16 de septiembre de 2012

¿Ciencia económica o el juego de los absurdos?

Aunque muchas veces no sepamos su significado real, cada vez más escuchamos y leemos términos económicos tales como prima de riesgos, deuda pública, deuda privada, inflación, transacciones, mercados, intereses, acciones, capital, etc.etc. Un lenguaje económico abstracto y complejo que sirve a los intereses de la inventada teoría económica, con una base en la ciencia de las matemáticas y su reflejo en la vida real, el sistema capitalista. Evidentemente, no es nuestra intención ponernos a analizar todos y cada uno de estos términos, como tampoco hacer un esbozo de la economía en sí, algo que ocuparía un libro entero de gran extensión. Ni somos unos expertos en el tema, ni tenemos ganas de serlo. De hecho esta no es la cuestión de la reflexión que nos ocupa. Nuestra idea es hacer una pequeña aproximación a la de la esencia de la economía tradicional en relación con las necesidades humanas y la distribución de los recursos. Para ello, comenzaremos con una serie de preguntas sin respuesta.

¿Hasta qué punto se hizo necesario un sistema tan complejo como el actual? ¿Era esta la evolución lógica de todos los sistemas anteriores o representa una desviación de los mismos? ¿Se ideó de forma totalmente expontánea o fue el fruto de una clara intencionalidad? Para responder a todas y cada una de estas preguntas se requiere el estudio pormenorizado de los regímenes económicos del pasado, de las relaciones comerciales y de la importante cuestión de la aparición del dinero como forma de dar valor a los productos, los servicios prestados y el esfuerzo del trabajo. Quizás fue este el salto definitivo hacia la economía moderna, en tanto sistema que se fundamenta en el predominio de lo cuantitativo. El uso de los números y las cuentas se hizo esencial para toda relación comercial, y por ende, las matemáticas se hicieron imprescindibles para su entendimiento. De aquí podemos deducir su implantación como asignatura en las escuelas en forma de dogma, no solo obligatoria, sino de carácter primario, para su posterior aplicación en el mundo de los negocios.

Desde las primeras formas de intercambio de los bienes mediante el trueque, éstas fueron sufriendo cambios consecuentes con las nuevas relaciones comerciales, tales como el afán del hombre moderno de esa extraña necesidad de medirlo todo. Con todo, el crecimiento demográfico gradual y explosivo ha conducido a sistemas más complejos para administrar y repartir los recursos. Como todos los productos no eran iguales, se hizo “necesario” a su vez darles su propio valor numérico en función de una serie de factores como su uso práctico y el esfuerzo realizado en su elaboración. A esto es a lo que comúnmente llamamos dinero. Pero ésta aplicación aparentemente elemental lleva intrínseca nuevos problemas. Así, por razones de sentido común y sin entrar en los detalles en cuanto a su fabricación, una barra de pan no podía tener el mismo valor que un coche, ni éste el mismo que el de una casa. Evidentemente, el tiempo invertido en su fabricación, los materiales utilizados, y el uso práctico difieren de un modo obvio. De igual manera, al poner valor a los productos se hizo necesario a su vez ponerlo  al trabajo realizado en su fabricación mediante los salarios.

Uno de los primeros problemas que supuso la incursión progresiva del sistema de valores en los productos, además de promover aún más las desigualdades entre las personas, es su evidente falta de lógica. Al tasar los productos con un valor determinado nos encontramos con que la suma de todos los componentes ya analizados para construir una casa y el uso que se va a hacer de ella, disparan su valor hacia cantidades desorbitadas en comparación con otros más básicos, tanto que se hace imposible de pagar con la ganancia salarial de un mes ni de un año ni de diez. Es decir, una persona tendría que trabajar la mitad de su vida para pagarse una casa, pero, y mientras tanto ¿dónde viviría? Primera incongruencia, solucionada por alguna mente retorcida a la que se le ocurrió la ingeniosa idea del préstamo. Esto confirma que las soluciones basadas en lo cuantitativo hacen más complejo el sistema porque crean a su vez nuevos problemas que a su vez han de resolverse con más complejidades, que a su vez incrementan las desigualdades. Pero continuemos.

Solucionado el problema inicial de los valores más elevados -como el ejemplo de las casas al que nos hemos referido-, mediante el préstamo de elevadas sumas de dinero que supuestamente los primeros bancos tuvieron que inventarse y su posterior devolución fraccionada durante años para que todo el mundo pudiera pagar, nace la consiguiente necesidad de que para sacar beneficio había que imponer un recargo en cada cuota de devolución, esto es, el interés; lo que posteriormente se convertiría en la usura. Con otras palabras, los bancos, un nuevo concepto de trabajo inherente al sistema de tasación de valores, encargados de la administración del dinero, de su custodia para evitar los inevitables robos que pudieran devenir de tan nefasto sistema, y prestamistas de elevadas sumas de dinero para la adquisición de los productos más caros, se convierten así en los nuevos agentes del poder gracias a éste cúmulo de grandes ventajas. A la vez, y aún a sabiendas de resultar repetitivos, éstos constituyen una nueva fuente de desigualdades cada vez mayor.

Como era de suponer, aquí no acaba la cosa ni mucho menos. Inventado el sistema bancario de forma incuestionable como un mal menor, éste inevitablemente se hace cada vez más poderoso. Las cantidades de dinero se multiplican a la máxima potencia porque cada vez más personas introducen sus ganancias en los mismos. Los préstamos hipotecarios se convierten en el gran negocio de los bancos que conscientes de ello, suben los intereses a niveles irrisorios, pero éstos se quedan cortos y los nuevos préstamos se dirigen hacia los estados, corporaciones y multinacionales. Es en este nivel cuando se consolida la dictadura de los mercados, que gracias a la desregulación en las transacciones operan a sus anchas por todo el globo y marcan las directrices del ritmo de producción mundial. Es en este punto cuando podemos apreciar el círculo vicioso en el que ha caído un sistema letal impuesto por la fuerza: “producir para consumir, consumir para producir” y que constituirá su base ideológica.

A su vez, los estados empiezan a funcionar como grandes empresas de acumulación de capital mediante el sistema fiscal, necesario para la recaudación de impuestos que habría de servir supuestamente para “la inversión” en bienes para la comunidad, como educación, sistema de salud, pensiones, infraestructuras, transportes, etc., pero también para la fabricación de armas o la financiación de la Iglesia y de los nuevos métodos de control.

El imparable ascenso de la cantidad de ceros en los capitales financieros supone la culminación del sistema capitalista, por el cuál las grandes multinacionales, los bancos y los estados utilizan la deuda para arruinar sistemáticamente a los países con más recursos naturales, y a esto es a lo que eufemísticamente se ha llamado globalización, o en otras palabras, el gran crimen transnacional, por el que los capitales más elevados, al servicio de los grandes bancos, FMI y Banco Mundial, son culpables directos del empobrecimiento generalizado de los países “saqueados”. Además, éstos son sumidos en interminables guerras motivadas por el control de los recursos, la colonización y la perpetuidad del pago de la deuda externa, así como la inversión de nuevas plantas en países donde abunda mano de obra esclava y barata para multiplicar los beneficios, lo que constituye una artimaña intencionada para impedir que dichos países puedan salir alguna vez de la miseria. Este es el resultado de un sistema criminal basado en el sistema de valores. ¿Era ésta su lógica evolución? Parece que se tornaba inevitable desde que se consolidó la “brillante” idea de tasar los bienes mediante valores matemáticos.

Mientras, en los países responsables de la creación y promoción del sistema monetario, se inventan fatídicos conceptos económicos, que son triviales formas de “jugar” a las finanzas, tales como la llamada bolsa de valores, otro crimen mundial que refuerza el infantilismo de los apologistas del sistema monetario y que básicamente consiste en el absurdo intercambio de abstracciones numéricas entre individuos fanatizados, pero que por desgracia son finalmente los que deciden el hundimiento de un país y con él, la condena de millones de individuos en favor del enriquecimiento de otros. No nos engañemos, la bolsa de valores jamás fue necesaria para la vida de las personas, pues no era otra cosa que un invento más para afianzar la economía como ciencia, para pulirla y perfeccionarla, pero ante todo dogmatizarla. Su extremada complejidad, solo comprendida por los más devotos fervientes de su esencia, nos debería alertar de lo que está en juego.

Desmontar el mito de la economía moderna es la misión y eso implica la no aceptación de las abstracciones terminológicas como las que hablábamos más arriba que recordemos que han sido impuestas de forma parcial e interesada. La economía debe ser algo mucho más sencillo y práctico que todo un conjunto de conceptos entendibles solo por unos cuantos y que en realidad solo tienen un significado cuantitativo, con la única finalidad de la búsqueda de beneficio, la acumulación material y la obtención de status. Si de verdad se desea construir un mundo libre y equitativo se hace necesario redifinir por entero la economía, la cuál solo ha de ser lo que tradicionalmente ha significado, esto es, la administración cualitativa de los recursos, de su reparto y distribución igualitaria. Si no es así, entonces estaremos siempre expuestos al gran crimen de la ciencia económica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario