29 de octubre de 2013

Objeción laboral

Sin duda el trabajo hoy en día se ha vuelto una forma de tener a las personas sumisas y sin vía de escape. No deja de asombrarme que incluso, aún en plena época de precariedad laboral, alguien consigue un mísero trabajo de un mes, o 15 días y se alegra por ello diciendo “es lo que hay” mientras otros le congratulan con la típica frase “menos es nada”. ¿Realmente debemos alegrarnos por esto? sabiendo como sabemos que no nos lleva a ninguna parte y que no hacemos otra cosa que contribuir a perpetuar la precariedad y el esclavismo, ¿debemos encima dar gracias? Claro, ante la supuesta falta de alternativas, y ya que uno necesita el dinero para vivir, puede parecer comprensivo que uno deba agarrarse al trabajo basura que le ofrecen y que le salvará momentáneamente del desahucio o la mendicidad. Pero en el fondo no es más que una forma de autoengaño.


Aunque no es la temporalidad el problema más importante del degradante sistema laboral. Ni mucho menos. Lo es más la dependencia, el esclavismo y el obstáculo permanente que supone el trabajo actual hacia el progreso moral.


El trabajo nos hace dependientes de un sistema económico basado en el consumismo irracional, en el que se produce para consumir y se consume para producir, una rueda vacía de contenido y absurda en su totalidad. Dado que no hay alternativas a trabajar de otra forma distinta, el trabajo se vuelve dependiente para todo el mundo, las condiciones son acatadas a raja tabla y el conformismo se apodera de las personas. Además, este sistema basado en la importancia de lo material en detrimento de lo espiritual, prima siempre los trabajos basados en la producción industrial y tecnológica sobre los trabajos más humanos.


El sistema económico está controlado por grandes multinacionales, cada vez más poderosas, que fomentan desde arriba la clave del sistema productivista basado en la competición entre las empresas, el interés y el beneficio económico. Así, si uno quiere entrar en el juego y montar su propio negocio debe ser competitivo o no llegará a ningún lado. Mientras, el trabajador medio es reducido a una mera pieza de un enorme puzzle que pierde todo sentido de ser y es relegado al engaño permanente y al esclavismo latente.  


Otro dato importante es que resulta imposible hallar una ética en el mundo laboral. Pero no nos referimos a una ética de trato humano entre empresario y trabajador, algo que de existir resulta falso, sino a una ética que cuestione la naturaleza de ciertos trabajos por su tendencia a la degradación espiritual. Lógicamente, trabajos como el de policía, abogado, juez o político, publicista, matarife o técnico nuclear son trabajos legales y necesarios en una sociedad tan compleja como ésta, en donde viven hacinadas millones de personas controladas por la ley y el orden de los estados represores y las multinacionales sin escrúpulos, pero aún así no dejan de ser trabajos degradantes e irracionales.


¿Cuál debería ser la respuesta ante este panorama? La objeción laboral. Evidentemente, entiéndase que ésta no puede hacerse de forma absoluta, pues nadie que viva en una ciudad puede dejar de trabajar ya que se necesita dinero para vivir. Pero sí se puede llevar a cabo de forma parcial o reducir parte de nuestra dependencia hacia el sistema laboral.


En primer lugar, hay que empezar por desengañarse ante las asociaciones de trabajadores y los sindicatos que no dejan de ser empresas que han entrado en el sucio juego de la competición. En segundo lugar, admitiendo que hay niveles éticos en el mundo laboral, siempre tendremos la posibilidad de rechazar los trabajos más degradantes. En tercer lugar, hay formas de reducir nuestra necesidad de trabajo, tan fácilmente como reduciendo nuestras necesidades de consumo, viviendo una vida más sencilla, más espiritual, menos materialista, practicando el desapego e incluso reduciendo nuestra descendencia. Así, podremos subsistir trabajando muchas menos horas anuales, trabajando en empleos de media jornada o en empleos autónomos o fuera de la legalidad -que sean ilegales no quiere decir que sean indignos, sino que no entran dentro de los límites que quiere poner el corrupto sistema legal; aún así, no nos confundamos, los trabajos ilegales no son ninguna solución-.


Por último y más importante, la objeción laboral no deja de ser una parte esencial de una acción revolucionaria más amplia y que incluye todos los ámbitos de la vida en sociedad y su necesaria transformación. Así, fomentar el trabajo tradicional, menos industrial, sin jerarquías, dando prioridad al intercambio por servicios entre comunidades, es sin duda una forma de mejorar las condiciones laborales y no reducirlas a un complejo sistema burocrático. Las relaciones laborales al margen del sistema y de la urbanidad son esenciales y se encaminan hacia otra forma futura de vida en sociedad que nada tiene que ver con ésta.

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