4 de diciembre de 2012

Falacias del militarismo

Los primeros estados trajeron consigo la nefasta consolidación de los ejércitos permanentes y con ello la necesidad de estar preparados siempre para cualquier conflicto bélico eventual. Tanto es así que hoy nos encontramos ante la paradoja de que mucha gente que afirma estar en contra de las guerras, defiende el mantenimiento de los ejércitos como algo necesario, cayendo en una contradicción de términos. En primer lugar conviene recordar que todos los ejércitos fueron constituidos por los estados sin el consentimiento mayoritario de la población y que sus posibles funciones futuras no solo se dirigen a defender a la propia nación de ataques de otras naciones, sino sobre todo a sofocar cualquier tipo de revuelta interior por parte de una descontenta población por la política del gobierno, o dicho de otro modo, defender el poder establecido y por el cual se mantiene el statu quo en contra de cualquier intento revolucionario que amenace su disolución.

Es importante recalcar que no es concebible un mundo sin guerras mientras sigan existiendo y se mantengan los ejércitos. Tal vez suene utópico pensar en un mundo sin ejércitos pero es necesario comprender que para que existan guerras tienen que existir los ejércitos y no al revés, porque de hecho la experiencia nos demuestra que siempre ha sido así. Las causas de las guerras son el mantenimiento y proliferación de los ejércitos y el consentimiento de los ciudadanos para con los mismos. Por tanto, mientras sigamos pagando con nuestros impuestos todos los gastos militares, las guerras seguirán siendo una realidad, que si bien no será una constante en todos los lugares del globo, siempre estará presente en forma de amenaza explotada por los países más poderosos. Esta amenaza intencionada genera la desconfianza mutua entre países, los cuales realizan continuos esfuerzos para superar en armamento al resto, entrando así en una competición absurda e intimidando de esta forma a aquellos países que puedan tener presuntas pretensiones de ataque.

A menudo se nos suele decir que los ejércitos existen para velar por nuestra seguridad, por mantener el orden y la cohesión social y como tal su mantenimiento es esencial para la vida en sociedad. Pero en realidad, la manutención de los ejércitos supone siempre un detrimento importante de otras necesidades que sí son vitales y tradicionales como la educación (por supuesto no el método de adoctrinamiento actual), la sanidad o el ocio. Ya que todo funciona con dinero y este está siempre limitado, todo lo que se invierta en gastos militares, es decir gastos para entrenar a personas a matar o para fabricar armas, será sustraído de todo aquello que sirve para cosas que contribuyan al progreso moral de los ciudadanos y por tanto éste siempre se verá mermado y obstaculizado mientras se invierta tanto dinero en gastos militares. Si los gobiernos estuvieran interesados en el progreso moral de sus naciones, lo coherente es que tendieran al desarme y la eliminación progresiva de los ejércitos, pero es evidente que si no lo hacen es por motivos obvios. Esto nos debe dar una pista de cuál es la verdadera naturaleza de aquéllos que argumentan que los ejércitos son esenciales en nuestras vidas.

Pero debemos ser justos recordando que hace ya unos cuantos años se consiguió la supresión del servicio militar obligatorio, que más que un logro supuso una concesión por parte del estado que respondía a fines prácticos. Es razonable admitir que este cambio supuso un avance en cuestión de libertades, pero a la vez es importante captar la doble moral que esconde este hecho, ya que si bien los llamados estados “democráticos” lo aprovecharon para apuntarse un tanto en materia de libertades, también lo hicieron para hacer de ello algo meramente circunstancial, ya que la cuestión principal, la del mantenimiento del ejército, seguía vivía, solo que en vez de obligatoria era voluntaria. Además, descartado el carácter obligatorio, el movimiento por la insumisión ya no tendría razón de ser, con lo que se conseguía eliminar si no del todo, sí una buena parte de la lucha antimilitarista postergando a la otra hacia el inevitable descenso, como efectivamente ha ocurrido. Sin importar el hecho de la obligatoriedad o el voluntarismo para el alistamiento en el ejército, la lucha antimilitarista debe retomarse como una parte fundamental de todo progreso moral.

En la actualidad, el concepto militarista se ha visto en la necesidad de potenciar su justificación por parte de los estados más poderosos. Mediante grandes falacias extienden entre la gente el necesario fortalecimiento de todo lo militar en defensa de un supuesto enemigo que casi siempre es inventado para difundir el miedo, y en consecuencia avivar el apoyo incondicional para el mantenimiento de los gastos militares. El mejor ejemplo lo constituye sin duda el de los EEUU. La trayectoria de esta tendencia en el último siglo es evidente: los primeros enemigos fueron los alemanes en las dos grandes guerras mundiales, posteriormente los rusos en la Guerra Fría, y por último los terroristas islámicos en la década de los 90. Hoy por hoy, estas invenciones tienen tan poco fundamento que incluso muchos estadounidenses se muestran escépticos. Si bien el miedo es uno de los motivos principales, el militarismo influyente recurre a toda clase de tácticas viables para su perpetuación. Esto nos hace pensar que independientemente de los motivos reales, ya sean petróleo, oro, coltán o diamantes, por los que algunos estados nos llevan a la guerra irremisiblemente, y los cuáles no son del interés de esta reflexión, existe un evidente interés por parte de muchos estados de mantener el espíritu militarista siempre vivo entre la población, que es la consecuencia directa del sentimiento nacionalista y del exclusivismo xenófobo. He aquí una de las grandes falacias del estado del bienestar que continuamente nos habla de paz entre los estados cuando en realidad nos siguen preparando para la guerra.

Pero no debemos sorprendernos, pues la guerra ha sido desde hace tiempo una las actividades más provechosas para aumentar el poder potencial y real de las naciones, además de un suculento negocio para la industria armamentística. Las dos grandes guerras del siglo XX lo fueron. ¿Por qué se ha llegado a esto? ¿Cuáles son los verdaderos propósitos de la maquinaria militar? Históricamente, la guerra  ha formado parte integral de la civilización y como tal ha sido elevada por los poderes soberanos no solo como un mal necesario, sino en algunas ocasiones hasta natural, argumentando a su favor que la guerra no era más que un remanente de la lucha por la existencia que se da en el reino natural. Sin embargo, estas ideas absurdas no quisieron ver lo que realmente representaba la lucha por la supervivencia de los animales: un mal necesario lleno de violencia, pero desprovisto del grado de belicosidad y odio que conllevan la esencia de las guerras entre los seres humanos. Comparar éstas formas de lucha para justificar cualquier demostración de fuerza no es más que una forma absurda de irracionalidad, pues mientras que la lucha entre presas y depredadores son rasgos biológicos, la guerra no es más que una nefasta invención cultural.

En tiempos de supuesta paz, o mejor decir, de ausencia bélica temporal en una parte del globo, no se debería nunca bajar la guardia, pues la actividad de los ejércitos es continua. Es en estos períodos cuando los estados aprovechan para modernizar y hacer más sofisticado todo lo relacionado con la tecnología militar y el armamento, lo que aumenta el riesgo de las consecuencias de las guerras futuras. Recordemos que los grandes acontecimientos bélicos del siglo XX estuvieron precedidos por largos períodos de grandes inversiones en armamento. La competitividad entre los estados para aumentar desenfrenadamente su poderío militar no hace más que continuar de forma absurda la tendencia del pasado, incluso aunque se tuviera la certeza de que ya no existieran amenazas reales de conflictos, pero sobre todo contribuye en gran medida al aumento considerable de la industria armamentística, que obtiene con ello pingües beneficios. En la actualidad, el avance tecnológico y científico, que paradójicamente siempre han estado al servicio de todo avance militar, multiplican por mil el riesgo y el desarrollo en materia nuclear entre las naciones más poderosas, y nos advierten de alguna forma que el día que llegara la tercera guerra mundial, toda la destrucción que produjeron las dos primeras nos sabría a poco.

Pero además, los gastos militares de muchos de los gobiernos suelen ser utilizados para otro tipo de negocio relacionado con el tráfico internacional de armamento y que como no, reporta enormes sumas de dinero a las multinacionales de las armas. El objetivo es en muchas ocasiones países en guerra que necesitan grandes cantidades de armas o que sin estarlo permanecen en tensión prebélica continua. Con esto y nuevamente sin nuestro consentimiento muchas veces se nos hace partícipes sin saberlo de una guerra que se libra a miles de kilómetros y con la que no tenemos nada que ver. Pero el ocultismo que existe alrededor de este asunto, la falta de transparencia y los numerosos intermediarios que sacan tajada del botín, hace que la mayoría de las veces nunca se sepa con claridad dónde ha ido a parar exactamente el contingente de armas. Aún así, es sabido que existen numerosas denuncias por parte de diversas ONGs sobre este problema y que atestiguan la realidad del mismo. Países como República Democrática del Congo, Uganda, Ruanda, Afganistán, Irak o Pakistán son varios de los objetivos.

De lo anterior podemos inferir que el tráfico de armas supuestamente legal es en muchas ocasiones más dañino que el ilegal, pues aquél siempre tendrá más capacidad para burlar los ineficaces y blandos tratados internacionales. No obstante, no es nuestro objetivo hablar de las diferencias que existen entre uno y otro tráfico -de ese tipo de falacias interesadas ya se encargan los propios gobiernos de cada país- pues al final cualquiera sirve para lo mismo, en mayor o menor grado. Lo que pretendemos con esto es cuestionar el uso de las armas como tal y por extensión de todo lo militar.

Otra falacia más es la que tiene que ver con el uso del lenguaje para mostrar a los medios una cara distinta de lo que se supone que es el ejército: en las últimas décadas los militares se han atribuido nuevas funciones como las que nos hablan de ayudas humanitarias, o misiones en nombre de la paz. Por supuesto, esto solo tiene el objetivo de hacer más humanitario todo lo militar y obtener el beneplácito de la ciudadanía. Así, el ejército ya no tiene esa función tradicional de ser un cuerpo de chalaos preparados para el combate, sino que son personas honestas y solidarias que acuden en ayuda de desplazados o refugiados. Como tales, estas mentiras en forma de eufemismos son parte de la nueva careta que quiere mostrar el militarismo, que en ausencia de guerra interna busca la acción exterior para justificar de alguna forma el mantenimiento del mismo y darle mayor credibilidad. El lenguaje utilizado sobre todo por los medios oficiales en televisión y prensa, en este sentido juega un rol fundamental, ya que permite disfrazar de alguna forma agradable lo que pudiera suponer un rechazo general. Entonces así, las invasiones en toda regla son intervenciones militares, los muertos civiles son daños colaterales, mientras que las guerras sin razón aparente son guerras preventivas.

Hemos tratado de desentrañar la incongruencia que implica el consentimiento de lo militar en una sociedad que no desea que haya más guerras, además de esclarecer algunas de las falacias de las que se sirven los gobiernos para justificar todo el poderío de sus ejércitos. El militarismo como tal es una forma muy sutil de institucionalizar la violencia y hacerla legítima, pero en realidad solo sirve para perpetuar los estados y su voluntad eterna de poder. Vivimos en un mundo que se sustenta gracias a la violencia, tanto física como psíquica, y esta es una de las mayores lacras que arrastra el ser humano. No debemos autoengañarnos: si se desea vivir en un mundo donde de verdad reine la paz debemos decir no a todo avance y mantenimiento militar, como una de las formas de violencia más destructiva que existen, de la misma forma que debemos rechazar todo acto de dominación hacia las diferentes formas de vida.


1 comentario:

  1. Suscribo todo lo dicho, sobre todo en cuanto al negocio de las guerras, es una vergüenza.

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