17 de octubre de 2013

El apoyo mutuo frente a la lucha del más fuerte

Recuerdo que la primera vez que leí “El apoyo mutuo” de Kropotkin no capté la idea principal. De hecho, fue uno de esos libros que lees sin apenas interés por el hecho de leerlo en una  época bastante inmadura y caótica. Es por ello que esta clase de libros merecen una segunda relectura cuando tu vida ha dado un giro significativo. El libro en cuestión es un tratado que merece la atención de todos aquellos que tratan de comprender un poco más sobre la naturaleza humana, si bien, creo necesario añadir que quizás la teoría del apoyo mutuo no es tan trascendental cuando se aplica a los humanos como cuando se aplica a los animales, y es que desde este espacio hemos tratado de poner argumentos y explicar por qué esta especie se ha salido decididamente de la norma del equilibrio natural y aunque sigue siendo un animal más, lo es de una forma harto especial.


Pero empecemos desde el principio: como digo, la teoría del apoyo mutuo es aplicable, como bien dice Kropotkin, a todos los animales conocidos incluyendo los microorganismos y es, según demuestra con innumerables ejemplos, más importante en la evolución que la famosa lucha por la existencia teorizada por Darwin y profetizada por sus seguidores más fervientes (esto no negaba que la lucha por la existencia no se diera, sino que no era tan importante como al apoyo mutuo). No deja de ser sorprendente que más adelante el propio Darwin le diera también un valor significativo a la existencia de la cooperación entre los individuos. La cuestión es que la teoría de la lucha entre las especies por la supervivencia y el corolario supuesto de que los más aptos eran siempre los más fuertes fue la que gozó de más popularidad en el ámbito científico. Por desgracia y como asegura Kropotkin, esto era un trampolín para justificar la lucha del más fuerte en la especie humana -ya que después de Darwin quedó demostrado que el ser humano también era un animal-, es decir, la lucha de los fuertes frente a los débiles, del opresor frente al oprimido, de la clase poderosa contra la clase pobre, o lo que fue llamado darwinismo social.


Sin embargo, mucho antes de Darwin y Kropotkin, la teoría de la competitividad biológica humana fue formulada por Hobbes en su Leviatán, justificando la lucha del hombre por el hombre y la necesidad de establecer mediante el contrato social la intermediación de un ente poderoso -el estado- destinado a frenar los instintos naturales para el normal desarrollo de la vida en sociedad. Esta teoría, que no es más que un alegato de toda forma civilizada en contra del primitivismo, fue a su vez el primer paso para la aparición de los primeros estados modernos. No hace falta decir que Hobbes solo tuvo en cuenta la lucha perpetua del hombre por el hombre, obviando el apoyo mutuo que más tarde Kropotkin demuestra no solo para el hombre sino también para su ascendencia evolutiva, el resto de los animales.


Si según Kropotkin la teoría del apoyo mutuo es tan antigua como su opuesta y por tanto es tan aplicable a la naturaleza humana al igual que su opuesta o más, ¿cómo es que no gozó de tanta aceptación o mayor consideración que la teoría principal de Darwin? Uno de los principales motivos es básicamente cronológico: la teoría de Darwin fue formulada al menos treinta años antes que la de Kropotkin y por tanto llevaba una ventaja en su posterior desarrollo. La otra principal razón es que, si bien ambas teorías simplemente explicaban en el siglo XIX lo que llevaba operando en la historia durante miles de años, la teoría que justificaba la ley del fuerte sobre el débil en el ser humano les daba suficientes motivos a los poderosos para justificar filosóficamente que la vida es una lucha continua entre los individuos y que los más aptos siempre son los que mejor se adaptarán al medio. Dado que los darwinistas adoptaron erróneamente la teoría de Darwin al ser humano sin tener en cuenta los factores sociales resultó una bomba explosiva que afianzaba la competitividad tan en boga por la aparición del capitalismo y no solo eso, servía al mismo tiempo para lograr una pulimentación gradual de la ideología de la dominación del fuerte sobre el débil.


La explicación de esta teoría y su conclusión ideológica, tan afianzada hoy al mundo moderno, suponía la culminación perfecta para los planes de los poderosos; mientras, la teoría del apoyo mutuo era ignorada y olvidada por ser opuesta a los intereses del capitalismo y del industrialismo reinantes. Digamos que el apoyo mutuo, como bien argumenta Kropotkin, se da tanto más en los seres humanos cuanto más primarias, sociales, cercanas y sencillas son las sociedades y menos cuanto más complejas se vuelven éstas. A pesar de lo cuál, A Kropotkin le faltó profundizar esta relación esencial, ya que su alegato adolece, al igual que el darwinismo social, de no tener en cuenta los factores de socialización, tan significativos o más que el comportamiento biológico, ya sea este basado en la competitividad o en el apoyo mutuo.


Efectivamente, la socialización es la base de la maleabilidad humana, aquél ejercicio práctico que puede hacer encumbrar cualquier base biológica e incluso llevarla a extremos irracionales -como ocurrió con el nazismo- , y al mismo tiempo reprimirla al máximo poniendo en peligro toda forma de recuperación: este sería el ejemplo del apoyo mutuo, una condición humana natural que ha sufrido un proceso inversamente proporcional al desarrollo de la lucha por la existencia. Y no es para nada casualidad que mientras que en el reino animal el equilibrio se mantiene gracias precisamente al apoyo mutuo demostrado por Kropotkin, dicho equilibrio tiende al caos por culpa directa del excepcional desarrollo competitivo del ser humano, cuya consecuencia más manifiesta es la tendencia arrogante y prepotente a la dominación del medio, la base del antropocentrismo más abyecto.


Por lo tanto, si bien la gran obra del anarquista ruso es la justificación científica que demuestra que la naturaleza humana es abierta y diversa y ni mucho menos cerrada como han pretendido de hacernos creer los neodarwinistas, esta se torna insuficiente a la hora de explicar las causas de la represión social de una teoría en detrimento de la otra, algo que sí que hizo de forma más satisfactoria Rousseau previamente y los primitivistas modernos como Fredy Perlman o David Watson. Tales explicaciones que de forma radical -a la raíz- tratan de comprender el comportamiento humano teniendo en cuenta tanto los factores biológicos como los sociales, son esenciales para encontrar un diagnóstico de la situación. Quizás, Kropotkin, en su afán de demostrar el apoyo mutuo en todos los individuos de forma harto optimista, olvida, a medida que avanza en su obra de forma cronológica, la gran complejidad de la mente humana y su fácil tendencia a la corruptibilidad, llegando entre otras exageraciones a atribuir errónea y condescendientemente las relaciones comerciales capitalistas a otra especie de apoyo mutuo.


Habría que concluir pues que si bien el apoyo mutuo es el factor más significativo en el reino de los animales, al ser puramente instintivo, en el ser humano, el cuál se desvía por motivo de sus excepcionales cualidades para perfeccionar la vida en sociedad, tal instinto queda relegado gradualmente por culpa de la propia vida en sociedad y esto explicaría por qué aparecen y triunfan los sistemas de jerarquías, el poder religioso y militar en favor de las guerras, la degradación laboral mediante los regímenes esclavistas, la incapacidad histórica del ser humano a la moderación y su tendencia al hedonismo más extremo, su incapacidad de controlar el aumento demográfico o a desarrollar sus mayores virtudes morales.


Si Kropotkin pudiera ver cómo el industrialismo de hoy -todavía en ciernes en su época y que ya pudo vaticinar-, junto al urbanismo creciente y la hipertecnologización del mundo moderno han reprimido aún más la probada teoría del apoyo mutuo en el ser humano, quizás se desdijera en muchos de sus argumentos. Sus ejemplos de apoyo mutuo vinculados a las guildas medievales y las asociaciones obreras y humildes del XIX serían las últimas formas auténticas -aunque cada vez más aisladas y atacadas- de manifestaciones de cooperación y solidaridad entre las personas. Hoy en día, el urbanismo imperante y cada vez más absorbente entre las sociedades dependientes unas de otras y sobre todo el infantilismo tecnológico se encargan de ahogar cualquier intento de recuperar la verdadera esencia del apoyo mutuo.









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