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9 de diciembre de 2015

Falso ecologismo

La sociedad moderna se engaña continuamente, fingiendo lo que jamás podrá ser. En este intento falaz se insta a los individuos a tratar de alcanzar metas inalcanzables como la felicidad, una ilusión provista de una alta dosis de egoísmo; o como la generosidad con los más necesitados solo en los escasos momentos que dejan de ser competitivos. El ejemplo que propondremos ahora, en la misma línea, tiene que ver con el sentido de falsa protección del entorno que nos rodea y nos provee de sustento, una de las actitudes más ridículas que se han generalizado últimamente entre ciertas corrientes progresistas y en otras que no lo son tanto.

No deja de ser una actitud ingenua el hecho de preocuparse ahora por los innumerables males que la sociedad industrial no ha parado de extender desde sus inicios. Pero peor aún, no deja de ser una actitud patéticamente falaz el hecho de querer preocuparse por salvar el medioambiente de los ataques humanos diarios y al mismo tiempo contribuir a que dichos ataques se incrementen, porque esa es la actitud de los nuevos ecologistas, disfrazados de progresistas, que de manera insensata están haciendo creer a la gente que ciudades, consumo y conservación de la naturaleza son fenómenos compatibles.

Para variar, esta actitud sigue teniendo un carácter eminentemente antropocéntrico. La causa empezó con la preocupación de los científicos y meteorólogos alertando de que estábamos contaminando demasiado el ambiente, cambiando el clima y agotando demasiados recursos -aunque esto último no era tan grave como lo primero según ellos- y esto podía hacer tambalear el sistema global, incluso amenazar el futuro de la especie humana. No había ningún interés en los ataques que estaba sufriendo la propia naturaleza salvaje, la transformación vertiginosa de los ecosistemas, el desplazamiento y exterminio de las especies, incluida paradójicamente, la especie humana, el expolio criminal de los recursos naturales, la falta de moral ante los usos históricos de las vidas orgánicas sintientes. De esta manera, impera entre todo el mundo la idea de que el planeta debe ser cuidado y salvado para el bien de la humanidad y no como un bien en sí mismo que hay que librar de toda agresión -humana, se sobreentiende, porque no hay ni ha habido en la historia ninguna otra especie animal ni vegetal que deteriore tanto la naturaleza, y esto es una certeza innegable-.

Así pues, en defensa de todo lo humano y en contra de todo lo demás, el poder progresista ha secuestrado el ecologismo en su totalidad y lo ha moldeado según su propio interés. De ahí que estos poderes, tanto de ámbito estatales como mercantiles, hayan abanderado la nueva imagen del ecologismo, difundiendo medidas que no pasan de ser falacias limpia-conciencias.

Una de esas medidas se centra en las continuas campañas de los grandes grupos de empresas, interesadas en subirse al tren del ecologismo con el oculto fin de mantener la fidelidad de los consumidores ante una posible desconfianza generalizada. Estas empresas han sabido darle la vuelta a la situación: de resultar grandes responsables del ataque medioambiental a ser grupos “responsables y comprometidos”, inventando límites de no agresión o agresión reducida en sus sistemas de producción para dar a entender que algo están cambiando y que son más responsables con el medioambiente. Ingeniosamente, y aprovechando su alto poder de imagen, desvían la atención de los consumidores en asuntos que realmente carecen de importancia o que representan una gota en un océano, obviando las causas de la agresión generalizada. Tal puede ser el ejemplo que siguieron las grandes cadenas de supermercado con la campaña de la reducción de bolsas de plástico, poniéndolas a un precio ridículo y haciendo gala del gran compromiso medioambiental sólo por el hecho de que se utilizarían menos bolsas de plástico.

Aparte de medidas puntuales como ésta, son muchas las empresas que se suman a iniciativas supuestamente responsables con el medioambiente, realizando mediciones y hasta clasificaciones en cuanto a sus respectivos índices de emisiones de gases, generación de residuos, etc. Y eso lo hacen público en su página web para que todos los clientes fidelizados puedan seguirlo. Si la supuesta mejora de los índices convence mediante argumentos, el cliente mantendrá su fidelidad e incluso la aumentará, comprando más de lo que ya compraba. Por ello, es fácilmente sospechable que estas medidas estén más encaminadas a aumentar el consumo que a reducir las agresiones medioambientales. De hecho, porque una empresa se sume a la moda de la “responsabilidad ecologista y sostenible” no quiere decir ni mucho menos que vaya a renunciar a su naturaleza, que es siempre la de vender más, y por lo tanto si estas medidas contribuyen claramente a aumentar las ventas, entonces por lógica aumentarán las agresiones, por mucho que se empeñen en reducir a un mínimo la tasa de emisiones o de generación de residuos.

Esto pasa porque en realidad no se están analizando las causas de las agresiones, que son claramente las del consumo desenfrenado, motivado por un sistema económico de rapiña y de pura competición. Por supuesto, hacer esto iría en contra de su propia naturaleza y ni las empresas ni el sistema tendría razón de ser. Pero lo que tratamos de demostrar aquí es el cinismo del sistema, no proponer que cambie lo que nunca va a cambiar.

No solo las empresas son expertas en desviar la atención de las causas reales de los problemas, también los estados. Propondremos dos ejemplos que vienen a ser lo mismo pero en diferentes ámbitos: el reciclado de residuos y la promesa de las energías renovables.

El primero, el supuesto reciclado de residuos, se trata de una medida que a priori puede ser interesante para la conservación del medioambiente, pero que con el tiempo se convierte, como era de esperar, en una pérdida de tiempo, dinero, esfuerzo y energía. Y finalmente resulta ser otra forma de desviar la atención.

En primer lugar, potenciando el reciclado de los residuos, independientemente del grado de eficacia que se alcance con ello, estás extendiendo peligrosamente la idea de que dado que todos los materiales desechables pueden ser reconvertidos para fabricar nuevos productos, podemos seguir consumiendo lo mismo o incluso más. Esto estaría bien si el cien por cien de los materiales de desecho pudiera ser realmente convertido en productos, lo que haría reducir drástricamente el expolio de los recursos naturales. Pero todo el mundo sabe que no es así, que el reciclado no podrá proporcionar ni siquiera índices que se puedan considerar significativos para paliar las agresiones naturales. Y eso, solo contando los reciclados reales, tales como el vidrio o el papel, porque el reciclado de plásticos es una farsa ya demostrada. En segundo lugar, por desgracia el empeño de las autoridades por el reciclado obvia dos medidas mucho más cuerdas y consecuentes: por una parte, el reutilizado de los productos, una actitud previa al reciclado que no es tenida en cuenta y por otra, la reducción drástica del consumo. Pero dado que estas dos medidas son por naturaleza opuestas al sistema de rapiña imperante, ni siquiera son planteadas y mucho menos difundidas. Por otro lado, el reciclado solo sirve supuestamente para la reconversión de los recursos destinados a la elaboración de productos, pero no sirve en el caso de la obtención de recursos utilizados como fuente de energía, que contribuye probablemente más tanto al agotamiento de los recursos como a la destrucción natural.

El segundo, el de la promesa de que las energías renovables nos salvarán de la hecatombe no deja de ser un ejemplo ridículo y absurdo en su totalidad. Es irreal porque la amenaza de escasez de las energías fósiles -según bastantes expertos en energía- está tan próxima que no daría tiempo a una reconversión satisfactoria para cubrir las necesidades energéticas de toda la población mundial urbanizada; incluso aunque se hiciera un esfuerzo sobrehumano para su sustitución, la inversión tecnológica debería ser faraónica y las consecuencias ambientales entonces serían peores que un posible colapso por la escasez de las energías fósiles. Además, las energías renovables como el viento o el sol son energías no constantes e irregulares, por lo que no pueden proporcionar una fuente de energía constante, algo que no podría satisfacer las exigencias de los millones de personas urbanizadas. Se necesitarían enormes y potentes equipos para almacenar y transformar energía, lo que llevaría a incrementar la inversión tecnológica a límites inimaginables.

Pero también resulta cínico pensar que aunque fuera posible una sustitución -que solo puede ser radical y rápida o no será posible- de las energías fósiles por renovables, esto solo serviría para paliar el problema de la energía, pero no el de la extracción de los recursos naturales para la fabricación indiscriminada de productos. Peor aún, resuelto el problema de la energía, esto daría pie a que el momentáneo peligro de la escasez desapareciera y millones de empresarios levantaran la mano para multiplicar la producción, multiplicando el consumo y a la vez la extracción de recursos naturales, aparte de la inversión previa en tecnología necesaria para realizar con éxito dicha sustitución. Esto sería admitir que la resolución de un problema mediante parches falsos acentúa otro mayor, con lo que el problema en sí continúa e incluso se incrementa. Por otro lado, el sistema de dominación se perpetuaría y amenazaría con perfeccionarse, no solo estaría extendiéndose a nivel físico con más carreteras, más casas, más edificios, más personas, sino que se estrecharía aún más el control de poder sobre una población cada vez más consumista y con la conciencia limpia por haber resuelto en parte uno de los principales problemas.

Nuevamente, para el problema del abastecimiento energético se buscan soluciones que permitan a la humanidad seguir perpetuando el sistema de dominación en vez de cuestionar la naturaleza invasiva e irracional del mismo, cuestionando sus valores de carácter antropocéntrico, que son al fin y al cabo los que han reinado mayoritariamente en la historia de la humanidad por los siglos de los siglos.

El peor grado de cinismo en este capítulo de falso ecologismo se lo llevan quizás algunas ONGs, que en connivencia descarada colaboran con las multinacionales y estados en su juego de engaño y de supuesto compromiso con el medioambiente y la sostenibilidad, instándoles a entrar en el juego creando incluso ellas mismas sus propias listas de compromiso para con las empresas escogidas, ganándose así al público más concienciado.

Más de lo mismo, el sistema continúa engañándose a sí mismo engañando a sus fieles. Los propios ecologistas abanderados se han vendido neciamente a los estados acatando sus medidas a cambio de la suculenta recompensa de las subvenciones. Esto ha llevado a inspirar un ecologismo exclusivista y claramente antropocéntrico, al cuál le preocupa poco o nada las vidas orgánicas de los ecosistemas, el proceso de domesticación de plantas y animales o la invasión humana hacia el medio natural.

El verdadero ecologismo debe ser aquel que valora la naturaleza salvaje como un bien en sí mismo, no como una fuente de recursos para el ser humano. El verdadero ecologismo debe priorizar y profundizar en las raíces de las agresiones humanas en la historia desvinculándose de toda forma de autoengaño o soborno por parte de los poderes establecidos que anteponen los beneficios económicos a la vida natural. Y todo ello, al margen de si la especie humana es capaz o no de integrarse en la propia naturaleza mediante vínculos sociales cuyos valores fundamentales se basen en el respeto a la naturaleza, algo que por el momento no ha logrado más que de forma excepcional.

16 de septiembre de 2015

La sociedad del despilfarro

La Tierra se ha convertido en una gran fuente de recursos para los humanos, muchos de los cuáles aún continúan creyendo que dichos recursos son ilimitados, pese a las teorías de los expertos en diversas materias que empiezan a advertir que no lo son y que la forma en que hacemos uso de ellos se parece más a un saqueo que a un derecho propio. Sin embargo, lejos de juzgar el modo de vida que se nos ha impuesto como antinatural y destructivo, son muestras de alarma y preocupación por el hecho de que el agotamiento certero de los recursos, principalmente los usados como fuente de energía, pueda amenazar seriamente la vida civilizada sumiéndola en el caos o en una época de dictaduras militares y barbarie. Su preocupación principal estriba en el hecho de saber que los recursos naturales que proporcionan todo lo necesario para la sociedad industrial y tecnológica son probablemente limitados -o al menos cada vez es más difícil y costosa su extracción- y que es un error por tanto explotarlos como si fueran ilimitados. (De esto se deduce también que si no se hubiera presentado este problema o si ya hubiera métodos alternativos de energía válidos para abastecer a la inmensa población urbana -las energías renovables se ha demostrado que no pueden serlo- nada habría de lo que preocuparse).

Es una cuestión de perspectiva pero también influye el alto grado humanista que llevamos cuando nos ponemos a examen. Si uno pone el énfasis en la cuestión de saber si los recursos son limitados o no, algo que afectaría seriamente la supervivencia de la civilización a corto plazo, solamente lo hará por un motivo humanista: está preocupado por lo que le pasará a la humanidad -en especial, la humanidad más desarrollada, la que vive principalmente en ciudades- cuando empiecen a faltar estos recursos, pero a la vez estará olvidando asuntos mucho más cruciales. No solo se olvida del futuro a medio y largo plazo que afecta a la humanidad, sino que, más grave aún, se está olvidando del presente y también del pasado, de lo que la especie humana ha sembrado y no solo hacia su propia especie sino hacia el resto de especies que pueblan el planeta y que en su mayoría, estaban mucho antes que nosotros. Se olvida de toda la destrucción que hemos dejado atrás y de la que se sigue dejando ahora, al margen de si los recursos son limitados o no.

Con todo, cabe decir que al sistema financiero actual, liderado por las grandes multinacionales y respaldado por los gobiernos y la banca, poco le importa si los recursos son limitados o no, sin duda van a seguir explotándolos como hasta ahora, pues al fin y al cabo, esa es su naturaleza.

En realidad, el debate no debería centrarse en el probable agotamiento de los recursos. Si la perspectiva con la que se analiza se hace de forma no humanista, nos daremos cuenta del enorme perjuicio ambiental que deja tras de sí la civilización en su empeño por despilfarrar los recursos. Pero vayamos por partes.

Cuando hablamos de despilfarro hablamos, en su propia definición, de gasto desmesurado de los recursos. Alguien podría preguntar en qué momento concreto de la historia empiezan a ser desmesurados, pero eso es algo difícil de precisar. Aún así, hay evidentes indicadores que nos dicen que si hubiera que establecer un momento, ese sería a mediados del siglo XIX con el inicio de la extracción de los combustibles fósiles destinados a la energía, en especial el del petróleo. Si bien la humanidad preindustrial ya había consumido una gran cantidad de recursos, la repercusión ambiental que dejaba era nimia comparada con la de la era industrial. Hasta ese momento, se usaban principalmente recursos renovables como los provenientes de humanos, vegetales, animales, agua, sol, viento, etc. Mientras que la extracción de recursos a priori no renovables -o renovables a muy largo plazo-, era insignificante.

El descalabro vino por tanto en la era industrial y en especial en la era de la extracción de los combustibles fósiles, necesaria para hacer que el sistema creciera y avanzara a marchas cada vez más rápidas, actuando en un círculo vicioso, pues a más extracción de energía, más posibilidad de crecimiento de todo, incluido de población y a más crecimiento de todo, mayor necesidad de extracción de energía. Es a partir de este momento cuando todas las gráficas se disparan: petróleo, gas, carbón, metales pesados, minerales, alimentos, población, industrias de todo tipo, etc., pero también, por desgracia, se disparan las agresiones al ambiente y las formas de vida: deforestación, degradación del suelo y del agua, contaminación, desertización, desequilibrio de los ecosistemas, exterminio de especies animales y vegetales, esclavitud,  pérdida de biodiversidad, etc. Es esta la época del gran desastre natural, un despropósito sin parangón alguno, una insensatez en toda regla.

Todo viene a causa del exceso de gasto de los recursos, necesario para justificar la idea del crecimiento y la afianzada ideología del progreso, esa que hace que los alarmistas traten de advertir a los gobiernos del peligro de desabastecimiento energético. Sin embargo, todos estos gastos, desde que empiezan, son casi siempre superfluos y no responden más que a una necesidad de justificar dicho crecimiento. No es necesario para esta reflexión abordar cómo empieza el despilfarro ni sobre qué base está asentado todo invento o innovación que justifique el gasto, sino demostrar lo absurdo de un sistema que fomenta el despilfarro mediante millones de actos cotidianos por parte de todos los individuos que lo sustentan.

Son dos los elementos clave para fomentar el despilfarro y justificarlo: en primer lugar, la cantidad de humanos despilfarrando, pues obviamente, a más personas en el globo, más gasto de todo. En segundo lugar, las técnicas que emplea el sistema para incentivar el consumo en exceso, y que contribuyen definitivamente al despilfarro. Es aquí donde nos vamos a detener, pues dichas técnicas serían las culpables de dicho despilfarro e incluso una de las causas del primer elemento, el del crecimiento poblacional que hará multiplicar siempre el total del gasto.

La obsolescencia programada es una ocurrencia oculta dirigida a incentivar el consumo, multiplicar los beneficios y en consecuencia aumentar el despilfarro irracional. Si la lógica nos dice que cualquier persona que quisiera fabricarse un objeto para sí mismo e incluso para un amigo o vecino, lo haría con el objeto de que durara el mayor tiempo posible, dicha lógica no cuadraba con el sistema industrialista y capitalista que se rige siempre por la eficacia y el rendimiento económico, motivando una economía en continuo movimiento. A pesar de que tardaron en darse cuenta, finalmente los expertos más ambiciosos tuvieron que aplicar de forma consciente que todos sus productos fabricados tuvieran una vida corta de tiempo con el objetivo de hacer una economía dinámica que a su vez justificara las ansias de crecimiento que llevaban años proclamando. Pero el mundo moderno no solo vendía productos físicos, también vendía servicios y para ello debían desarrollarse técnicas que incidieran directamente en la mente de los individuos incitándolos a gastar.

Las técnicas de persuasión están dirigidas a aumentar las necesidades reales de los individuos, promoviendo su deseo de comprar más y más objetos, de querer siempre acumular más y más cosas, dejándolos siempre insatisfechos y en última estancia, de hacerlos totalmente dependientes de ellas. La primera de dichas técnicas empieza con la educación, pues se hace importantísimo formar a los individuos desde edades tempranas hacia el mundo laboral industrial; es aquí donde comienza el proceso llamado socialización, un proceso necesario para que el niño aprenda a normalizar sus actos en relación a lo que la sociedad le exige. Cuando el individuo ya ha sido formado, las técnicas continúan de forma decidida mediante la propaganda política, que ayuda a crear ideologías y establecer pautas convencionales de conducta y la publicidad, encargada directamente de dinamizar de forma continua el consumo de los productos mediante campañas llenas de engaño y falsedad. Otras técnicas no menos eficaces son la moda, encargada de establecer tendencias cambiantes en la forma de vestir y de actuar o los fenómenos de masa, que se encargan de hacer de los individuos seres irracionales y estúpidos, fácilmente absorbidos por la masa alienante e irreflexiva.

La puesta en acción de las técnicas de persuasión y condicionamiento, junto a las técnicas de control voluntario de la vida de los productos han motivado la extensión de una ideología basada en estos principios e ideada por los expertos en el control de las masas, encargada además de arraigar en las mentes todo este proceso sistemático, aumentando la fidelidad al sistema y reduciendo a su vez las posibilidades de cuestionamiento y de reflexión. Se trata de la ideología del progreso que comenzó con la era industrial y que ha tenido su culminación con el desarrollo y visión futurista de la tecnología en todas sus vertientes. Como fenómeno en constante avance, la tecnología imprime al progreso una realización más compleja y una velocidad cada vez más rápida, haciendo individuos cada vez más imbuidos en el sistema y asemejándolos a máquinas robotizadas incapaces de pensar más allá de lo que el sistema les exige ni de evaluar las consecuencias de sus acciones y sus hábitos de vida.

El descubrimiento de las energías fósiles a bajo precio posibilitó el desarrollo global de los transportes y esto a su vez, en connivencia con un sistema mercantil que solo se interesaba en el rendimiento sin importar el gasto, fomentó y extendió que los productos se pudieran fabricar en cualquier lugar del planeta y ser enviados en pocas horas a la otra punta mediante el transporte de mercancías. Pero el transporte privado constituye uno de esos cultos a los que se ha sumado irreflexivamente el hombre moderno, impulsado a desplazarse innumerables veces a lo largo del día, ya sea por cuestiones laborales o de placer y creando una megaestructura de autopistas y carreteras que han invadido hectáreas de territorios no urbanizados -igualmente las líneas crecientes de trenes de baja y alta velocidad-. El crecimiento de las ciudades en extensión agranda las largas distancias motivando la supuesta necesidad del vehículo privado -respaldado por la poderosa industria automovilística que es quien crea la necesidad-  mientras que el sistema laboral no incentiva en ninguna parte los trabajos cercanos a los domicilios, por la misma historia de siempre, solo importa el rendimiento de las personas y sus capacidades laborales.  

Una de las industrias más irracionales la representa la industria agroalimentaria. La imposición del monocultivo frente a los cultivos tradicionales, junto al desarrollo de los transportes posibilitó la readaptación forzosa de variedad de cultivos a zonas lejanas de su lugar de origen y fuera de su temporada de crecimiento, en vez de fomentar el empleo del producto local y los productos de temporada, que por lógica implican un gasto de recursos incomparablemente menor. Además, el monocultivo deja notables estragos con la degradación del suelo y su empobrecimiento, dejándolo estéril en muchos casos. Por supuesto, todo esto degenera en un empeoramiento de la calidad del producto, puesto en condiciones antinaturales en su conservación y transporte, que luego repercute en el consumidor. La tecnología también cumple su papel con avances como el producto modificado genéticamente, el transgénico, justificado a veces como un método para paliar el hambre en el mundo, una paradoja difícil de explicar.

En relación a esto último se haya la industria de la ganadería usada como alimento y la pesca, que sigue incentivando un elevado consumo cuando ya se ha demostrado de sobra lo innecesario e irracional que supone comer carne y pescado, no solo por una cuestión de moral que juzga el régimen esclavista al que son sometidos los animales, sino por ser inmensamente más derrochador que cualquier forma de agricultura -a pesar de que sea industrial-.

Las industrias del entretenimiento han alcanzado a su vez un alto grado de poder, mayor incluso que la alimentación o el transporte, en su empeño por extender por todas partes el culto por el placer. Como ejemplo, la industria del turismo, que transporta millones de personas a diario a miles de kilómetros de sus casas, está enfocada a satisfacer caprichos vacacionales, un derecho del trabajador y concedido por las empresas, que favorece a ambos, ya que tras las vacaciones el trabajador vuelve dispuesto a seguir siendo una unidad productiva, descansada y renovada. Además, la industria del turismo contribuye en gran medida al esplendor del gran negocio de la aeronáutica, uno de los más crecientes de las últimas décadas -incentivado por la ausencia en el pago de impuestos por los carburantes-, y que más contribuye a la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera.

En resumen, todas las industrias generan un gasto descomunal de recursos naturales y son responsables de la gran dependencia que afecta hoy al hombre moderno y urbano, devorador  sin escrúpulos de dichos recursos. Debido a esa dependencia total, si un día esos recursos faltaran, probablemente todo el sistema colapsaría como un castillo de naipes y se vendría abajo, amenazando su propio final y arrastrando consigo a millones de seres que nada tienen que ver con él. Tras esto y de haber supervivientes, muchas cosas podrían pasar, o bien algunos siguieran en su cerrazón de crear otra vez sistemas complejos de sociedad que llevaran de nuevo al despilfarro o bien otros, con más capacidad de aprendizaje, se reinventaran mediante formas de relaciones sencillas basadas en la moderación y el respeto por la madre Tierra.

23 de noviembre de 2012

El ecologismo usurpado

En sus relaciones con la Naturaleza, se puede afirmar con certeza que el ser humano civilizado ha roto prácticamente toda oportunidad de volver a participar del equilibrio natural que un día gozó. Con este modo de vida de crecimiento y desarrollo ilimitado, ha creado un distanciamiento tal con el medio natural, que es más que probable que éste sea ya irreversible. Y es que pretender esquilmar la Naturaleza como si de un pozo sin fondo se tratara sin pensar que ésta sufrirá ninguna alteración es una idea cuando menos estúpida. Sin embargo, todas las acciones tienen por lo común una raíz, y estas no son menos. La inevitable crisis ecológica no es más que una consecuencia directa de la crisis de las conciencias.

Alertados por el posible desastre, hace unas décadas, el ecologismo acudió como una vía de apoyo en lo que pretendía ser la panacea para todos los problemas ecológicos. Pero no se podía esperar gran cosa cuando éste fue pautado por los estados y las multinacionales. Lejos de admitir que la raíz del problema estaba en el sistema de valores y en el modo de vida impuesto, se difundió la idea de que lo principal era cambiar los métodos, haciéndolos más saludables, contaminando menos y buscando fuentes alternativas de energía. En definitiva, hacer un mundo sostenible sin cambiar los pilares que han llevado irreparablemente a esta situación. No se mencionaba por ningún lado los problemas de la sobrepoblación, las inmensas desigualdades sociales, la repercusión tecnológica, el pésimo reparto de los recursos, la ganadería industrial, el desequilibrio natural o la aniquilación de miles de especies. Y por supuesto menos sobre los problemas de la economía del crecimiento, el control social y la alienación de las masas, la distorsión de los valores morales, el adoctrinamiento educativo, etc.etc. Es decir, el objetivo principal era básicamente seguir creciendo económicamente pero de una forma más limpia. Pero, ¿de qué sirve tener un mundo exterior limpio si por dentro estamos contaminados hasta la médula? ¿Qué sentido tiene mejorar las condiciones ambientales para unos cuantos, mientras la mayoría de las personas sigue condenada a la miseria y al hambre? El ecologismo debe de ser un puente de retorno del ser humano en sus relaciones con la Naturaleza y las distintas formas de vida o no será siempre más que una falacia al servicio de los estados y de su idea enfermiza de desarrollo infinito.

Pese a las buenas intenciones que pudieran surgir en ciertos sectores del movimiento ecologista con vistas a poner remedios a la catástrofe alcanzada, al ponerse el grueso de éste al servicio del sistema, es absorbido por intereses ajenos que lejos de comprender la dimensión real del problema, lo convierten en una oportunidad de negocio más, una forma de crear ideas innovadoras para difundir una imagen renovadora pero a la vez conservadora, que respete a su vez los preceptos meramente reformistas y burocráticos. La moda verde se ha extendido entre el mundo corporativo y es aprovechada como filón para multiplicar los beneficios, sin que hayan comprendido que la protección del medio-ambiente es totalmente incompatible con el modo de vida que nos han impuesto. Por otra parte, el recurso de acudir a la técnica y a la ciencia como forma de ayuda que logre resolver todos los problemas es tan necio como ineficaz, pues ignora el hecho de que es precisamente el desmedido uso de éstas lo que ha llevado a la crisis de las conciencias y por ende, a la crisis ecológica. Pero lo peor no es eso: el mundo hipertecnologizado del que solo se aprovecha una mínima parte de la población mundial está desaprovechando energía y recursos que bien podrían paliar una buena parte de la miseria, el hambre y las guerras provocadas por el exceso de consumo.

La crisis de la energía fósil es otra cara más de la moneda. Pero si lo llaman crisis es por su posible agotamiento, más que por el despilfarro que provoca y las formas de vida que extermina a su paso. Estas formas de energía, que suponían una auténtica mina de oro para las empresas, debido a su fácil obtención y transporte, su bajo coste y su aparente inagotabilidad, fue una forma fácil de hacer beneficios en poco tiempo, sin importar para nada el daño que pudiera causar. La presunta escasez del petróleo, que podía haber servido para empezar a plantearse otras fuentes de energía más limpias y sostenibles, no solo supuso un impedimento sino que fue un regalo para multiplicar los beneficios. Así, descubiertas ya muchas alternativas, el objetivo de las grandes multinacionales de la energía era impedir su estudio y comercialización. Como siempre, el beneficio manda sobre cualquier cosa. Aún así, petróleo queda para un rato, aunque éste será cada vez más difícil de extraer, pues se encuentra en lugares muy profundos bajo el mar. El daño al planeta será mayor y los precios seguirán subiendo. Y por si fuera poco el imparable ascenso poblacional no hará otra cosa que aumentar la demanda: más personas, más tecnología, más energía, más contaminación, más agotamiento de los recursos. Es una cadena lógica.

Ante este panorama, el ecologismo de estado no sirve más que para poner algún que otro parche mientras que los problemas de fondo son desestimados. Nuevamente, el sistema se encarga de engullir cualquier movimiento que cuestiona sus métodos y lo moldea a su imagen y semejanza para convertirlo en otra oportunidad de crecimiento. Así, surgen las grandes multinacionales del ecologismo, bancos de socios que son controlados íntegramente por los propios estados, estableciendo las normas a seguir siempre en la misma dirección que las normas del mercado. Realmente este es el ecologismo de bandera.

Uno de los preceptos interesadamente difundidos es el del conservacionismo de especies, lo que podríamos entender como una forma un tanto egoísta de conservar la Naturaleza para poder seguir explotándola. Este precepto se ocupa solo de las especies en su sentido abstracto, pero no de los individuos, algo del todo incongruente. Pero debemos incluso matizar que se preocupa exclusivamente de las especies en peligro de extinción y solamente por este hecho. En este sentido, esta mentalidad supuestamente ecologista es claramente antropocéntrica, pues solo se preocupa de la conservación de ciertas partes del planeta pensando exclusivamente en el futuro del progreso humano, salvo el caso de las especies protegidas. Así, incomprensiblemente no rechaza la caza selectiva de otras especies consideradas “invasoras”, ni la que se practicada por deporte de las especies animales, por ejemplo.

En otra cuestión que no tiene mucho que ver pero que también dice mucho del falso ecologismo, uno de los principales problemas que afectan al medioambiente -sino el que más- y que aquél ha olvidado por completo es el de la ganadería industrial. El crecimiento imparable desde la Segunda Guerra Mundial del consumo de carne en todo el mundo motivó el aumento de la producción a escalas descomunales y el empeoramiento de las condiciones  provocó el consecuente desastre ecológico. Solo la ganadería industrial produce más dióxido de carbono que todos los transportes juntos. Además, produce gran cantidad de gases igual o más contaminantes como el metano de los animales o el ácido nitroso asociados con el calentamiento global y la disminución del ozono. Por otra parte, contribuye a su vez a la degradación del suelo, y la contaminación de las aguas subterráneas, ríos y mares. Finalmente, la ganadería industrial desaprovecha una inmensidad de los recursos del planeta en forma de grano y agua que bien podrían alimentar a una gran parte de la población mundial en riesgo de hambre. Y por si no fuera poco, las previsiones según la FAO no son nada halagüeñas, pues se prevé que el consumo de carne siga in crescendo. La conclusión que podemos extraer de esto es que son demasiados los intereses que explican el porqué el ecologismo no ha abordado ya este problema real con soluciones reales.

Con todo lo dicho, una visión diferente del verdadero ecologismo -practicada ya por grupos minoritarios- sería aquella que rechazara en primer lugar cualquier disposición tendente a ser absorbida y en consecuencia controlada por los estados, que no son más que un obstáculo permanente para redefinir el camino que debe seguir la protección del medioambiente y sus formas de vida. En segundo lugar, se haría necesario establecer los lazos de unión de la defensa de la ecología con los aspectos sociales y demográficos, además de replantear como medida indispensable los principios éticos universales asociados a la ecología, no como ciencia, sino como elemento clave que permita avanzar en la transformación social y como puente hacia la esencia de lo natural, de lo humano.  En tercer lugar, debemos recordar con insistencia que la llamada crisis ecológica es una consecuencia directa de los valores que rigen nuestras conciencias, y que si no tratamos de modificar éstos antes que nada, todas las prioridades que se quieran establecer para hacer un mundo más limpio serán absorbidas una vez más por los mismos vicios del sistema.