22 de julio de 2012

La farsa del progreso

El progreso es una de las muchas ideas que ha sido impuesta y dogmatizada por el sistema, tanto que poca gente se atrevería hoy en día a hablar en contra del mismo. Dicen que sin el progreso no estaríamos donde estamos, sino en la época de las cavernas. Pero, ¿dónde estamos realmente? ¿Cuál es el resultado del llamado progreso? ¿Guerras? ¿Hambre? ¿Miseria? ¿Crisis ecológica? Porque puestos a comparar, hagámoslo con aquellos humanos ajenos a toda idea de progreso, aquellos que viven en tribus en tierras de África o América y que viven una vida íntegramente distinta. Ninguno de los males que afligen a la sociedad del progreso se encuentra en éstas sociedades. ¿Cuál es entonces el sentido del progreso? Simplemente el que se le quiera dar.

El sentido que se le ha dado al progreso sobre todo desde la época de la revolución industrial ha sido y es estrictamente económico, científico y técnico. En detrimento el progreso ético y social se han perdido por el camino. Las consecuencias son las que nos quedan ahora, algunas ya mencionadas, otras más ocultas que tienen relación con el control de la conciencia humana, y que -pendientes de un estudio más exhaustivo- parecen vaticinar un futuro oscuro o cuando menos incierto. Por otra parte, la idea actual del progreso tiene un carácter totalitario, pues no permite nunca su cuestionamiento, afirmando que cualquier forma de recesión es mala, y por si esto no fuera suficiente, ésta idea es encumbrada como si fuera la meta final de la civilización.

El progreso económico se ha centrado básicamente en la idea de la acumulación. En relación con la explosión demográfica, cada vez se hizo más necesario producir más bienes de todo tipo y a la vez más deprisa para cubrir las necesidades de cada vez más personas en el globo. Es decir, la preocupación principal era la cantidad sin tener en cuenta la calidad. Aparte de las necesidades elementales que toda persona necesita, se fueron inventando nuevos productos cada vez más sofisticados y así, se hizo necesaria una forma de crear un valor abstracto y numérico a cada producto que debía de ser intercambiado entre los individuos. Surge el dinero y los encargados de administrarlo, los bancos. A la vez, se crean los salarios como una forma de dar valor al trabajo realizado. Los privilegios ya establecidos de antaño son heredados por los nuevos burgueses, llamados liberales y los primeros economistas como Adam Smith teorizan en favor de los intereses de los estados de administrar los bienes y las primeras empresas, que luego llegarían a ser corporaciones, creando la ley de la oferta y de la demanda y estableciendo las bases del llamado sistema capitalista actual. En resumen, y objetivamente hablando, el progreso económico está basado en la ley de la explotación del hombre por el hombre sin posibilidad de igualdad y cohesión social alguna, justificando la práctica eterna del privilegio y condenando a más de la mitad de la humanidad a la ignorancia, la miseria y el hambre.

La tecnología se entiende como un conjunto de mecanismos orientados a hacernos la vida más cómoda -o más compleja, según se mire-. Una vez cubiertas las necesidades biológicas del hombre, que básicamente se pueden resumir en la del alimento, el vestido y el cobijo, la era de la civilización se caracteriza entre otras cosas por la continua invención de nuevas técnicas y productos para cubrir las nuevas supuestas necesidades. Faltaría dilucidar si estos productos responden a nuevas necesidades o si son las necesidades la que aparecen con la invención de los productos. Pero dejando al margen los orígenes, en la actualidad el progreso tecnológico ha evolucionado desde el uso de la herramienta hasta el gran salto hacia la máquina, en lo que nos ha deparado el bombardeo continuo de nuevos inventos en forma de millones de artilugios que crean nuevas necesidades, fomentando por doquier una sociedad basada en la dependencia de la técnica y el materialismo extremo. La paradoja de la tecnología es su tendencia irrevocable a fabricar cosas cada vez más complejas en vez de simplificarnos la existencia, facilitando así la labor de tecnócratas y tecnófilos y relegando a los críticos a un segundo plano. Así, la tecnología es dirigida mayoritaria e intencionadamente al ámbito del entretenimiento para irrumpir en la sociedad de masas creando en el consumidor tentaciones imposibles de evitar y una desmesurada devoción sin parangón alguno en la historia.

El progreso científico pretende erigirse como la culminación de todos los progresos humanos. A pesar de que en la actualidad la ciencia debe superar todavía obstáculos como el del antiguo conflicto que aún mantiene con la religión y pese a las reticencias de algunos políticos de dar rienda suelta a las investigaciones científicas en sus respectivos países, éste se prevee -junto con la tecnología ya consagrada- como la nueva fe de la humanidad. La ciencia nace como una forma de satisfacer las infinitas curiosidades del hombre en el mundo físico cuando aún ni siquiera ha comenzado a controlar su mundo espiritual. Así, este surgir está viciado desde el principio en todo su conjunto, desestimando los principios éticos -por ejemplo, aún no ha superado la ya desarticulada  justificación de la experimentación en animales-, en un alarde de ambición y egoísmo que olvida sistemáticamente la tragedia que aflige a más de la mitad de la humanidad  y a otros millones de seres de otras especies. En este sentido la ciencia es parcial y excluyente, operando siempre al servicio del beneficio estatal y corporativo, y obviando el beneficio colectivo.

Podemos tener la certeza de que la idea del progreso ha sido apropiada y desmenuzada por el sistema en su afán de difundirlo según su propio interés, dotándolo además del más puro dogmatismo, y obviando cualquier alternativa que contribuya a cambiar su dirección. Lejos de aquella idea que nos vendieron con la llegada de la era industrial hace siglo y medio de que la industria y la técnica resolverían todos nuestros problemas, éstas no han hecho más que multiplicarlos a la máxima potencia. Cuando predijeron que acabarían con la mayor parte del sufrimiento humano, éste no ha hecho otra cosa que extenderse por todo el mundo como si fuera una pandemia. Entrado ya el siglo XXI la actual idea del progreso es la mayor estafa creada por el sistema social.

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