13 de agosto de 2012

Holocausto animal

Hablarle hoy en día a cualquier ciudadano del mundo occidental sobre el holocausto animal es algo que no suele provocar ningún tipo de reacción alguna, salvo de indiferencia o negación. El motivo es claramente que somos, o más bien, nos hemos convertido en una especie tremendamente arrogante. El concepto antropocentrista impera hoy día como otro antivalor más de los muchos que nos ha legado la civilización, especialmente motivado por el invento de la domesticación, que si bien este concepto se puede aplicar a cualquier forma de dominación del fuerte sobre el débil, es comúnmente más usado para designar a la que ejerce el hombre sobre el animal. Son varios los factores que podrían explicar el hecho de la domesticación, como el cambio climático, la vida sedentaria o la paralela invención de la agricultura. Pero nuevamente los orígenes de la domesticación son ahora irrelevantes para el objeto al que me propongo llegar con ésta reflexión.


Es quizás con la llegada de la era industrial cuando la ganadería se extiende de tal manera por todo el mundo que es en este momento cuando podemos hablar de holocausto con absoluto rigor. Los animales a partir de entonces son tratados como meros recursos, unidades dentro de la cadena de producción, una forma de materia prima imprescindible al igual que la madera, el hierro, o el petróleo, que tiene la relativa ventaja de ser inagotable por su perpetuo control de reproducción de los animales al ser éstos seres orgánicos. Y es precisamente esta condición la que suscita la duda moral del uso de esta “materia prima”. Efectivamente, un animal no es una piedra, ni una vara de hierro, ni un trozo de papel, ni un coche, ni una casa. Un animal es un ser vivo, al igual que el ser humano y su valor es objetivamente el mismo. Sin recurrir a la ciencia -que ya ha probado el grado sintiente de los animales por su complejo sistema nervioso, además del hecho de la evolución biológica-, captar este valor es una cuestión de simple sentido común. Cuando uno observa a un animal cualquiera puede comprobar por sí mismo cuán parecido guarda todo su ser en conjunto, en comparación al nuestro: el sentido del movimiento, la búsqueda del alimento, la necesidad de reproducirse, el disfrute del placer, la huida ante el dolor, etc. ; actos que los humanos los hemos heredado inequívocamente de los animales y que deben ser suficientes a la hora de juzgar las razones que nos han llevado a tratarlos como los tratamos.


En nuestras relaciones con los animales, la discriminación del ser humano por el animal se denomina especismo, que al igual que el racismo, el sexismo o la homofobia son formas diferentes pero iguales de discriminación injustificada. Todas las formas de opresión por prejuicios discriminatorios suelen tener raíces culturales muy antiguas, y éstos suelen aparecer por el sentido erróneo y desmedido que se le da a la diferencia y a la superioridad. La interpretación básica que históricamente se suele aplicar a las diversas formas de opresión por discriminación es la que argumenta: “al ser yo más fuerte que tú, tengo derecho a explotarte”; que en realidad no es derecho, sino poder. Afortunadamente, a lo largo de la historia, los movimientos de liberación, después de largas y cruentas luchas se dieron cuenta de que no por ser de otro color o por ser del sexo contrario debían ser menos que el resto. Su lucha por la liberación estaba totalmente justificada y el tiempo les daría la razón. Superadas aunque no del todo las opresiones raciales y por razón de sexo, la lucha por especie también reclama su momento. Es evidente que existen grandes diferencias que harán de ésta una lucha mucho más larga y sufrida, empezando porque los propios interesados, que son los animales, no tienen voz para poder expresar sus ansias de libertad, aunque sí tienen formas de expresar su dolor, un dolor que la mayor parte de las veces es ahogado en las entrañas del egoísmo humano. Por ello, los animales necesitan representantes humanos que clamen por sus derechos, y que básicamente se resumen en el derecho a volver a recuperar la libertad que les hemos arrebatado.


El movimiento de liberación animal, tan joven como inexperto, tiene un mensaje fundamental que llevar a la sociedad: no se pide que se hagan cosas por los animales, sino que se dejen de hacer. ¿A qué nos referimos con esto? La mejor ayuda que puede prestar cualquier persona al movimiento y en consecuencia a los propios animales es que simplemente deje de usarlos,ya sea en casa, en tu compra diaria, o en tu forma de divertirte. Mucha gente piensa que cuando se le pide que haga algo por los animales se le está pidiendo que invierta parte de su tiempo en algo que muchas veces no les es prioritario. Pero en realidad, con un mínimo de empatía, un poco de información y ganas de poner a prueba la fuerza de voluntad de cada uno, se puede ayudar. Si muchas personas decidieran dejar de usar animales en su vida diaria, sino del todo, en gran parte, las cifras de animales muertos para beneficio humano empezarían a reducirse y la liberación animal estaría cada vez más próxima en el tiempo. Las opciones de mejorar la condición de los animales son múltiples y variadas. El paso hacia una vida vegetariana en la alimentación es uno de ellos, dentro de sus numerosas variantes. Pero sin duda la opción más completa y más justa es la del veganismo, un concepto que engloba todos los ámbitos de la explotación animal y que básicamente se resume en el no uso de ningún animal en ninguno de nuestros hábitos de vida. Erróneamente a lo que se cree, hay muchas alternativas válidas para sustituir el uso de los animales y a medida que el número de personas que estén dispuestas a cambiar sus hábitos aumente, éstas serán más y mejores. Vencer nuestra enorme arrogancia y egoísmo es una de las claves que se necesitan para poder contribuir a la necesaria y urgente liberación de los animales.



Uno de los mayores problemas que arrastra el ser humano, sino el mayor, es la negación a juzgarse a sí mismo. Cualquier acto de dominación por medio de la violencia -física o psíquica-, del fuerte sobre el débil es un acto inmoral sean cuales sean las razones que intenten justificarlo y el holocausto animal es el mayor crimen perpetrado por el ser humano, inmensamente mayor que cualquier otro genocidio en la historia. Las cifras de animales asesinados en todo el mundo se cuentan ya por miles de millones anuales entre animales usados para comida, vestimenta, fines médicos o científicos, deporte o espectáculos. Cifras que ascienden a billones con b si incluimos los peces capturados en mares y océanos. Las condiciones de esclavitud extrema que tienen que padecer gran parte de estos miles de millones de animales son otro de los añadidos que hacen más dramática si cabe la situación a la que los hemos condenado sin ningún tipo de consideración. Podremos argumentar como consumidores que desde que nacemos hemos sido educados en la cultura del uso de animales, pero esto nunca justificará nuestros actos, tan solo los explica, y no nos hace menos culpables que el ganadero que esclaviza al animal ni el matarife que da el puntillazo final por nosotros. El hecho de que algo se pueda explicar no quiere decir que se pueda siempre justificar, y todos y cada uno de nosotros, por el hecho tan solo de pagar de nuestro bolsillo para que otros ejecuten el trabajo sucio, contribuimos en mayor o menor grado a la perpetuación del holocausto, el mayor asesinato masivo de seres vivos de todos los tiempos.

2 comentarios:

  1. " Un animal es un ser vivo, al igual que el ser humano y su valor es objetivamente el mismo."

    Las flores, los cigotos y las bacterias también son seres vivos, pero no es tener vida lo que hace que los animales con sistema nervioso seamos objeto de consideración moral, sino nuestra capacidad para sentir y percibir las acciones de los demás que nos afectan. Por eso sería más correcto decir "ser sintiene" o "ser que siente".

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  2. Hola
    Gracias por la puntualización, aunque creo que ya lo había mencionado. En realidad las dos condiciones deben ser objeto de consideración moral, cada una a su manera. Es evidentemente que los seres sintientes merecen una consideración moral mayor por esa misma condición, pero también lo es a su vez que el resto de seres orgánicos deben tener algún tipo de consideración moral -aunque en la práctica generalmente no sea así-, pues si no nunca nadie se plantearía que debemos proteger los bosques y el conjunto de la flora. Estos seres no tienen sistema nervioso según la ciencia pero aún así tienen un valor como seres vivos que son.

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