17 de diciembre de 2012

Historia de una difamación

Con toda seguridad, no hay concepto en la lengua castellana más difamado  y calumniado como el del anarquismo. Desde que esta ideología empezara a forjarse entre las conciencias de los oprimidos, el poder burgués de aquélla época y el liberalismo económico empezaron a temer seriamente por la consecuencias que podría tener para sus intereses el hecho de que esta ideología se extendiese como la pólvora. Fueron los primeros teóricos anarquistas como Proudhon o Bakunin quienes recopilaron en libros el conjunto de las ideas que preconizaban las clases trabajadoras, cuya base era la destrucción del estado como premisa clave para acabar con las injusticias sociales. Por ello y en vista de lo cuál fue necesario una política de desacreditación urgente y represión contra estas “peligrosas” ideas, que además tenía la peculiaridad de que escarbaba directamente en el origen de las desigualdades. Lo que nos lleva a preguntar cómo una ideología que reclama la abolición de toda forma de autoridad es calumniada antes siquiera de poder llevarse a la práctica. Es evidente que la amenaza era demasiado patente. Esta es la historia de la gran difamación que ha perpetrado durante siglo y medio el poder burgués en contra de la ideología más renovadora de toda la historia, la que basaba toda su razón de ser en el ejercicio de la libertad suprema, la que podría habernos evitado caer definitivamente en el infantilismo en el que nos ha sumido el tiempo de la máquina y la era digital.

Esta difamación, tan silenciada como olvidada por las nuevas generaciones de ultracapitalistas y prosistemas, está presente en el lenguaje como primer objetivo de desterrar al anarquismo hacia formas degradantes y antisociales. Así, aunque la palabra anarquía conservara etimológicamente su significado inicial (del griego an-arquía: no gobierno), y que a su vez guardaba parentesco directo con la acracia (del griego a-cracia: ausencia de autoridad) se expusieron como formas problemáticas de llevar a la práctica solo por el hecho de definirse a sí mismas como la ausencia de todo poder o autoridad. Por tanto, si el establecimiento del poder y por ende del gobierno eran signo de estabilidad y orden, el no gobierno debía ser todo lo contrario: caos y desorden. He aquí la primera de las calumnias, la cuál se plasmó de forma oficial con su inclusión injusta en el diccionario de la real academia de la lengua. Con los años, esta premeditada y falsa definición se apoderó de las personas que la empezaron a utilizar tal y como venía en el diccionario. Así, en prensa, en televisión y hasta en la literatura podemos encontrar multitud de referencias hacia ella que demuestran el poder inmenso de la seducción de las palabras y de la manipulación de las personas que ocupan el poder.

El otro gran objetivo de la difamación y más importante si cabe se focalizaba en la vida social, en donde el movimiento obrero anarquista, en paralelo muchas veces con las ideas comunistas y socialistas hasta que las evidentes disensiones los separaron definitivamente, emergía de forma esperanzadora a partir de la mitad del siglo XIX y hasta bien entrado el XX en contra de la clase dominante. Sabedora ésta de las aplastantes verdades que aportaba dicho movimiento renovador y de las amenazas reales de echar por tierra sus planes, debía hacerse una política de demonización contra el mismo para impedir toda proliferación, y si era necesario hacerlo inventando las más lamentables argucias para su descrédito. Su oportunidad clave fue el aprovechar la corriente más radical y violenta del movimiento con el fin de generalizarlo y como se dice de forma coloquial “meterlo todo en el mismo saco”, para convencer a la opinión pública de que éstas ideas fomentaban la violencia e iban contra toda estabilidad social.

Alrededor de 1880, coincidiendo con un período de miseria generalizado de la vida rural, en el movimiento obrero se empezó a difundir  “la acción directa” como forma de lucha contra el poder. Si bien esto no era asociado a actuar de forma violenta, algunos anarquistas decidieron que la violencia como defensa propia sí era legítima en algunos casos. Así, los actos terroristas que fueron perpetrados contra ciertos cargos políticos -nunca contra civiles-, fueron actos individuales que cometieron algunos anarquistas, motivados por venganzas personales o intentos de extender entre el pueblo que la violencia era el único medio efectivo para derrocar al poder, pero éstos no representaban al conjunto del movimiento. Algunos se dieron cuenta de que lo relevante no era determinar si la violencia era legítima, sino si era útil para conseguir los fines. De forma paralela, se iba fraguando otra corriente del anarquismo pacifista, promovida por pensadores pacifistas como Thoureau o Tolstoi, que abogaban siempre por la resistencia no violenta y que más tarde serían las ideas que inspiraron a Gandhi.

Independientemente del uso de la violencia que haya ejercido alguna facción del anarquismo en el pasado, es indudable que éste supuso el golpe definitivo que necesitaba el poder para condenar las ideas anarquistas al terrorismo más sanguinario. Aún así, los actos que hayan podido cometer los anarquistas representan una minoría del total de los actos terroristas cometidos por infinidad de grupos en la historia: comunistas, republicanos, fascistas, cristianos, mahometanos, budistas también cometieron actos terroristas y no han sido difamados como lo fue el anarquismo. Con todo, si tenemos que nombrar al mayor de todos los terroristas sin duda éste ha sido y es el estado, a pesar de su autodefinición de “legítimo” que al parecer le dota de total impunidad. A este terrorismo histórico se le ha sumado en la actualidad otro igual de peligroso, si no más, como es el terrorismo patronal.

Y qué mejor que exponer varios ejemplos que corroboren el sentido de la difamación urdida contra el anarquismo:

Uno de los primeros es aquél que sucedió con el caso de la supuesta organización anarquista y secreta “La Mano Negra” en la Andalucía de finales del XIX. La supuesta organización surgiría a principios de la década de 1880 por las extremas condiciones de miseria que padecía el campesinado andaluz y la consiguiente tensión social contra los terratenientes. Según el gobierno, ésta organización terrorista quería imponer sus ideas anarquistas a base del asesinato de las esferas del poder. Por ello, se inició una intensa investigación y persecución de los supuestos integrantes a los que se les atribuía diversos asesinatos ocurridos por aquellos años. Con ello, se inicia un intenso proceso de inculpación en el que se aportan pruebas absurdas, testimonios dudosos, y falsas acusaciones, que culminaron con la condena a muerte de quince acusados, de las que siete fueron ejecuciones en público. Hoy, casi todos los historiadores coinciden en que todo esto fue un invento perfectamente maquinado por parte del gobierno como una clarísima pretensión de asestar un gran golpe y desacreditar al movimiento anarquista.

Otro caso de gran impacto social y de calumnias fue el de la condena a muerte de Sacco y Vanzetti, dos inmigrantes italianos anarquistas que fueron ajusticiados en la silla eléctrica en 1927 por parte del gobierno de los EEUU después incluso de saber éste que eran inocentes. Los dos inculpados, utilizados como cabeza de turco, fueron acusados de robo y asesinato de dos personas. Tras un juicio largo y polémico lleno de dudas, el veredicto del jurado, sospechoso de parcialidad y xenofobia, dictó la pena capital para los dos acusados. Lo dramático del caso es que antes de que dicha condena se produjera, el gobierno supo de la inocencia de los acusados ya que los verdaderos culpables confesaron su autoría. Aún así, ni las siguientes apelaciones por parte de la defensa, ni los millones de voces en todo el mundo que pedían el indulto y la libertad para los dos italianos, el gobierno, temeroso de que una retractación hiciera mostrar su debilidad, decidió continuar con la sentencia. Como ellos mismos dijeron antes de morir, la injusticia que rodeaba todo su proceso haría más fuerte al movimiento libertario en todo el mundo y así, sin saberlo, se convirtieron en dos símbolos de la causa anarquista.

El último caso que queremos contar es el que sucedió de vuelta en España con el fusilamiento de otro cabeza de turco, el pedagogo Francisco Ferrer y Guardia, acaecido tras los sucesos de la Semana Trágica en Barcelona, en los que se le relacionaron injustamente con ciertos delitos, ya que ni siquiera se hallaba en el lugar de los hechos. Entre otras cosas se le acusó falsamente de quemar conventos e iglesias. Además, en su juicio se prohibió el testimonio de personas que pudieran proclamar su inocencia. Todo respondía a una evidente reacción por parte del gobierno que tenía como objetivo eliminar del mapa a un enemigo peligroso para el poder cerrando definitivamente su proyecto libertario y dar ejemplo con ello. Su “delito” fue haber fundado la Escuela Moderna, en la que se impartía un método de enseñanza renovador, libre de adoctrinamiento y competitividad, en la que la libertad era considerada la base de toda educación y que pronto se ganó el desprecio del estado y de la Iglesia.

Estos son solo tres ejemplos de la incesante búsqueda de chivos expiatorios por parte del poder para justificar sus acusaciones sobre el anarquismo y mostrarlo a la opinión pública como un grupo de locos sin ideales y con ganas de sembrar el terror.

Pero lejos de toda esta serie de interminables calumnias injustificadas en contra de los ideales y la práctica del anarquismo, éste siempre se ha mantenido al margen de todo y ha tratado dentro  de lo posible desmitificar las falsas acusaciones que históricamente han sido difundidas en su contra, utilizando simplemente la fidelidad a la verdad que siempre le ha caracterizado.

Al respecto, el anarquismo basa toda su razón de ser en la realización de la libertad plena del individuo para que pueda desarrollar toda su capacidad y autonomía. Como tal,  no quiere decir ni mucho menos que cada cuál haga lo que le dé la gana, idea falsamente difundida también  entre la sociedad. El anarquismo es asociación entre individuos iguales, organizados en asambleas donde se deciden acuerdos mutuos y coherentes encaminados a crear una sociedad estable, libre e igualitaria, que nada tiene que ver tampoco con crear una sociedad perfecta.

El anarquismo se declara antiautoritario porque considera que toda forma de autoridad se basa en la anulación y el dominio de una voluntad sobre otra que es obligada a obedecer. Así, toda forma de dominación tiende a la explotación y al esclavismo, y por tanto es degradante e inmoral. Todas las formas de poder, llámense gobiernos, municipios o partidos políticos son formas de autoridad y dominación que sin embargo ofrecen una cara falsa de libertad por el ejercicio de la representación disfrazada últimamente con la careta de la democracia. Como sistemas de jerarquías impuestos por la fuerza en el pasado, no dejan  de ser más que obstáculos que impiden la realización de toda libertad tanto individual como colectiva.

En el nivel más práctico, la sociedad anarquista es sinónimo de igualdad económica y social. Los medios de producción al servicio del capitalismo, que es el sistema actual, suponen la apropiación de los mismos por parte de un puñado de personas en detrimento de la mayoría. Así, la igualdad plena solo se puede obtener por la liberación de los medios productivos puestos al servicio del pueblo, es decir, comunes. La solidaridad es la clave para hacer efectiva la cooperación entre los trabajadores y sus necesidades. El trabajo deja de ser esclavo y la jornada es reducida al mínimo.

En cuanto a otros ámbitos como la educación, lejos de ser un método de adoctrinamiento y preparación para la vida futura empresarial, se basa en el libre pensamiento, el desarrollo de conocimientos, y la elección libre de enseñanza. El ocio es considerado una parte muy importante para las personas, que buscan el placer mediante el juego o la creación artística, sin caer en el vicio. Las religiones tradicionales como formas de culto (al igual que las modernas) se hacen innecesarias. El planeta y los animales son vistos como algo que hay que proteger y cuidar, por tanto se rechaza cualquier razonamiento antropocéntrico como una forma más de dominación.

Con todo, y a pesar de que los principios básicos que propugna esta ideología se mantienen vigentes y son válidos para su aplicación en cualquier contexto histórico es posible que sea  necesaria una reformulación del anarquismo en relación al contexto actual en el que nos encontramos. Nuevas corrientes del ecologismo profundo o del anarcoprimitivismo advierten que las causas del problema son mucho más complejas de lo que nos imaginamos, que el modo de vida actual repercute directamente en el impacto del hombre en el planeta y en su escala de valores y que solo escarbando en la raíz podremos hallar los orígenes de nuestro comportamiento destructivo. En cualquier caso, a los hechos nos remitimos: la sociedad actual, desbordada por el sistema capitalista, la centralización, la urbanización, el imparable crecimiento demográfico, la masificación, la degradación de lo social y el infantilismo del avance tecnológico es por entero incompatible con el ejercicio de la libertad y la autonomía de los individuos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario