Otro
de los fenómenos que ha creado la era civilizada es el trabajo como
fuerza motora del crecimiento. Previamente, no se puede afirmar que el
hombre trabajara en absoluto, ya que solamente invertía un tiempo de
ocupación en proveerse sus medios para la subsistencia (básicamente
recolectar frutos y raíces, recorrer kilómetros para cazar cuando era
imprescindible o pescar). Claro, en esta época las necesidades eran
solamente las primarias: comer, dormir, vestido para el frío y si acaso
un techo donde resguardarse, aunque esto último no era esencial. El
trabajo como se entiende hoy no existía para el hombre primitivo.
Además, y por lo general, el “trabajo” primitivo era autónomo, sin
intermediarios, sencillo, llevadero y puede que solo en ocasiones más
duro y peligroso.
La
llegada de la agricultura por presión demográfica revolucionó los
sistemas de obtención de subsistencias. Entre otras cosas trajo consigo
el inicio de unas relaciones más complejas, motivadas por un aumento
incesante de las necesidades básicas. El hecho de vivir de forma
sedentaria llevó a los humanos renovados a construir edificaciones, y
esto a su vez condujo a una mayor especialización, a partir de ahora ya
no se “trabajaría” para cubrir las necesidades propias básicas, sino
para cubrir las de otros, lo que sería el trabajo por cuenta ajena. Con
esto se empezaría a perder la autonomía del hombre recolector y al mismo
tiempo a incrementar su tiempo dedicado a la obtención de
subsistencias.
Como
ya no era necesario que todo el mundo se dedicara a la agricultura o la
ganadería, y ya que las técnicas exigían mayor especialización y
desplazamiento de las fuerzas de trabajo, obviamente esto determinó las
nuevas relaciones sociales encaminadas hacia un nuevo concepto del
trabajo. A medida que la historia avanza, los nuevos descubrimientos de
los metales proporcionarían al hombre neolítico la fuente principal de
elaboración de objetos y la mejora de las técnicas, y esto obviamente
contribuirá de forma cada vez más significativa en la creación de más y
más puestos diferentes de trabajo. Pero al mismo tiempo que el trabajo,
evoluciona el sistema de jerarquías, que no solo se aprovechará de la
propiedad de las tierras, sino de la capacidad de controlar la fuerza de
trabajo, lo que sería el preludio de la incipiente esclavitud.
No
será ya hasta la era industrial cuando las relaciones esclavistas se
suavizan pero ni mucho menos se finiquitan. Las nuevas relaciones entre
patrones y obreros del novedoso modo de vida urbano, que no son más que
la evolución de los antiguos sistemas de dependencia esclavistas, se
intensifican y agudizan drásticamente. Establecido ya el capitalismo y
el dinero como forma de intercambio universal, el trabajo asalariado se
convierte así en la nueva relación entre el patrón y el trabajador. Es
con la aparición de la fábrica cuando surge el trabajo industrial y con
este, nuevas formas de atadura de las personas al trabajo: horarios
laborales, disciplina laboral, jornada de ocho horas, turnos de
rotación, horas extra, así como las cadenas de montaje, el trabajo
sedentario y repetitivo, etc. Y las peores consecuencias, la de los
accidentes laborales provocados en gran medida por el elevado nivel de
estrés y presión al que son sometidos los trabajadores.
Intencionadamente, toda esta serie de nuevas incorporaciones crean una
absoluta dependencia del trabajador hacia su puesto de trabajo.
Pero
esta dependencia cada vez mayor de las personas hacia el trabajo raya
la obsesión, hasta tal punto que tener un trabajo se convierte en signo
de superioridad frente a los que no lo tienen, que gana mayor
importancia cuanto mejores sean las condiciones, más alto sea el salario
o la supuesta responsabilidad asignada a dicho trabajo, tal es el
ejemplo del estatus de un piloto aeronáutico, la autoridad de un
policía, la simpatía de un futbolista -si a esto se le puede llamar un
trabajo- o el respeto que se suele atribuir un juez. Por otra parte, el
sistema económico de crecimiento absurdo difunden la idea de que alguien
que está trabajando es productivo, mientras que quién está en el paro
es un inútil.
Si
la mecanización de la primera revolución industrial dispararía los
puestos de trabajo en las ciudades, después de unos años sería la
principal responsable de la sustitución de la fuerza de trabajo humana
por la fuerza de la máquina. Donde antes se precisaban un número x de
obreros para fabricar cualquier producto, la llegada de máquinas cada
vez más sofisticadas y más concretamente la automatización sin duda lo
harían más rápido. Lógicamente, impuesta por doquier la ley de la
competitividad propia del sistema económico, los patrones no lo
pensarían dos veces a la hora de suplir máquinas por trabajadores. Esto
provocó un aumento del paro inmediato, pero con el tiempo, el empleo
destruido en la industria sufrió un desplazamiento hacia nuevos sectores
incipientes como el de los servicios.
Pero
esto no era todo, pues dado que millones de trabajadores perdieron sus
puestos en las fábricas, y por tanto su capacidad de consumo, la
economía tuvo que “reinventarse” nuevos puestos de trabajo para evitar
su estancamiento, fundamentalmente provenientes del sector de los
servicios. Y es en este sector donde llega el gran advenimiento de
empleos basura. Así, mientras muchos trabajos que ya estaban inventados
antes de la gran revolución como el del médico o el maestro, otros eran
literalmente inventados, como el diseñador de moda, el publicista o el
de vendedor a domicilio o por teléfono, además de muchos más superfluos y
humillantes como el repartidor de propaganda o el elaborador de
encuestas. Pero hay que hacer énfasis en algo significativo: el trabajo
degradante no es más que la extensión resultante de un sistema
degradante.
Otro
de los problemas es que el desplazamiento de los trabajos de unos
sectores a otros, la reinvención indiscriminada de nuevos empleos y el
desempleo creciente contribuyen a hacer más desalentadora la dependencia
del trabajador, ya esté formado o no, que cada vez tiene menos
posibilidades de sopesar los grandes inconvenientes expuestos, ya que se
halla como se dice, entre la espada y la pared. Asimismo, tampoco tiene
la opción de ser selectivo a la hora de hacer valoraciones morales
sobre los tipos de trabajo; de hecho es el propio sistema el que siempre
ha fomentado el trabajo a cualquier precio. En realidad no solo existen
trabajos que degradan a las personas ni condiciones pésimas, sino que
existen trabajos de discutible carácter moral, como el militar, el
policía, los jueces, abogados, fiscales, el carcelero y como no, el
político, trabajos estos necesarios para el sistema actual, pero
superfluos en cualquier sociedad libre e igualitaria.
Asimismo,
todo trabajo que perpetúe la dominación del hombre sobre la faz de la
tierra son ante todo faltos de moral y como tales han de ser
cuestionados no solo por su adhesión al sistema, sino sobre todo porque
son el símbolo de la violencia más extrema y decadente, tales como la
industria de las armas o cualquier industria que explote humanos o
animales, además de todos los puestos intermediarios que sirven de una u
otra forma a estas industrias. Ante este panorama de estupidez e
insensatez que acabamos de exponer, el valiente y sincero ensayo de Bob
Black sobre abolir el trabajo no suena tan descabellado.
Para
el trabajo del futuro, independientemente de si son las tecnologías las
que suplirán por completo la mano de obra humana, un sueño que está
lejos de cumplirse y que habría que empezar a cuestionar seriamente,
cabría esperar una remodelación en todo su concepto, empezando con la
más que necesaria reducción de la jornada laboral, frustrada en multitud
de países por los intereses de las empresas, continuando con la mejora
de las condiciones, la eliminación progresiva de los trabajos superfluos
y degradantes, así como de los peligrosos y poco seguros y el
cuestionamiento de los trabajos que dañan la moral y que perjudican a
terceros. En definitiva, tender a trabajar menos para vivir mejor. Por
supuesto, todo esto no puede darse solo, sino que debería darse en un
contexto de transformación integral, que afecte a todos los aspectos
cruciales del devenir humano.
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