12 de abril de 2013

Contrastes

Una mañana cualquiera en las calles de Hong Kong. Millones de personas acuden raudas a su puesto de trabajo, en coche o en metro, en taxi o en bus, incluso en avión. La máquina humana se pone en marcha un día más en uno de los países más “ricos y prósperos” del planeta. Mientras, a la misma hora, una familia entera es bombardeada en Siria por los tanques y todos sus miembros quedan mutilados o muertos bajo los escombros. Otros miles han perecido ya por motivos triviales y necios.

Otra mañana en un despacho de Madrid: dos grandes empresas de la construcción firman un contrato millonario que supuestamente creará miles de empleos estables y seguros. Mientras, un hombre casado y con hijos cae de unas obras y muere por una negligencia del empresario que por ahorrarse dinero, no puso las medidas necesarias para su seguridad.

Una mañana en los juzgados de Valencia. Un político con un cargo importante, acusado de corrupción, es absuelto por falta de pruebas o porque el dinero le ha salvado. Mientras, una mujer sin apenas recursos es encarcelada, torturada, vejada y humillada solo por querer llegar a ser libre.

Sábado por la mañana en Nueva York, miles de personas pasean por sus grandes avenidas, por Central Park, otras tantas aprovechan para patinar, montar en bici o quedar para hartarse de hamburguesas producidas por métodos violentos y crueles. Mientras, en el mismo país y a no muchos kilómetros, un joven de unos veinte años es conducido ante una camilla contra su voluntad para provocarle la muerte por inyección letal por un error que ha cometido, producto de la pobreza y la ignorancia que ha fomentado durante años un estado corrupto.

Domingo por la tarde en Berlín, varios jóvenes juegan con sus móviles última generación, otros tantos mensajean en FB cualquier chorrada que se les pase por la cabeza, otros quedan para echar horas y horas de videoconsola; la misma tarde, otros adultos quedan para hacer barbacoa con músculos de animales asesinados en contra de su voluntad. Mientras, en un país africano, miles de niños son obligados a picar en las minas desde los cinco años, provocándoles a muchos la muerte, mientras su familia es asesinada por las mafias del coltán, imprescindible para fabricar los móviles, los ordenadores y las videoconsolas de las que se benefician los primeros.

Miércoles por la noche en un lugar de Reino Unido: miles de aficionados al fútbol, un deporte de masas que mueve miles de millones de euros al año, se dejan la garganta gritando e insultando como posesos o como niños de cinco años, mostrando la estupidez humana en toda su dimensión. Mientras, a la misma hora en un lugar no muy alejado, cientos de cerdos son hacinados, obligados a saciarse comiendo y transportados hacia el matadero para dar de comer a miles de humanos, como los aficionados al fútbol.

Una mañana cualquiera en un banco cualquiera de Madrid. Un empleado le ríe a otro una gracia al mismo tiempo que notifica una orden de desahucio a una familia sin apenas recursos por no poder pagar la hipoteca. Mientras, esa misma mañana, en otro lugar no muy lejano de allí, un hombre, desesperado por el inminente desalojo de su casa se arroja desde un octavo piso muriendo en el acto ante el pavor de cientos de personas que pasean rutinariamente.

Estos son solo unos cuantos ejemplos de la marcha de un mundo impuesto y controlado por los humanos; una especie altamente presuntuosa que se cree el centro de todo; un mundo en el que para que unos pocos puedan tener una vida colmada de placeres, otros muchos son condenados a una vida de miseria y sufrimiento. Ante esto, solo me queda preguntar ¿de verdad era necesario?

Poco más que añadir.

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