1 de junio de 2014

De vueltas con el fútbol (1ª parte). Una forma moderna de religión

En una de las primeras entradas que publicaba en este blog hacía una breve introducción de   por qué se puede hablar con todo rigor de que el fútbol es el “nuevo opio del pueblo”. Dos años después he comprobado que de todas las entradas que he publicado, ésta ha sido la más visitada con casi mil visitas y numerosos comentarios, de los que la muchos de ellos estaban en claro desacuerdo. Es por este hecho por lo que he creído oportuno volver a sacar el tema con el objetivo de demostrar por qué se puede hablar una vez más y con más argumentos si cabe de que el fútbol es hoy en día el opio del pueblo o lo que es casi lo mismo, una nueva forma de religión.

¿Y por qué se puede equiparar esta frase a la formulada por Carlos Marx allá por el siglo XIX refiriéndose a la religión? Sencillamente porque el fútbol crea los mismos efectos que la ésta, además de otros. El fútbol, al igual que la religión, tiene millones de adeptos que adoran con cánticos y gritos a sus equipos, tiene millones de fanáticos que adoran con la máxima pasión a dichos equipos, y que humillan y desprecian a quienes no piensen como ellos.

Al igual que la religión tiene sus dioses, el fútbol también, aunque eso sí, de carne y hueso: los jugadores, que son tomados como ídolos, modelos a imitar desde la infancia. Al igual que la religión tiene curas y obispos, el fútbol tiene emisarios, representantes que se dedican a formular toda una serie de teorizaciones que justifiquen al populacho la necesidad que tienen de fútbol y al igual que lo hacía la aristocracia más opulenta de la edad dorada de la iglesia católica, por citar un ejemplo de religión, estos emisarios se llenan los bolsillos a costa de los socios y de toda la publicidad que rodea al fútbol, que no es poca.

El fútbol, al igual que las religiones tienen las iglesias, las mezquitas o demás centros de culto, tiene también lugares inmensos donde reunir a los adeptos y fanáticos, los estadios de fútbol, las ciudades deportivas, salas de socios y medios de comunicación, y aunque en principio no sean para eso, multitud de bares se han creado para reunir a los adeptos durante los partidos, ofreciendo televisores gigantes en donde se pueden ver los partidos y donde los adeptos pueden desahogarse tranquilamente.

Al igual que casi todas las religiones tienen sus celebraciones periódicas como días de culto especial en donde millones de fieles exaltaban y exaltan a seres fantásticos como la Virgen o reales como el Papa, el fútbol celebra asimismo cada cuatro años como mínimo los mundiales en los que se enfrentan los países de todo el mundo y que también sirve como una forma de exaltación de la patria, además de otras celebraciones continentales entre clubes de diferentes países en los que se exaltan a los propios clubes o jugadores y en donde el conjunto de símbolos es exhibido como signo de culto. Si bien es cierto que el fútbol es una celebración cuya esencia es la competición entre diferentes equipos, la esencia de la religión es otra cosa muy distinta. Pero aquí lo que estamos analizando son los efectos que comparten como fenómenos de masas dirigidos y controlados.

El último ejemplo de semejanza es de tipo social: la religión desacreditaba y señalaba a aquel que osara rebelarse contra ella y en los casos más extremos, que eran muchos, acusaban de herejes a quienes se rebelaran, los torturaban o los quemaban en la hoguera. Ciertamente en la edad moderna la nueva forma de religión del fútbol no quema a las personas en ninguna hoguera pero los fanáticos desprecian y humillan a quienes se deciden valientemente a criticar con razones la lacra del fútbol. Y para demostrar esto, me remitiré a dos de los comentarios más rabiosos que me llegaron tras el artículo “fútbol: el nuevo opio del pueblo” y que define muy bien a dónde quiero llegar. No deja de ser casual que cuando haces críticas al gobierno o a los bancos o incluso a otro fenómeno de culto moderno como es el progreso o la tecnología pocos o nadie te responde o bien porque están de acuerdo o porque no les importa tanto, pero cuando pones al mismo nivel la religión del fútbol son numerosas las voces que salen en su defensa, eso sí, solo mediante insultos, acusaciones hacia la persona que critica, sin argumentos, sacando de dentro la rabia y el fanatismo, lanzando pobres palabras necias inconscientes de que el fútbol no es más que un obstáculo hacia la transformación social. 

Caer en la demagogia es extremadamente fácil, pero aún así es no excusa si quieres manifestar una opinión mediante argumentos. Hablas como si de no haber forofismo y fanatismo futbolístico las desigualdades sociales, las hambrunas, las guerras y todo tipo de lacras que campan en este planeta cobrarían importancia capital en la sociedad. La culpa de esto no es el fútbol, es del ser humano y su sociedad, que no tomará en importancia algo que no le afecte directamente, y menos si es a miles de kilómetros. El fútbol no es más que una afición exagerada que posiblemente sea más tomada en cuenta de lo que se debe, pero culparle a él del aborregamiento social no es correcto.

Palabras sin sentido y pobres que demuestran no haber entendido nada de lo que se quería expresar en el artículo. Y aunque al primero ya respondí en su momento, vuelvo a aclararlo ahora: nadie culpa al fútbol de los males de la sociedad, porque el fútbol ya es un mal en sí mismo: como he dicho antes, el fútbol impide la transformación de la sociedad porque tiene la capacidad omnipotente de absorber a las masas, de sumirlas en el fanatismo y la ignorancia, de desviar lo trascendental que representa el respeto por la naturaleza y las formas de vida, de no darnos cuenta del desastre del progreso y de la arrogancia humana. Para corregir la frase final del comentario, habría que decir lo siguiente: el fútbol, mal que les pese a los adeptos, contribuye directamente al aborregamiento social.


El texto es demagogia pura y dura.

Igual se puede hablar de los adeptos intelectuales, cada vez más numerosos, que abogan por borrar de la especie humana cualquier atisbo de su esencia, de su naturaleza.

Alguno debería existir sin cuerpo ni alma, su existencia impresa en un circuito o chip que lo hiciera eterno, seguro que sería más feliz que entre tanto "animal y borrego" como nos llaman estos "seres superiores al resto".


El siguiente comentario demuestra una mayor dosis de rabia que el anterior. Las primeras palabras son una copia: aludir a la demagogia es un patético recurso utilizado cuando nada se tiene que decir. Pero la cosa tiene su miga: en este comentario se trata inútilmente de darle la vuelta a la tortilla, diciendo que los “adeptos intelectuales” pretenden borrar la naturaleza humana, pero no aclara a qué se refiere con esto. ¿Cuál es la naturaleza humana? ¿Acaso está sugiriendo que el fútbol forma parte de dicha naturaleza? En el siguiente párrafo, tan escueto como absurdo, es en donde viene la acusación -sin argumentos, claro está- recurriendo al sarcasmo: es la ignorancia la que lleva a sentirse ofendido cuando se hacen críticas comparativas. Si el fútbol es una forma de aborregar a las masas es porque lo es, pero bien dignas que son las ovejas que siguen a un indigno pastor que las amansó, lo mismo se puede decir de los engañados futboleros que no hacen más que seguir a quienes los dirigen en su beneficio, los gobiernos y las empresas de los que, para más inri, luego se quejan. La diferencia es que las pobres ovejas jamás alzarán su voz contra la opresión a las que son sometidas, pero los humanos encima patalean y defienden a quienes los oprimen. El colmo de todos los colmos.

Al margen de estos comentarios que bien podrían generalizarse, citaré como ejemplo dos de las defensas más lamentables que se escuchan por parte de los adeptos. La primera es aquella que dice que “el fútbol une a las personas” (se sobreentiende “une en la amistad”) y que no deja de ser una gran mentira. Esto bien merece una nueva aclaración: entendiendo que el que ha difundido esta majadería no especifica nunca dónde se unen las personas, iremos desgranándola por partes:

Si se afirma que se hacen amigos en los estadios, resulta del todo imposible que miles de personas desconocidas puedan hacer amigos en un lugar en donde solo se va a gritar y despotricar.

Si se afirma que se hacen amigos en las casas en donde se queda para ver los partidos, normalmente con quienes se quedan en estos lugares íntimos es con amigos previos o con familiares, luego no se suelen hacer nuevos amigos.

Si se afirma que se hacen amigos en los bares, hay que reconocer que quizás sea este el lugar más propicio para ello, y posiblemente se harán, pero en el fondo no dejarán de ser casos puntuales y anecdóticos.

Por tanto, podríamos concluir que el fútbol como mucho podrá unir en el fanatismo y en el borreguismo, pero no en una verdadera relación de amistad. Y si hay casos que de verdad se dan, habríamos dado un paso atrás ya que precisamente es lo que quieren los directores de orquesta, que la gente se una por cosas tan nimias como el fútbol y para el fútbol. Esto demuestra quién es el autor de la difusión de esta dichosa frase. A buen entendedor...

Aludir a este recurso tan pobre para defender lo “bueno y maravilloso” que es el fútbol es obviar la realidad, recurrir a lo inrecurrible y encima mentir con alevosía.

La siguiente defensa es mucho más sutil, pero igual de lamentable: se ha difundido la idea de que a quienes no les gusta el fútbol es porque no lo entienden, como queriendo decir que este deporte es una ciencia o un arte, solo apto para quienes se apasionan con él. En primer lugar,  la práctica del fútbol no es más básica y sencilla que cualquier otro deporte de equipo o de pelota y cualquiera puede entenderlo si se lo propone. Pero en segundo lugar, este recurso solo demuestra la arrogancia de quienes lo utilizan porque sirve para darle más importancia de la que realmente tiene, con la intención añadida de despejar cualquier duda al respecto, puesto que no entender de algo no tiene por qué equivaler a no gustarte ese algo. De hecho, a la mayoría de las personas que no les interesa el fútbol no tienen necesidad alguna de entenderlo, ni quieren. Mucho menos a quienes analizan con rigor lo que de verdad representa. En el fútbol, el juego es lo trivial, el poder que ejerce en las personas es lo sustancial. O como dijo Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.




 

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