como cada año, la sociedad del supuesto bienestar acoge con los brazos abiertos ese período en el que todos parecen volverse un poco más dementes de lo que están, pues son unas fechas en las que no saben hacer otra cosa ni capacidad tienen para ello. Empujados por la inercia, la gran masa urbanita se dispone frenéticamente a comprar cuantas cosas pueda, ya sea en forma de objetos para regalar o comida para reventar, en estas fechas todo vale. La navidad se ha convertido en otro fenómeno de masas que se ha instaurado en nuestras vidas sin que hayamos podido hacer nada por impedirlo. Las excusas más recurridas son los niños y el placer, dos aspectos sagrados en el humano moderno de hoy en día.

A pesar de que originariamente el motivo de la navidad era exclusivamente religioso, hoy en día va perdiendo fuerza, pues la idea de un dios supremo que nos salvará a todos está siendo sustituida por el valor que se da al aspecto material. Hoy existen otros dioses para venerar como la televisión, el móvil o los videojuegos, es decir, inventos tecnológicos que enganchan fácilmente. Si bien la celebración de la navidad tradicional se centraba más en las reuniones familiares con sus pertinentes cenas, las panderetas en los villancicos y los regalitos de reyes o papá noel, según el lugar, en lo que apenas venía a durar unos días, la navidad moderna se centra ante todo en cuestiones comerciales, fomentando las compras desmedidas y adelantándose más en el tiempo para multiplicar las ganancias. Han conseguido que la navidad sea la gran mentira a la que todo el mundo acaba postrándose, incluso los que reniegan de ella.

Aquí todos sacan su provecho. En primer lugar las grandes empresas, monstruos ávidos de incrementar las ventas y los beneficios, lanzando sublimes campañas de publicidad, a la cual más estúpida y retorcida, como la nueva moda del “black friday” para dar comienzo a la locura, un sutil invento "made in USA" que a velocidad del rayo se ha extendido a toda Europa, confirmando que de la cultura yanqui se importan solo los aspectos más perniciosos o que en el fondo Europa y EEUU son dos sociedades que operan bajo las mismas leyes del mercado y que se copian la una de la otra. De la forma que se quiera mirar, esta nueva campaña representa lo estúpidos que nos estamos volviendo al permitir que las grandes multinacionales gobiernen nuestras vidas como si de dioses se trataran. 

Se permite todo lo que nos vende el sistema y por lo tanto se es condescendiente con él. Permitimos que las empresas nos engañen con millones de anuncios en todas partes, anuncios creados para que compremos más de lo que necesitamos, para hacernos adictos a las compras, para crearnos ideas antihumanas y antinaturales como la felicidad perpetua o el placer por encima de todo, incluso a costa del sufrimiento de terceros. Permitimos que el gobierno nos engañe a su vez con sus discursos pro-navidad, con importantes sorteos para ganar dinero de millones de personas que se les ha contado el cuento de que el dinero da la felicidad o si no, ayuda. El resultado es que los sorteos navideños solo sirven para confirmar adictos a estos juegos o para crear falsas esperanzas. Permitimos de igual forma que los medios de manipulación nos emboten la cabeza con información navideña a todas horas, el bombardeo de anuncios en las horas más seguidas de televisión, las referencias de cientos de programas al supuesto espíritu navideño, la inclusión de cientos de películas naviedeñas.  

Con todo, el problema del consumismo no solo es el hecho de consumir desenfrenadamente creando fanáticos de las compras. Constituye además un problema de aspecto planetario. En primer lugar, un desproporcionado gasto de recursos naturales, con las terribles consecuencias para el medioambiente y quienes lo pueblan; en segundo lugar, la acumulación de materiales deshechables motivada entre otras cosas por la insensatez de consumidores que reducen cada vez más el tiempo de uso de los objetos que compran necesitando cada vez más, aunque en realidad sea el propio sistema el que promueve esta conducta inconsciente mediante métodos de incitación al consumo y obsolescencia programada; en tercer lugar, la contaminación de dichos deshechos a la tierra, aire, mares y ríos; en cuarto lugar, el deshecho de toneladas de alimentos y de miles de litros de agua.   

Sin embargo y a pesar de esta desfachatez de la que nadie se acuerda, lo tradicional de la navidad no parece haber perdido su sentido, pues todo el mundo sigue reuniéndose para celebrarla y es aquí en donde se siente esa falsedad de la que todos parece que estén orgullosos, ese cinismo que no tiene límites. De un lado porque ya muchos consolidados ateos siguen celebrando una fiesta originariamente religiosa, contradiciendo uno de sus más férreos principios; claro, critican la religión tradicional ya anticuada pero veneran el progreso, la modernidad, ¡qué incongruencia!. De otro lado porque todos parecen olvidar en estos días las penas sufridas durante el año, los varapalos que les dan en la empresa, la presión a la que nos someten, los engaños que nos regala el sistema como la misma celebración de la navidad; y si todos hacen por olvidar las penas propias para qué hablar de las penas ajenas que suceden en el mundo fruto de un sistema drásticamente devorador como el nuestro. ¿O acaso se piensa la gente todavía que lo que está ocurriendo en Siria o en el Congo es un hecho independiente a la sociedad occidental? 

El lado más siniestro de la navidad es aquello que nos recuerda ”lo maravillosa que es la humanidad”, lo que lleva a olvidar todo el horror que dejamos a nuestro paso y del que nadie quiere saber nada. Esto tiene que ver con la arrogancia que nos caracteriza. El hecho de carecer de total remordimiento y empatía hacia las mayores víctimas de la navidad, que son, como en el resto del año, los animales.

Muchas de estas personas se manifiestan indiferentes a los hechos, pero ni en navidad ni en el resto del año les importa un bledo trocear la parte de un animal que ha sido vejado y esclavizado mientras deleitan su paladar riendo frases estúpidizantes de cuñados, nueras o primos. Otros, seguro que menos, en el resto del año mostrarían cierta empatía o deferencia hacia los animales que suelen comerse -aunque digan que lo hacen ocasionalmente o lo están dejando-, pero no tienen reparos en sumarse al frenesí navideño de corderos, pavos, terneras, langostinos o salmones, lo mismo da, sobre todo por el qué dirán, confirmando una tendencia enfermiza a la condescendencia familiar o grupal. Sin embargo, todas estas personas afirmarían odiar la violencia y la esclavitud, pero la navidad es la navidad y ante todo es la diversión de ellos y el correcto encauzamiento de los niños para engañarles y obtener nuevos obedientes prosistema. Los que malviven en los campos de concentración de animales "son un mal menor, necesario para el progreso".  

La auténtica verdad que nadie quiere reconocer es que en navidad se celebra el asesinato y esclavitud de los animales que se ponen a la mesa, y por esto la navidad es una patraña infame que confirma nuestra hipocresía, nuestro cinismo, nuestro perversidad, el avance imparable de una sociedad podrida tanto por dentro como por fuera. En definitiva, la especie humana no solo destruye y extermina todo lo que le rodea, sino que se regodea de ello y celebra con arrogancia que todo lo que hace es normal, pero cada vez está más cerca el momento en que tanta arrogancia se volverá en su contra.  

Así pues, si aún consideras que te queda algún resto de cordura en este mundo demencial, actúa con coherencia y no celebres la gran mentira de la navidad, no pongas adornos, no compres regalos, no acudas a las cenas a comer restos de animales, no engañes a tus hijos con patrañas navideñas, cena en tu casa como un día cualquiera.  

16 de septiembre de 2015

La sociedad del despilfarro

La Tierra se ha convertido en una gran fuente de recursos para los humanos, muchos de los cuáles aún continúan creyendo que dichos recursos son ilimitados, pese a las teorías de los expertos en diversas materias que empiezan a advertir que no lo son y que la forma en que hacemos uso de ellos se parece más a un saqueo que a un derecho propio. Sin embargo, lejos de juzgar el modo de vida que se nos ha impuesto como antinatural y destructivo, son muestras de alarma y preocupación por el hecho de que el agotamiento certero de los recursos, principalmente los usados como fuente de energía, pueda amenazar seriamente la vida civilizada sumiéndola en el caos o en una época de dictaduras militares y barbarie. Su preocupación principal estriba en el hecho de saber que los recursos naturales que proporcionan todo lo necesario para la sociedad industrial y tecnológica son probablemente limitados -o al menos cada vez es más difícil y costosa su extracción- y que es un error por tanto explotarlos como si fueran ilimitados. (De esto se deduce también que si no se hubiera presentado este problema o si ya hubiera métodos alternativos de energía válidos para abastecer a la inmensa población urbana -las energías renovables se ha demostrado que no pueden serlo- nada habría de lo que preocuparse).

Es una cuestión de perspectiva pero también influye el alto grado humanista que llevamos cuando nos ponemos a examen. Si uno pone el énfasis en la cuestión de saber si los recursos son limitados o no, algo que afectaría seriamente la supervivencia de la civilización a corto plazo, solamente lo hará por un motivo humanista: está preocupado por lo que le pasará a la humanidad -en especial, la humanidad más desarrollada, la que vive principalmente en ciudades- cuando empiecen a faltar estos recursos, pero a la vez estará olvidando asuntos mucho más cruciales. No solo se olvida del futuro a medio y largo plazo que afecta a la humanidad, sino que, más grave aún, se está olvidando del presente y también del pasado, de lo que la especie humana ha sembrado y no solo hacia su propia especie sino hacia el resto de especies que pueblan el planeta y que en su mayoría, estaban mucho antes que nosotros. Se olvida de toda la destrucción que hemos dejado atrás y de la que se sigue dejando ahora, al margen de si los recursos son limitados o no.

Con todo, cabe decir que al sistema financiero actual, liderado por las grandes multinacionales y respaldado por los gobiernos y la banca, poco le importa si los recursos son limitados o no, sin duda van a seguir explotándolos como hasta ahora, pues al fin y al cabo, esa es su naturaleza.

En realidad, el debate no debería centrarse en el probable agotamiento de los recursos. Si la perspectiva con la que se analiza se hace de forma no humanista, nos daremos cuenta del enorme perjuicio ambiental que deja tras de sí la civilización en su empeño por despilfarrar los recursos. Pero vayamos por partes.

Cuando hablamos de despilfarro hablamos, en su propia definición, de gasto desmesurado de los recursos. Alguien podría preguntar en qué momento concreto de la historia empiezan a ser desmesurados, pero eso es algo difícil de precisar. Aún así, hay evidentes indicadores que nos dicen que si hubiera que establecer un momento, ese sería a mediados del siglo XIX con el inicio de la extracción de los combustibles fósiles destinados a la energía, en especial el del petróleo. Si bien la humanidad preindustrial ya había consumido una gran cantidad de recursos, la repercusión ambiental que dejaba era nimia comparada con la de la era industrial. Hasta ese momento, se usaban principalmente recursos renovables como los provenientes de humanos, vegetales, animales, agua, sol, viento, etc. Mientras que la extracción de recursos a priori no renovables -o renovables a muy largo plazo-, era insignificante.

El descalabro vino por tanto en la era industrial y en especial en la era de la extracción de los combustibles fósiles, necesaria para hacer que el sistema creciera y avanzara a marchas cada vez más rápidas, actuando en un círculo vicioso, pues a más extracción de energía, más posibilidad de crecimiento de todo, incluido de población y a más crecimiento de todo, mayor necesidad de extracción de energía. Es a partir de este momento cuando todas las gráficas se disparan: petróleo, gas, carbón, metales pesados, minerales, alimentos, población, industrias de todo tipo, etc., pero también, por desgracia, se disparan las agresiones al ambiente y las formas de vida: deforestación, degradación del suelo y del agua, contaminación, desertización, desequilibrio de los ecosistemas, exterminio de especies animales y vegetales, esclavitud,  pérdida de biodiversidad, etc. Es esta la época del gran desastre natural, un despropósito sin parangón alguno, una insensatez en toda regla.

Todo viene a causa del exceso de gasto de los recursos, necesario para justificar la idea del crecimiento y la afianzada ideología del progreso, esa que hace que los alarmistas traten de advertir a los gobiernos del peligro de desabastecimiento energético. Sin embargo, todos estos gastos, desde que empiezan, son casi siempre superfluos y no responden más que a una necesidad de justificar dicho crecimiento. No es necesario para esta reflexión abordar cómo empieza el despilfarro ni sobre qué base está asentado todo invento o innovación que justifique el gasto, sino demostrar lo absurdo de un sistema que fomenta el despilfarro mediante millones de actos cotidianos por parte de todos los individuos que lo sustentan.

Son dos los elementos clave para fomentar el despilfarro y justificarlo: en primer lugar, la cantidad de humanos despilfarrando, pues obviamente, a más personas en el globo, más gasto de todo. En segundo lugar, las técnicas que emplea el sistema para incentivar el consumo en exceso, y que contribuyen definitivamente al despilfarro. Es aquí donde nos vamos a detener, pues dichas técnicas serían las culpables de dicho despilfarro e incluso una de las causas del primer elemento, el del crecimiento poblacional que hará multiplicar siempre el total del gasto.

La obsolescencia programada es una ocurrencia oculta dirigida a incentivar el consumo, multiplicar los beneficios y en consecuencia aumentar el despilfarro irracional. Si la lógica nos dice que cualquier persona que quisiera fabricarse un objeto para sí mismo e incluso para un amigo o vecino, lo haría con el objeto de que durara el mayor tiempo posible, dicha lógica no cuadraba con el sistema industrialista y capitalista que se rige siempre por la eficacia y el rendimiento económico, motivando una economía en continuo movimiento. A pesar de que tardaron en darse cuenta, finalmente los expertos más ambiciosos tuvieron que aplicar de forma consciente que todos sus productos fabricados tuvieran una vida corta de tiempo con el objetivo de hacer una economía dinámica que a su vez justificara las ansias de crecimiento que llevaban años proclamando. Pero el mundo moderno no solo vendía productos físicos, también vendía servicios y para ello debían desarrollarse técnicas que incidieran directamente en la mente de los individuos incitándolos a gastar.

Las técnicas de persuasión están dirigidas a aumentar las necesidades reales de los individuos, promoviendo su deseo de comprar más y más objetos, de querer siempre acumular más y más cosas, dejándolos siempre insatisfechos y en última estancia, de hacerlos totalmente dependientes de ellas. La primera de dichas técnicas empieza con la educación, pues se hace importantísimo formar a los individuos desde edades tempranas hacia el mundo laboral industrial; es aquí donde comienza el proceso llamado socialización, un proceso necesario para que el niño aprenda a normalizar sus actos en relación a lo que la sociedad le exige. Cuando el individuo ya ha sido formado, las técnicas continúan de forma decidida mediante la propaganda política, que ayuda a crear ideologías y establecer pautas convencionales de conducta y la publicidad, encargada directamente de dinamizar de forma continua el consumo de los productos mediante campañas llenas de engaño y falsedad. Otras técnicas no menos eficaces son la moda, encargada de establecer tendencias cambiantes en la forma de vestir y de actuar o los fenómenos de masa, que se encargan de hacer de los individuos seres irracionales y estúpidos, fácilmente absorbidos por la masa alienante e irreflexiva.

La puesta en acción de las técnicas de persuasión y condicionamiento, junto a las técnicas de control voluntario de la vida de los productos han motivado la extensión de una ideología basada en estos principios e ideada por los expertos en el control de las masas, encargada además de arraigar en las mentes todo este proceso sistemático, aumentando la fidelidad al sistema y reduciendo a su vez las posibilidades de cuestionamiento y de reflexión. Se trata de la ideología del progreso que comenzó con la era industrial y que ha tenido su culminación con el desarrollo y visión futurista de la tecnología en todas sus vertientes. Como fenómeno en constante avance, la tecnología imprime al progreso una realización más compleja y una velocidad cada vez más rápida, haciendo individuos cada vez más imbuidos en el sistema y asemejándolos a máquinas robotizadas incapaces de pensar más allá de lo que el sistema les exige ni de evaluar las consecuencias de sus acciones y sus hábitos de vida.

El descubrimiento de las energías fósiles a bajo precio posibilitó el desarrollo global de los transportes y esto a su vez, en connivencia con un sistema mercantil que solo se interesaba en el rendimiento sin importar el gasto, fomentó y extendió que los productos se pudieran fabricar en cualquier lugar del planeta y ser enviados en pocas horas a la otra punta mediante el transporte de mercancías. Pero el transporte privado constituye uno de esos cultos a los que se ha sumado irreflexivamente el hombre moderno, impulsado a desplazarse innumerables veces a lo largo del día, ya sea por cuestiones laborales o de placer y creando una megaestructura de autopistas y carreteras que han invadido hectáreas de territorios no urbanizados -igualmente las líneas crecientes de trenes de baja y alta velocidad-. El crecimiento de las ciudades en extensión agranda las largas distancias motivando la supuesta necesidad del vehículo privado -respaldado por la poderosa industria automovilística que es quien crea la necesidad-  mientras que el sistema laboral no incentiva en ninguna parte los trabajos cercanos a los domicilios, por la misma historia de siempre, solo importa el rendimiento de las personas y sus capacidades laborales.  

Una de las industrias más irracionales la representa la industria agroalimentaria. La imposición del monocultivo frente a los cultivos tradicionales, junto al desarrollo de los transportes posibilitó la readaptación forzosa de variedad de cultivos a zonas lejanas de su lugar de origen y fuera de su temporada de crecimiento, en vez de fomentar el empleo del producto local y los productos de temporada, que por lógica implican un gasto de recursos incomparablemente menor. Además, el monocultivo deja notables estragos con la degradación del suelo y su empobrecimiento, dejándolo estéril en muchos casos. Por supuesto, todo esto degenera en un empeoramiento de la calidad del producto, puesto en condiciones antinaturales en su conservación y transporte, que luego repercute en el consumidor. La tecnología también cumple su papel con avances como el producto modificado genéticamente, el transgénico, justificado a veces como un método para paliar el hambre en el mundo, una paradoja difícil de explicar.

En relación a esto último se haya la industria de la ganadería usada como alimento y la pesca, que sigue incentivando un elevado consumo cuando ya se ha demostrado de sobra lo innecesario e irracional que supone comer carne y pescado, no solo por una cuestión de moral que juzga el régimen esclavista al que son sometidos los animales, sino por ser inmensamente más derrochador que cualquier forma de agricultura -a pesar de que sea industrial-.

Las industrias del entretenimiento han alcanzado a su vez un alto grado de poder, mayor incluso que la alimentación o el transporte, en su empeño por extender por todas partes el culto por el placer. Como ejemplo, la industria del turismo, que transporta millones de personas a diario a miles de kilómetros de sus casas, está enfocada a satisfacer caprichos vacacionales, un derecho del trabajador y concedido por las empresas, que favorece a ambos, ya que tras las vacaciones el trabajador vuelve dispuesto a seguir siendo una unidad productiva, descansada y renovada. Además, la industria del turismo contribuye en gran medida al esplendor del gran negocio de la aeronáutica, uno de los más crecientes de las últimas décadas -incentivado por la ausencia en el pago de impuestos por los carburantes-, y que más contribuye a la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera.

En resumen, todas las industrias generan un gasto descomunal de recursos naturales y son responsables de la gran dependencia que afecta hoy al hombre moderno y urbano, devorador  sin escrúpulos de dichos recursos. Debido a esa dependencia total, si un día esos recursos faltaran, probablemente todo el sistema colapsaría como un castillo de naipes y se vendría abajo, amenazando su propio final y arrastrando consigo a millones de seres que nada tienen que ver con él. Tras esto y de haber supervivientes, muchas cosas podrían pasar, o bien algunos siguieran en su cerrazón de crear otra vez sistemas complejos de sociedad que llevaran de nuevo al despilfarro o bien otros, con más capacidad de aprendizaje, se reinventaran mediante formas de relaciones sencillas basadas en la moderación y el respeto por la madre Tierra.

10 de septiembre de 2014

El turismo también es consumo

La necesidad de conocer nuevos mundos o lugares exóticos ha sido una norma desde los albores de los tiempos en la historia de la humanidad, pero mucho ha cambiado su concepción desde las épocas de las grandes conquistas de territorios de la Antigüedad, pasando por las exploraciones de los famosos descubridores hasta el casi psicótico afán de movilidad de la era moderna. Como decimos, mucho ha cambiado, pues si bien antes, independientemente de la ambición de los grandes imperios y conquistadores, todo estaba por descubrir, ahora, casi todo resquicio de tierra lleva alguna marca humana. No obstante, para la mayoría de la gente todos estos resquicios están por conocer, pues el afán de viajar cuanto más lejos mejor es algo que según parece se lleva muy dentro; el problema estriba en que si antes eran unos pocos cientos los valientes que salían hacia lo desconocido en busca de aventuras, ahora son millones de personas los que tratan de emular sin conseguirlo a aquellos primeros aventureros.

A pesar de que como decimos, para esa mayoría de personas, todos los lugares visitables, ya sean urbanos históricos, culturales o naturales, están por visitar, el hecho de viajar no deja de ser un acto bien preconcebido y guiado previamente en donde las agencias de viajes y los guías turísticos lo dan todo hecho y bien masticado, ofreciendo paquetes de viajes en donde se vende aquello de “todo incluido” (más acorde a la realidad sería decir “todos tus caprichos incluidos”). A menudo, los lugar visitables están preparados, acondicionados y bien delimitados para el grueso de la masa turística en los llamados complejos turísticos, que suelen ser además centros de consumo irrefrenable.

Viajar es tan fácil como ahorrar un poco de dinero y tomar un avión que te plantará en la otra punta del globo en unas cuantas horas. Algo accesible para la gran mayoría de la población urbana, más occidental que oriental. Sin embargo, los vuelos cortos son lógicamente muchos más numerosos, mientras que los desplazamientos en automóvil, tren o autobús lo son todavía mucho más. Esto significa que la gran mayoría de la gente que decide viajar en sus vacaciones escoge destinos cercanos y costeros buscando sol y playa, alojándose en hoteles y comiendo en restaurantes. Este es el turismo por excelencia, aquél del que tanto presumen países como España y que por lo visto reporta enormes cantidades de beneficios. Al mismo tiempo, este es el tipo de turismo que más daño hace al medio natural, pero también a las distintas formas de vida locales y tradicionales.

Una de esas presunciones de las que hacen hincapié los gobiernos como España es que el turismo activa la economía del país, incrementa el consumo y ofrece gran cantidad de puestos de trabajo. Teniendo en cuenta que el 99 por ciento de estos puestos de trabajo son temporales, esto soluciona mínimamente el sustento de los trabajadores destinados al turismo, o sea nada, y sin embargo, enriquece las grandes compañías hoteleras y de comida rápida. Las otras gran beneficiarias son las empresas aeronáuticas y las compañías petrolíferas, por el claro aumento en el número de los desplazamientos.

Por supuesto, el discurso de los gobiernos en defensa del turismo es para quién se lo quiera creer, pues no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Para los gobiernos con alto índice de turismo, éste proporciona una fuente de ingresos importante que solo enriquece a las grandes compañías y al propio gobierno, que además les ofrece una posibilidad de atracción de un público que durante un mes al año y en puentes señalados tendrán más tiempo de relax y dado que están acostumbrados a consumir, en dicho período lo harán todavía más. Los gobiernos se aprovechan de las ansias de búsqueda de placer y descanso vacacional “merecido” tras largos meses de trabajo para ofrecer a los turistas los mejores vuelos, los mejores hoteles y las mejores tiendas y restaurantes. Así, la gente que viaja para descansar en busca de sol y playa, y que repetimos, son la mayoría, se concentran en destinos altamente masificados, en donde todo está acondicionado para un nivel de consumo más alto si cabe que en las grandes ciudades de donde viene esta gran masa de personas.

Como hemos dicho, este es el turismo masivo, pero el resto de tipos de turismo, aunque son menos usuales, están en alza, puesto que están de moda. Así, el turismo rural, el turismo deportivo, el turismo cultural o el turismo de lugares exóticos, no están exentos de un nivel alto de consumo y daño medioambiental y cultural, pues a pesar de que puedan resultar turismos alternativos y menos concurridos, solamente los desplazamientos por coche o avión son inevitables. Salvo contadas excepciones de personas que viajan en bicicleta y se alojan en campings o al aire libre, este tipo de turismos son explotados rápidamente por empresas ávidas por impulsar estas modas pasajeras atrayendo así al mayor número de turistas posibles.

Todo este conglomerado ha permitido que el turismo se convierta en una gran industria que abarca gran cantidad de empresas beneficiarias, empezando por las aeronáuticas, las automovilísticas, las petrolíferas, las agencias de viajes, las compañías hoteleras, los centros comerciales, los restaurantes, las tiendas  de todo tipo, etc. contribuyendo de forma drástica al aumento del consumo en proporciones vastas, pero también a la masificación, al aumento de los desplazamientos, a la obsesión por llegar antes a los sitios, y sobre todo a la idea preconcebida de que vivimos para trabajar y para el placer, independientemente del daño medioambiental o el grave perjuicio hacia las diversas formas de vida tanto humanas como no humanas.

Por desgracia, aún hoy en día, a nivel social el turismo se ve como un bien necesario para que las personas puedan descansar y divertirse tras un largo tiempo de servicio al sistema, además de conocer “nuevos mundos” sin dar importancia al hecho de que es en estas épocas cuando se hace más gasto de todo. Evidentemente, si uno está acostumbrado a escuchar a todas horas en los medios de comunicación que el consumo es bueno, nadie pondrá pegas ni se parará a analizar cuál es el problema. Se da por otra parte y de forma asombrosa una total falta de crítica de los medios considerados antisistema, de los grupos ecologistas, los movimientos sociales y menos de los partidos denominados de izquierda contra la invasiva industria del turismo, su inherente alto índice de consumo y sus aparejadas consecuencias.

Pero, ¿cuáles son esas drásticas consecuencias que venimos anticipando durante todo el texto y que muy pocos se han puesto analizar?

Primera: falsa concepción del consumo. Es necesario cuestionar de una vez por todas lo que repiten los gobiernos continuamente de que el incremento del consumo es un bien porque incrementa la producción y por tanto los puestos de trabajo. Aún admitiendo que la primera parte puede ser cierta, sólo lo es en favor del sistema, pues analizado en el fondo no deja de ser un tremendo despropósito muy bien urdido por quienes más se aprovechan del beneficio a corto plazo. El aumento del consumo provoca ante todo dependencia, apego a lo material, acumulación, despilfarro, agotamiento de los recursos naturales, indiferencia social, alienación, sometimiento a los líderes y en última instancia precariedad laboral, eventualidad y adhesión incondicional al trabajo esclavo. En compensación, la reducción del consumo implica un cambio espiritual que llevaría a las personas que lo practicaran a ser más autónomos y buscar medios económicos alternativos al sistema.

Segunda: desplazamiento cultural. Las explotaciones turísticas durante décadas en determinadas zonas costeras o en muchas islas de conocida atracción turística provocan un enorme desplazamiento en los medios de sustento locales y tradicionales hasta el punto de que en muchos sitios focalizados, estos medios son sustituidos por la invasiva industria del turismo, la cuál promete en un corto período de plazo suculentos puestos de trabajo e ingresos altos a la población local, acabando parcial o totalmente en la mayoría de los casos con las economías locales y tradicionales, además de todo su valor cultural.

Tercera: daño al medio natural. Quizás sea este daño el más trascendental, pues empezando por el enorme gasto de recursos que conllevan los desplazamientos por aire o carretera, además de la contaminación, hasta la destrucción directa de hábitats a causa de la urbanización turística, tanto en zonas costeras como en zonas rurales o de montaña, el impacto ambiental que crea el consumo del turismo puede ser catalagodo como catastrófico. Talas masivas de los bosques y selvas, desequilibrio en los ecosistemas vitales, pérdida de la biodiversidad, exterminio y desplazamiento de miles de especies, modificación del paisaje, desperdicio y contaminación del agua, etc. son muchas de las consecuencias de este daño, que en muchas ocasiones suele ser irrecuperable; daño que muy pocos son capaces de apreciar por la falsa creencia de que no afectan a la vida cotidiana y de que sucederían a largo plazo.

Al margen del egoísmo que nos ofrece la vida civilizada, no sólo resulta necesario sino prioritario replantearse todas estas cuestiones referentes a la industria del turismo; cuestiones sobre si realmente es una necesidad movernos tánto como lo hacemos, coger aviones como quien compra en un todo a cien o visitar lugares exóticos y culturas diferentes con el argumento de aprender de ellos, cuando resulta imposible aprender nada de nadie en quince días. Desengañarse y desarraigar el mito que supone el hecho de viajar, más sabiendo el enorme despilfarro que supone, es uno de los objetivos de dicho replanteamiento. En contraste, defender los viajes culturales no vacacionales que creen el menor impacto en el medio y en las diversas culturas, preferiblemente en bicicleta o caminando y usando alojamientos locales o al aire libre.

Quizás sean este tipo de viajes, más largos y pausados, y sin duda más auténticos, los que más se podrían comparar a las antiguas expediciones de los grandes aventureros de siglos pasados, en donde primaba el instinto por conocer nuevos mundos sin nada preconcebido. Obviamente, muchos de aquellos aventureros quizás hubieran preferido que todo hubiera sido más fácil, pues no fueron pocos los que dejaron su vidas en el intento. Otros valorarían por encima de todo la libertad que tenían al recorrer aquellos lugares vírgenes. Hoy en día, cuando ya no queda nada por conocer, cuando ya está todo territorio invadido por el ser humano, incluso los paraísos naturales más ricos en vida animal, el auténtico sentido de viajar como forma de explorar y de buscar la libertad se desvanece y sucumbe a las garras del consumo y del progreso.

26 de julio de 2014

Carne es esclavitud


No deja de ser preocupante que las prácticas esclavistas continúen hoy en día tan vigentes o más como en el pasado, pero como están reducidas a los animales no humanos no son tomadas en cuenta por casi nadie, lo que lleva a afirmar de forma tajante que la esclavitud sistemática hacia los animales no existe. Incluso en el caso de que la sola mención de la esclavitud hacia los animales venga a perturbar la “ficción en la que vive la mayoría de la gente” resulta ser justificada en muchos casos por la visión antropocéntrica de que “los animales están en el mundo para servir a los humanos, porque además, así ha sido desde siempre”, como si los animales hubieran nacido con ese fin. Ante la objeción de que no todos los animales domesticados son usados como esclavos, sino que algunos son amados y respetados como los perros y cada vez más los gatos -al menos en la teoría-, para evadir el problema y salir del paso se suele utilizar el recurso de la consideración selectiva que no deja de ser una explicación igual de antropocéntrica que la anterior: “mientras que unos animales nacieron para ser amigos de los humanos otros lo hicieron para ser comidos”.

Mal que les pese a todos los que se han visto en situaciones como éstas que juzgan de algún modo nuestra forma de considerar a los animales, la esclavitud hacia ellos no solo es un hecho real, sino que es una práctica deleznable justificada por cuestiones de discriminación hacia especies diferentes (especismo) o de arrogancia de superioridad humana (antropocentrismo). Pero el problema principal de esta cuestión no es la justificación que se le da mayoritariamente en las pocas ocasiones que aparece el debate, sino que la esclavitud sistemática hacia los animales es un hecho oculto por casi todo el mundo porque precisamente es una verdad molesta, incómoda, una verdad que nos juzga y nos pone en entredicho. Sin embargo, el propio hecho de que estas prácticas permanezcan ocultas por los medios de comunicación por fuerza ha de significar algo.

También es significativo el hecho de que el ámbito en donde se dan más prácticas esclavistas es en el de la alimentación, en especial en el consumo de carne, leche y huevos, puesto que no deja de ser casual que un gran porcentaje de la población mundial que rechaza el maltrato animal, el uso de animales para pieles, la experimentación o los espectáculos con animales, justifica y apoya sin embargo el uso de animales para comer, sabiendo que dicho ámbito explota, esclaviza y asesina a miles de millones de animales al año en todo el mundo, independientemente del relativismo cultural y religioso. No estamos diciendo que en otros ámbitos como el que representa la industria peletera o las industrias que realizan experimentos científicos con animales no se den prácticas esclavistas, sino que la de la industria cárnica es inmensamente mayor en cifras, en grado de esclavismo, violencia y a buen seguro en nivel de sufrimiento. Por lo tanto, debemos recordar que carne no solo es asesinato, es ante todo holocausto, y como titula el artículo, también es esclavitud.

El procesamiento de la carne, además de ser algo oculto por parte de la industria cárnica y de los medios de comunicación colaboradores, está clarísimamente basado en prácticas esclavistas ampliamente probadas y grabadas por varias organizaciones de defensa de los animales. Dichas prácticas comienzan desde el nacimiento de cada animal hasta que son enviados al matadero para su asesinato. En el transcurso de su corta vida, los animales son expuestos ante las más lamentables condiciones de vida, encerrados en jaulas miserables, hacinados, humillados y separados de sus crías a los pocos días de nacer, mutilados para evitar que entre ellos se causen heridas, obligados a engordar lo más rápidamente posible para ser enviados al matadero y ofrecer a las empresas del sector el mejor rendimiento y el máximo beneficio.

A pesar de que dentro de las numerosas prácticas esclavistas que se dan en los diferentes procesos de alimentación animal, sin duda, hay algunas que repugnan por su extremada crueldad como puede ser la de la penosa obtención del foie-grass de los gansos, y que ya ha sido prohibida en algunos países. Esta práctica deleznable y despiadada, que a ojos de muchos consumidores refleja un extremo de crueldad despreciable, tiene básicamente el mismo objetivo de alcanzar el máximo rendimiento de cada unidad de producción (llamados así a cada vida animal). Sin embargo, no deja de ser una práctica demostrable de esclavitud como la que puedan sufrir cerdos, vacas, ovejas o gallinas.

Si hablamos de esclavitud hacia los animales no tenemos la necesidad de hacer comparaciones con la esclavitud que sufrieron durante la historia algunos grupos concretos de humanos, ya que hay claras diferencias esenciales que las distinguen. En primer lugar, la esclavitud humana se ha basado en el beneficio de la servidumbre y el trabajo forzado, por lo que no tiene que derivar en holocausto, mientras que la esclavitud hacia los animales ha tenido siempre como objetivo su consumo por ser considerados seres de otra especie a la humana y porque el canibalismo ha sido rechazado en prácticamente todos los pueblos de la historia. En consecuencia, la práctica esclavista hacia los animales que forzosamente siempre acaba en asesinato, ha derivado en holocausto al haberse convertido en una inmensa industria que debe alimentar a miles de millones de personas en todo el mundo.

Esta clarísima diferencia de base marca una gran diferencia e inclina la balanza negativa hacia los animales porque no solo son condenados a esclavitud sino a asesinato justificado socialmente por cuestiones supuestamente culturales, que analizadas objetivamente no dejan de ser mitos infundados como el de “siempre hemos comido carne” o “la carne es salud” y que están empezando a ser desmontados por aquellos que valoran la verdad por encima de cualquier consideración, además, por supuesto, del respeto por la vida ajena y de acabar con el sufrimiento innecesario.

Hallamos otra diferencia fundamental en el proceso de liberación, que si bien en la esclavitud humana ha durado siglos y ha concluido con la absoluta prohibición de la práctica esclavista -al menos física- en casi todo el mundo -y a pesar de que ilegalmente aún existe- es común encontrar documentos que atestiguan que en épocas y lugares diferentes muchos esclavos podían mejorar sus condiciones de vida a lo largo de su injusta condena e incluso otros muchos podían llegar a  liberarse concediéndoles los amos la manumisión. Cualquiera de estos dos hechos son del todo inconcebibles en la esclavitud sistemática hacia los animales, cuyas escasas mejoras que se les conceden se limitan al ensanchamiento ridículo de las jaulas de cautiverio y que se suele hacer por cuestiones de falsa humanidad y lavado de conciencia hacia los consumidores.

Aunque la práctica esclavista hacia los humanos fue durante muchos siglos una práctica legal, justificada e incluso valorada por las clases sociales pudientes, la que sufren los animales no solo es legal, sino que se ha convertido en una poderosa industria que contribuye directamente a perpetuar el sistema económico de rapiña actual y que cuenta además con el beneplácito de millones de consumidores, incluso de aquellos que supuestamente dicen estar en contra de dicho sistema. Así, las grandes empresas del sector cárnico como KFC, McDonalds o Burger King son los principales estandartes de la esclavitud, disfrazada a menudo por pseudocampañas publicitarias que buscan el consuelo de los consumidores, pero que ingenuamente demuestran que “si tanto disfrazan es que algo malo esconden”. Además de prácticas esclavistas contra los animales, estas multinacionales son denunciadas -quizás no suficientemente- por sus siniestros atentados contra el medioambiente y contra la salud de los propios consumidores a los que incita.

Algunas personas han propuesto que, ya que el problema principal es la forma en que tratamos a los animales, la solución estriba en abolir las prácticas esclavistas, sin abolir su encierro, pero la pregunta sería: ya que la base del sustento de la industria cárnica, lechera y de los huevos se halla en el máximo rendimiento mediante el engorde del animal para alimentar a la inmensa mayoría de la población mundial, ¿cómo podría hacerse esto sin tener que aplicar a los animales prácticas esclavistas? Sencillamente no se puede ya que los animales siguen siendo recursos. Es decir, la única forma que se podría llegar a esto es en el caso de que se diera un drástico descenso del consumo de carne en todo el mundo, algo que acabaría rápidamente con la industria cárnica y lógicamente con la cantidad de animales usados para alimento. En este caso, ¿qué sentido tendría seguir criando a unos pocos animales para alimentar a unas pocas bocas?

Con todo, debemos aclarar por otra parte que la esclavitud hacia los animales, que sin duda se refiere a la forma en que son tratados, dejando a un lado la cuestión de si deben ser tratados, no debe de ser óbice para el cuestionamiento principal de si tenemos derecho a usarlos como recursos, algo que irremisiblemente ha evolucionado de la domesticidad más primaria a las deleznables prácticas esclavistas de hoy, y a los hechos nos remitimos. Aún en el todavía lejano caso de que se abolieran las prácticas esclavistas porque ha descendido el consumo de carne, seguiríamos preguntándonos ¿por qué seguir alimentándonos de carne o productos derivados de los animales sabiendo que no es necesario hacerlo? o ¿por qué no liberar de forma definitiva a los animales domesticados y darles la oportunidad de una vuelta a la naturaleza que en su día se les arrebató? Al fin y al cabo, el acto de la domesticidad que luego derivó en esclavitud es un acto de invasión, dominación, engaño, selección, violencia y degradación.

No puede haber un mundo futuro humano diferente que continúe perpetrando la violencia y la esclavitud hacia millones de animales, y si lo hay, forzosamente seguirá siendo falso e indigno. La liberación animal en todos sus sentidos y su posterior protección para su vuelta a la naturaleza es sin duda un paso más que debe darse hacia la transformación social de la humanidad y su posible integración en el medio natural.


12 de junio de 2014

De vueltas con el fútbol (2ª parte). Fenómeno de masas

En la primera parte de esta nueva crítica comparábamos al fútbol con los efectos de las religiones en la historia, hasta el punto que lo hemos considerado como una nueva forma de religión moderna. Ahora es el momento de poner las cosas en su sitio en forma de advertencia: el fútbol no es sólo una religión moderna, tampoco es sólo un gran negocio como pocos formado por miles de empresas que genera y mueve legal e ilegalmente millones de euros en todo el mundo, contribuyendo sobradamente a la perpetuación de un sistema económico corrupto en su esencia. El fútbol es algo más peligroso que eso, es la degradación de todo lo humano, porque es una de las muchas formas de fenómeno de masa que solamente puede darse como tal en las sociedades de masas.

Como acabamos de anticipar, el fútbol es un fenómeno inherente a las sociedades de masas, y esto quiere decir que se ha desarrollado con la formación y evolución de las mismas; aun así, hay que dejar claro que el fenómeno en sí es una consecuencia directa de la sociedad de masas, que sólo puede darse cuando ésta se forma y no al revés.

Como fenómeno de masa dirigida, el fútbol consigue reunir a millones de personas en lugares y momentos concretos pendientes de la televisión y no solo eso, consigue que incluso fuera del horario habitual de los partidos, millones de personas continúen pendientes del fútbol. Es más, la pasión que desata este fenómeno social es tan desmedida que consigue que muchas de estas personas queden atrapadas por él y no sean capaces de analizarlo objetivamente. Esto significa que incluso antes y después de cada partido, millones de personas hablan de fútbol a todas horas, desviando al mismo tiempo la atención de otros asuntos, a buen seguro, más importantes que una competición deportiva. Y no solo nos referimos a asuntos políticos o sociales, asuntos que normalmente son importantes porque suelen afectar directamente a la vida de las personas, sino a otros asuntos igual de importantes pero ocultos como la destrucción medioambiental o el holocausto de millones de animales, motivado en gran parte por los fenómenos de masa. De hecho, queda sobradamente demostrado que todo fenómeno de masa se suele formar por la expresión de la barbarie, la irracionalidad, el exclusivismo hedonista o el culto por el progreso, entre otros factores, sin que tengan que reunir todos a la vez.

Como fenómeno de masa, el fútbol crea el aborregamiento de las personas, que sería el equivalente culto de afirmar que crea su alienación, es decir, su potencial estriba en la dirección de las masas por parte del poder como si fueran rebaños de ovejas fácilmente de guiar hacia su propio interés, distrayéndolas de cualquier asunto crucial, privando cualquier atisbo revolucionario o de simple cuestionamiento  de lo establecido, y lo que es fundamental, alinear adeptos y fieles que no se den cuenta nunca de que apoyar el fútbol es apoyar el poder.

Aunque no se debe limitar el fenómeno de masa como algo exclusivo de la era moderna, ya que se puede hablar con rigor de que religiones tan antiguas como el cristianismo o el islam ya fueron auténticos fenómenos de masa intencionadamente dirigidos, sí que se puede hablar como algo que se extiende de forma homogénea en la época postmoderna o era industrial, en donde la masificación en ciudades es un signo evidente y propiciatorio. Es además cuando se consolida definitivamente la sociedad de masas mediante un evidente proceso repetido de factores en tiempos muy próximos y en las zonas más opulentas del planeta: desruralización, urbanismo a gran escala, concentración con ritmo ascendente de personas desconocidas en espacios pequeños (masificación), creación y extensión de estados burocratizados, progreso industrial y tecnológico, sistema de competitividad y sistema de productividad y consumo. El fútbol las cumple sin omisión alguna, y a pesar de que se diga que es un deporte, antes que deporte es consumismo frenético, gran negocio, capitalismo, antiecologismo y fenómeno de masas.

El fútbol es una forma evidente de consumismo ya sea viéndolo en directo o en la televisión, medios idóneos para insertar miles de anuncios que incitan a los espectadores a más consumo. Además, el fútbol se nutre de la promoción de miles de artículos que mediante estrategias publicitarias engañosas aprovechan las grandes competiciones para bombardear no sólo a los adeptos, sino incluso a quienes no les interesa lo más mínimo. Por supuesto, cualquier estrategia publicitaria es dirigida a todo el mundo, porque todo el mundo es susceptible de caer en sus garras y el fútbol es un medio con un potencial inmenso.  

El fútbol fomenta el sentido de la competitividad que es a su vez el sentido básico del sistema económico imperante, y esto no puede ser casual. Aunque a priori son equipos y selecciones de países los que compiten entre sí, a menudo, dichos equipos representan auténticos grupos empresariales que además operan en otros sectores económicos. Se podrá decir que todos los deportes tienen en común la competición y así es, pero ¿por qué la competitividad ha llegado a ser en casi todos ellos lo prioritario? El fenómeno de masa lo puede explicar a la perfección, porque sin competitividad no habría rivalidad entre clubes, ni pasiones desatadas, ni fanatismo, ni euforia colectiva, ni patriotismo. Es por tanto el fenómeno de masa el que pide y justifica el sentido de la competitividad olvidando el sentido del deporte por su pura esencia de simple movimiento para el bienestar de la salud física y psíquica.

El fútbol fomenta valores tan retrógrados como la barbarie, la violencia, la euforia colectiva, el sentido de la gloria, de la supremacía y la rivalidad, el poder, el desahogo, el mal menor y el orgullo local y nacional, pero por otra parte contribuye sin duda y gracias al sistema productivista-consumista al culto del progreso. Esto, que podría presentarse como una incuestionable paradoja, explica sin embargo cómo los fenómenos de masa contribuyen de forma definitiva a perpetuar la idea del progreso, precisamente porque las masas pueden expresar la irracionalidad por un lado y las ansias de consumo por el otro, pueden expresar su lado más visceral al mismo tiempo que exigen innovación. Esta dicotomía, que en esencia presenta sentimientos opuestos, es sin embargo una de las características propias de la modernidad, la mezcla repetida de sentimientos de tradición con los de progreso y no tiene porqué anular de modo alguno el culto por el progreso que se viene dando desde hace miles de años.  

Esto no quiere decir que el fútbol forme parte de la naturaleza humana por la cantidad de valores retrógrados que fomenta, como parece que quiso decir alguien en uno de los comentarios que se hicieron defendiendo este fenómeno. De hecho, es muy difícil hablar a estas alturas de que pueda existir una naturaleza humana concreta, debido a la cantidad de desviaciones evolutivas culturales que gracias a más por las circunstancias que por la voluntad se han dado en la historia de la humanidad. Y en caso de existir es más factible encontrarla en estados primarios de evolución ausentes prácticamente de cultura que no en estados modernos, en donde el ser humano se empeña constantemente en alejarse de la naturaleza creando mundos virtuales que extrañan cada vez más su esencia más natural. Al caso quiero añadir que en este blog se distingue claramente lo que puede definirse como naturaleza humana -aquí no lo haremos por la propia duda de su existencia, salvo en el estado más primario- y la naturaleza de las diferentes especies animales que apenas han sido influenciadas por circunstancias tan especiales como las de la especie humana.

Por supuesto, el fútbol no es el único fenómeno de masa moderno ya que existen otros como la el consumismo en general, la televisión, la tecnología, la moda, el tráfico rodado, el turismo, otros deportes o incluso la religión tradicional, que aunque es un fenómeno muchísimo más antiguo no deja de conservar y mover a millones de fieles en todo el mundo. Con todo, y a pesar de lo cuál, estamos en situación de afirmar que el fútbol es uno de los fenómenos de masa más extendido y que afecta a un mayor número de países en el mundo, pero además es uno de los fenómenos de masa más dañino que afecta gravemente la transformación de una nueva sociedad humana que pueda integrarse en el medio natural y que esté fundada en su respeto absoluto, cuestionando la idea del progreso en todas sus formas. Dicha sociedad, aunque resulte obvio decirlo, debe tender a cuestionar y eliminar la formación de sociedades de masas y de los fenómenos que las sostienen como aspecto de incompatibilidad con el equilibrio natural y como contribución drástica de la degradación humana.

a.

7 de marzo de 2014

La falacia de la clase media

“La historia humana ha sido una historia de lucha de clases”. Sin duda esta frase resume muy bien una de las partes de la historia, pero no toda. Decimos no toda porque quizás existen otros aspectos más sutiles que definen la historia, pero también porque en las últimas décadas el concepto de lucha de clases está siendo atacado seriamente por aquellos prosistema más arrécimos. Uno de los recursos más utilizado y que confirman este ataque es el de la llamada clase media. Pero ¿qué entendemos comúnmente por clase media? Como es habitual, la definición que podemos ofrecer aquí no será exacta ni totalitaria, sino una entre varias y eso sí, tratando de justificar ésta acorde a la realidad.


La lucha de clases surge en primer lugar por la obviedad de admitir que en las sociedades civilizadas existen clases cuyos privilegios distan mucho de ser igualitarios. El cómo se hayan creado estas clases a lo largo de la historia no es el objetivo de este artículo, pero sí apoyar la justificación de la lucha de clases. Aunque si bien dicha lucha ha de admitir la existencia de las diferentes clases sociales, esto no quita que la lucha ha sido siempre una causa justa en busca de una sociedad más equitativa, independientemente de cómo haya sido abordada por marxistas, leninistas o anarquistas. No ha sido coincidencia tampoco que la lucha de clases se englobe en un movimiento más amplio en donde se cuestione a la vez el sistema económico imperante que favorece, dicho sea de paso, la perpetuación de las clases ricas en detrimento de las clases menos favorecidas.


Es hasta hace poco más de un siglo, con el crecimiento de las ciudades, la instauración del capitalismo como ideología y la invasión del consumismo y la tecnología cuando la lucha de clases histórica ha perdido todo su sentido para dar paso a la creación falseada de la llamada clase media. Podríamos decir en primer lugar que el concepto de clase media es una desvirtuación de la histórica lucha de clases. De hecho, la clase media ya no está inmersa en dicha lucha porque se refiere a una clase global y mayoritaria cuyo principal interés es el consumo y mediante el cuál se tiende irremediablemente a un conformismo insidioso que anula la capacidad de juicio y acción del individuo. No es de extrañar por tanto que dicho concepto haya sido difundido de forma perversa por la propia clase pudiente para acabar para siempre con la amenaza de la lucha de clases. De hecho, el objetivo es claramente desterrar la histórica lucha de clases. Se diría que han sabido aprovechar las nuevas tendencias conformistas para  justificar dicho concepto. Por esto mismo su esencia resulta falaz.


La clase media se ha ido imponiendo en un contexto de bonanza, de aumento constante de población, en donde las guerras quedan van quedando lejos, y en donde el aumento de producción y consumo se hace patente. En este ambiente, las personas se relajan y se dejan llevar por los dirigentes y por las grandes marcas transnacionales. Pero sobre todo, inconscientemente se dejan engañar por los medios de comunicación que son aquellos que mejor conforman el concepto de clase media y quienes finalmente terminan moldeando su esencia.


La clase media alcanza un nivel de vida que sin ser ostentoso y estar basado en el lujo, se encuentra dentro de lo aceptable para vivir una vida sin complicaciones, con los derechos justos y necesarios para no tener razones para quejarse demasiado y con el incentivo de que siempre se puede aspirar a más, aunque en la realidad solo unos pocos lo harán. Esta clase ya no es ni obrera ni luchadora pues se nos vende como la clase que ha superado la histórica lucha de clases, pero lo peor es que se obvia que el principal interés de dicha clase es el consumismo por tener este término una connotación un tanto dudosa y así, en vez de llamarse “clase consumista”, un nombre más apropiado pero lleno de carga, se le llama clase media. En el contexto en el que vivimos, la clase media se ha impuesto porque ofrece precisamente el final de la lucha de clases, pero sin darnos cuenta nos imbuye no solo en el conformismo, sino también en la envidia, la ambición, la condición de estatus o la degradación espiritual.


Ahora, tras la supuesta crisis económica actual, en donde la subida de precios no ha correspondido a la de salarios, en donde el paro ha subido significativamente, la clase media ha sufrido un revés importante pero en absoluto provocado por el poder, sino por las características propias de un sistema tan complejo como absurdo y que en sí mismo justifica la existencia de clases. Así, paradójicamente, los movimientos ciudadanistas, los sindicatos y los grupos izquierdistas que culpan a los políticos de turno, defienden inconscientemente la creación de empleo que no es otra cosa que el aumento de la producción y por ende del consumo, es decir, el reestablecimiento de una nueva clase media (consumista), es decir, la postración ante el poder que tanto atacan. Grupos éstos inconscientes de la verdadera crisis actual económica, inmersa en una mayor crisis de recursos, ecológica y espiritual.


El objetivo de la lucha de clases no fue ni será jamás la creación de una clase media consumista, conformista y condescendiente con el poder establecido porque resulta mucho más cómodo así; no. El objetivo de la lucha de clases es algo mucho más profundo y radical: en primer lugar, la propia eliminación de las clases sociales; en segundo lugar, la destrucción del sistema productivista o capitalista y en tercer lugar, el propio cuestionamiento del progreso, la invasión tecnológica y las sociedades de masas como factores destructivos del medio natural.