Desde
 la infancia y hasta la edad adulta somos saturados por una continua 
repetición de propuestas persuasivas y engañosas que estimulan nuestros 
impulsos más primarios. Mediante la socialización, el sistema se encarga
 de mantener un ritmo alto de ofertas de este tipo que condicionan 
nuestra actitud frente a lo trascendental  y modelan nuestro carácter. 
Es posible que exista algún mecanismo en nuestro cerebro que tienda a 
dejarse llevar por aquellas decisiones más cómodas, las que reporten 
algún tipo de entretenimiento, las que seduzcan o resulten atractivas, y
 las que prevalecen en el propio individuo sobre el resto; es a esto a 
lo que llamaríamos la tentación o la atracción irresistible que actúa de
 forma irracional en nuestra psique con el fin de obtener algo sin tener
 en cuenta el coste; sin embargo no hay nada instintivo en esto, porque 
en realidad todo es fruto de la socialización.
A
 medida que la sociedad aumenta en número y se vuelve más y más compleja
 debido en parte al incremento de las necesidades superfluas, las 
tentaciones irracionales también aumentan en proporción. Muchas de las 
tentaciones a las que somos expuestas las personas son las provocadas 
por los métodos de persuasión que buscan en un primer intento atrapar al
 consumidor como si de una tela de araña se tratara para posteriormente 
obtener su fidelidad y sumisión. En consecuencia, la propagación 
imparable de las tentaciones se universaliza como si se tratara de un 
nuevo valor al cuál se debe aspirar; nada más lejos de la realidad: 
además de que la mayor parte de las tentaciones son adictivas, estas a 
su vez contribuyen desmesuradamente a multiplicar las decisiones 
irracionales de los individuos y anular su capacidad de espíritu 
crítico. No obstante, casi todo lo que no es atrapado por la tentación, 
lo es por el contagio social. Estos son algunos ejemplos:
-La
 tentación tecnológica. Sin duda alguna, la más fuerte, irresistible y 
seductora forma de tentación moderna, convertida ya en dogma. Hoy la 
tecnología es una trampa en la que han caído millones de personas, 
incluidas las más cultas y supuestamente empeñadas en que la sociedad 
cambie. No deja de ser curioso el hecho de que estas últimas no sean 
capaces de ver las relaciones existentes entre los efectos de la 
tecnología compleja con la libertad, la igualdad de intereses o la 
ecología.
-La
 tentación de las drogas. Desde las drogas legales como las campañas 
protabaco a las ilegales como el consumo de cocaína, el negocio del 
vicio se basa en la multiplicación indiscriminada de tentaciones, todas 
ellas nocivas para la salud humana y que además proliferan en las edades
 más prematuras de las personas, adolescencia y juventud, en donde el 
contagio por imitación social es inmensamente más efectivo a la vez que 
peligroso.
-La
 tentación de la competición. Ya sea en los negocios, en el deporte, o 
en el día a día en una fábrica, el mundo materialista y competitivo en 
el que vivimos deja como resultado la proliferación de envidias de todo 
tipo y en todos los ámbitos de la vida, desde el deporte hasta el lugar 
del trabajo, desde lugares de dirección de empresas hasta un bloque de 
vecinos. Este tipo de tentaciones que abundan por doquier se multiplican
 por contagio social.
-Tentaciones
 en la infancia y adolescencia. Las tentaciones a las que son sometidos 
el público de más corta edad son potencialmente peligrosas dado que el 
individuo que las padece está en proceso de formación y su capacidad de 
discernimiento y de juicio es más endeble. De igual manera, el contagio 
por imitación juega un papel fundamental en estas edades ya que la 
presión del grupo ejerce un poder extremadamente abrumador para aquellos
 que son más débiles. Esto no quiere decir que los jóvenes sean los 
únicos en caer en tentaciones, sino que al ser personas que están 
descubriendo el mundo en el que han nacido, tienen menos experiencia y 
por tanto menos opciones de escapar o encontrar alternativas.
Por
 otra parte, son variadas las formas de contagio social, como el que 
surge por imitación de la mayoría. Cuando el contagio se extiende tan 
rápido que enseguida forma una mayoría de personas dentro de una masa, 
las probabilidades para que un sujeto nuevo se sume se multiplican por 
mil, ya que la mayoría proporciona seguridad y el sentimiento de actuar 
en la dirección correcta. Así, la idea errónea de que la mayoría siempre
 tiene razón sobre la minoría se convierte en un mito que a su vez se 
extiende por contagio. Otra forma de contagio social sería el que surge 
por un sentimiento inicial de envidia que es el que lleva a la 
imitación. Este sentimiento es normal en una sociedad materialista que 
mira el lujo como una virtud en vez de un defecto. En cualquier caso, no
 pretendemos argumentar con estos ejemplos que el contagio sea algo 
intrínsecamente negativo, sino que es su tendencia a difundir 
antivalores y formas irracionales en vez de las racionales lo que lo 
convierte en algo pernicioso.
Hemos
 tratado de exponer los efectos que supone el hecho de vivir en un mundo
 hedonista en donde se da más importancia al placer de uno mismo que al 
bienestar y el respeto por los demás, a las tentaciones desenfrenadas e 
irracionales que a la abstinencia y la moderación, lo que supone una 
victoria aplastante de la barbarie y la estupidez sobre la cordura. El 
contagio a su vez se encarga de extender y afianzar que el número de 
tentaciones sea suficientemente alto para que el sistema consumista 
pueda seguir funcionando. En definitiva, esto no es más que un síntoma 
de las relaciones personales y sociales de la sociedad de masas y 
suponemos que es la razón que explica el hecho de que millones de 
personas sean absorbidas por las novedosas innovaciones tecnológicas en 
vez de dedicar más tiempo a investigar las raíces de las desigualdades o
 buscar formas para paliar la tendencia del ser humano hacia formas de 
dominación y violencia sistemática que aún perduran en estos tiempos.
Sin
 embargo, a nivel individual, por mucha fuerza persuasiva y lavado de 
cerebro que nos inculquen, siempre habrá alguna posibilidad para evitar 
el vicio o todo aquello que perturba el orden moral del pensamiento, al 
menos de momento.
 
 
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