22 de julio de 2012

La crisis de valores

Debido en gran parte a la educación que hemos recibido, y en parte a los aspectos culturales, desde que nacemos y hasta que nos hacemos adultos somos educados y orientados dentro de una escala de valores. En cada cultura, la escala de valores va en relación directa con los factores sociales, económicos, políticos, filosóficos, culturales, etc. de la época, y que son los que precisamente marcan qué valores predominan en esa escala y cuáles son los que se les da menor importancia. El sistema económico actual es un sistema basado en la competición, la desconfianza y la desigualdad de oportunidades, entre otros muchos; éstos, suelen ir en contraposición a valores como la generosidad, el respeto o el altruismo. Estando como está de extendido a nivel mundial, este sistema fomenta primordialmente la ideología coloquialmente difundida del “sálvese quién pueda”. Resulta paradójico que el sistema capitalista de la sociedad actual, que se supone a sí misma evolucionada de otras sociedades pasadas, tenga en un altar la idea de la supervivencia, en la que el más apto es el que más oportunidades tiene; la misma idea que prevalecía en los hombres prehistóricos e incluso en las especies animales. Si para esto nos ha servido el privilegio de la inteligencia, no podemos decir mucho en su favor. Efectivamente, hay cosas en las que no hemos cambiado mucho.

Pero, ¿de verdad estamos ante una crisis de valores? Sin duda. Antes que nada, quisiera aclarar que no entiendo la crisis de valores como una pérdida de los valores universales, sino que más bien representa una distorsión de los mismos, algo que se me antoja mucho más peligroso. A día de hoy, en las diversas culturas que existen, e independientemente de las diferencias sociales, económicas o religiosas, se puede percibir una aparente y generalizada actitud de respeto hacia los valores universales, tales como la libertad, la igualdad o la justicia. Sin embargo, cuando hablo de distorsión de los valores me estoy refiriendo a la idea errónea que se le está aplicando a estos valores como conceptos.

El primer ejemplo que voy a tratar es el de la libertad. Si definimos la libertad como el derecho que posee cualquier ser humano de decidir, actuar o comportarse de acuerdo a su voluntad, no podemos decir que el acto de elegir qué teléfono móvil necesita alguien o qué coche le gusta más sea un acto libre, porque la voluntad que supuestamente lo ha llevado a esa elección está condicionada por diferentes factores externos que alteran su conducta hacia cualquier acto determinado. El valor inicial de la libertad se nos presenta aquí claramente modificado. La cuestión estaría en tratar de dilucidar qué consecuencias tiene esto en el mundo real. Si este nuevo valor se extiende como la pólvora, y así lo ha hecho, se corre el riesgo de que todas nuestras decisiones estén marcadas por fenómenos como los condicionantes, la autoridad impuesta o las diversas técnicas de persuasión. En consecuencia, la voluntad que en principio nos conduce a decidir sobre los actos libres, es limitada e incluso anulada en la mayoría de los casos. Lo que entendemos por libertad ya no es libertad sino una forma muy sutil de condicionamiento de la mente, hasta el punto de que el sujeto no es capaz de percibirla.

El valor de la ética está sufriendo otro nivel de distorsión de nefastas consecuencias. El principal problema al que se enfrenta hoy en día la ética es que está siendo reestructurada en toda su definición. El actual sistema de rapiña que nos ha tocado vivir condiciona de alguna forma los juicios morales que trata de establecer la disciplina de la ética. Ya no es importante si algo es bueno o malo, sino si da beneficio o si no lo da; si sirve para o algo o no sirve. Es decir, se da más importancia al sentido material de las cosas que al espiritual. Y se actúa en función de esto. El mayor peligro que conlleva este tipo de distorsión es que los juicios morales verdaderos, aquéllos como el que dice “no hagas a nadie lo que no quisieras que te hicieran a ti”, tienden a ser relegados hacia formas banales de consideración, entre otras cosas porque la forma de vida fomenta continuamente y a todos los niveles, actitudes contrarias. Objetivamente, en la práctica, la ética ha perdido casi todo su valor. Si nos dedicáramos a analizar uno a uno los actos que suponen el beneficio de unos por la pérdida de otros, probablemente no acabaríamos nunca. Mientras que en un país se dé más importancia a la bajada o subida de los índices de interés que la situación dramática de hambre que sufren otros, la ética seguirá siendo un valor muerto.

Por último, nos vamos a referir al valor de la igualdad, concretamente a la igualdad de oportunidades. En un plano muy similar al de la ética, la igualdad ha sido secuestrada por los regímenes socio-económicos. Si nos remontamos en la historia lo suficiente, nos encontramos con la aparición de conceptos como el de los sistemas de jerarquía o la idea de propiedad. En el momento en que estos conceptos empiezan a aparecer, la igualdad de oportunidades se resiente y entra en declive. El sistema de jerarquía justifica la idea que atribuye al poder del fuerte sobre el débil, y se nutre de él indefinidamente. Con el tiempo, esta relación crea los privilegios y las clases sociales. Las diferencias entre ricos y pobres son cada vez más grandes. El concepto de la propiedad incrementa el poder del que la hizo suya por la fuerza, y su vez, el incremento de poder hace que las propiedades aumenten. Además, jerarquía y propiedad tienen la característica esencial de que son heredables entre generaciones, con lo que se garantiza la perpetuidad. La relación que adquieren estos dos conceptos es más que evidente y son los causantes directos de las desigualdades sociales y económicas, tanto que no será posible hablar de igualdad entre seres humanos mientras existan estos conceptos tan antiguos. En un plano similar está el valor de la justicia, que se ha visto relegada al plano jurídico, y cuyo principal objetivo es la que se destine a defender las propiedades de los más pudientes. En este contexto, la justicia se vuelve parcial y paradójicamente injusta. Las leyes son redactadas por los más poderosos de forma parcial e interesada y no tiene en cuenta su valor universal, el que reclama justicia por igual para todos los seres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario